La Mujer equivocada
img img La Mujer equivocada img Capítulo 3 La Boda
3
Capítulo 6 Moretones img
Capítulo 7 Tenemos que hablar img
Capítulo 8 Controlar mi existencia img
Capítulo 9 No te pido que me ames img
Capítulo 10 La Gala img
Capítulo 11 ¿Que me habia perdido img
Capítulo 12 El cuento se acabo img
Capítulo 13 Era ella img
Capítulo 14 No podía dejarla morir img
Capítulo 15 La fotografía img
Capítulo 16 Mentiras img
Capítulo 17 El encierro img
Capítulo 18 Me abandonó img
Capítulo 19 Sorpresa img
Capítulo 20 Enfrentamiento img
Capítulo 21 ¡Mama! img
Capítulo 22 Sentimientos Encontrados img
Capítulo 23 Viva Nuevamente img
Capítulo 24 Noticias img
Capítulo 25 Ella tambien lo ama img
Capítulo 26 ¡Sorpresa! img
Capítulo 27 ¡Ja, cumpleaños Feliz! img
Capítulo 28 Investigar img
Capítulo 29 Cara a cara img
Capítulo 30 Muriendo por dentro img
Capítulo 31 Al borde del abismo img
Capítulo 32 Un lugar de paz img
Capítulo 33 La verdad, solo la verdad img
Capítulo 34 El vídeo img
Capítulo 35 O vídeo img
Capítulo 36 36 img
Capítulo 37 37 img
Capítulo 38 38 img
Capítulo 39 39 img
Capítulo 40 40 img
img
  /  1
img

Capítulo 3 La Boda

Aún no podía creer que había aceptado esa maldita locura, pero no podía permitir que nuestra empresa se arruinara y que miles de familias quedaran en la ruina. En menos de un mes, la boda se había preparado apresuradamente. Ni siquiera tenía el valor de decirle a mi novio, Martín, que me casaría con otro hombre.

Había visto a Maximiliano solo una vez, el día que nos conocimos. Su actitud altiva y su sonrisa arrogante seguían grabadas en mi mente. No quería verlo nunca más, pero ahora me encontraba caminando frente al altar y él me esperaba con esa misma sonrisa. Sentí un nudo en el estómago y un sudor frío recorrió mi espalda.

Mis familiares presentes eran pocos: mi padre, un maldito apostador cuya irresponsabilidad nos había llevado a esta situación; mi madre, a quien solo le importaban las apariencias y el dinero; y mi hermana, que no servía para otra cosa más que acostarse con los muchachos y soñar con casarse con un millonario que le diera una vida de lujos. Mi familia, con todas sus imperfecciones, parecía tan lejana y ajena en este momento tan crucial.

Mientras caminaba, podía sentir todas las miradas sobre mí. El vestido blanco que llevaba puesto, lleno de encajes y perlas, me pesaba como una cadena. El ramo de flores en mis manos temblaba ligeramente y sentía que en cualquier momento podría desmoronarme. Pero no podía. No ahora.

Llegué al altar y me detuve frente a Maximiliano. Sus ojos azules me miraban con una mezcla de determinación y posesividad. El sacerdote comenzó a hablar, pero apenas podía escuchar sus palabras. Todo lo que podía pensar era en Martín, en cómo debía estar sintiéndose en ese momento, sin saber nada de lo que estaba pasando.

-Valentina Montero, ¿aceptas a Maximiliano Rivas como tu legítimo esposo? -la voz del sacerdote resonó en mis oídos, sacándome de mis pensamientos.

Mi boca se abrió, pero las palabras no salían. Sentía el peso de la decisión aplastándome. Finalmente, respiré hondo y cerré los ojos, obligándome a pronunciar las palabras que sellarían mi destino.

-Sí, acepto -dije con voz temblorosa, sintiendo que una parte de mí moría en ese mismo instante.

Maximiliano tomó mi mano y deslizó el anillo en mi dedo. Su tacto era firme y frío. Luego, fue mi turno de ponerle el anillo a él. Mis manos temblaban visiblemente, pero logré hacerlo.

-Ahora puedes besar a la novia -anunció el sacerdote.

Maximiliano se acercó, y pude ver un destello de triunfo en sus ojos. Sus labios se encontraron con los míos en un beso que se sintió como una marca de propiedad, sellando el pacto que habíamos hecho. A mi alrededor, los invitados aplaudían, ajenos a la tormenta que rugía en mi interior.

Mientras nos dirigíamos juntos por el pasillo, mi mente estaba en otra parte. Me preguntaba cómo había llegado a este punto y qué futuro me esperaba con un hombre como Maximiliano. Pero una cosa era segura: no iba a dejar que me rompiera sin luchar. Esta boda era solo el comienzo de una nueva batalla, y estaba dispuesta a pelear hasta el final.

Su beso era intenso, me devoraba completamente y sus manos sostenían mi cabello con fuerza, sin importarle que los demás nos estuvieran mirando. Sentía una mezcla de humillación y desafío, atrapada en este gesto de poder y posesión que él exhibía tan abiertamente.

Luego de la boda, nos dirigimos a la sala de su imponente residencia, donde estaban los invitados. El ambiente era elegante y sofisticado, lleno de flores frescas, candelabros relucientes y una orquesta tocando música suave. Los invitados conversaban y reían, ajenos a la tensión que me envolvía.

Maximiliano mantenía una mano firme en mi cintura, guiándome a través de la multitud con una autoridad incuestionable. A pesar de la sonrisa en su rostro, podía sentir el control rígido en cada uno de sus movimientos.

-Valentina, querida, te ves radiante -dijo mi madre con un vestido de encaje negro, acercándose a nosotros. Sus ojos evaluadores me recorrieron de pies a cabeza.

-Gracias -respondí, intentando sonar cortés mientras mi mente todavía estaba aturdida por el beso.

-Quiero que conozcas a algunos de nuestros socios importantes -dijo Maximiliano, su tono autoritario no dejaba lugar a protestas.

- Mi querido yerno nos ayudará con sus influencias - Presume mi padre con una sonrisa.

- Por supuesto que sí - Asiente Maximiliano con una sonrisa.

Me llevó de un grupo a otro, presentándome a personas que no recordaría al día siguiente. Todo lo que veía eran rostros desconocidos, sonrisas falsas y palabras vacías. Sentía como si estuviera atrapada en una jaula dorada, rodeada de lujos pero sin ninguna libertad.

En un momento de respiro, me acerqué a una mesa con bebidas. Necesitaba algo para calmar mis nervios. Tomé una copa de champán y bebí un sorbo, dejando que las burbujas me distrajeran aunque fuera por un momento.

-¿Estás bien? -la voz de mi madre me sacó de mis pensamientos. Se acercó a mí, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.

-Sí, estoy bien -mentí, sabiendo que ella nunca entendería lo que realmente sentía.

-Recuerda, esto es lo mejor para todos nosotros -dijo, con un tono que pretendía ser consolador pero que solo añadía más peso a mi carga.

Asentí, sin decir nada más. Miré a mi alrededor y vi a Maximiliano hablando con un grupo de hombres mayores, todos riendo y brindando. Parecía tan seguro de sí mismo, tan en control. Sentí una mezcla de odio y desesperación crecer dentro de mí.

-Vamos a brindar por los recién casados -anunció de repente una voz fuerte.

Todos levantaron sus copas y se dirigieron hacia nosotros. Maximiliano me tomó de la mano y me atrajo hacia él, su agarre era firme y posesivo.

-A la felicidad de Maximiliano y Valentina -dijo el hombre, levantando su copa.

Todos repitieron el brindis y bebieron. Sentí la presión de las miradas sobre nosotros, evaluando, juzgando. Maximiliano me miró y susurró cerca de mi oído:

-Recuerda, ahora eres mía.

Esas palabras resonaron en mi mente, marcando el inicio de una nueva vida que no había elegido, pero que tendría que enfrentar con valentía. Mientras los invitados aplaudían y la orquesta tocaba, me juré a mí misma que encontraría una manera de ser libre, sin importar lo que costara.

Las horas pasaron lentamente y finalmente me quedé a solas en la mansión. Intenté irme, pero había seguridad en cada rincón y, finalmente, uno de sus hombres me guió hacia la habitación. La opulencia del lugar me abrumaba; todo estaba decorado con un lujo exagerado, reflejando el poder y la riqueza de Maximiliano.

Después de unos minutos, él llegó con su traje negro, mirándome con una mezcla de autoridad y deseo mientras comenzaba a quitarse la camisa y la corbata. Sentí un nudo en el estómago, la ansiedad se mezclaba con la indignación.

-No pienses que me tocarás -dije con firmeza, cruzando los brazos frente a mi pecho. Mi voz tembló un poco, pero intenté mantenerme firme.

Maximiliano se detuvo, dejando caer su corbata al suelo. Sus ojos azules me estudiaron con una intensidad que me hizo sentir vulnerable.

-Valentina, ¿crees que no puedo conseguir lo que quiero? -dijo, avanzando un paso hacia mí, su voz baja y peligrosa.

Retrocedí instintivamente, chocando con la cama detrás de mí. La habitación parecía cerrarse a mi alrededor.

-No me importa lo que creas -respondí, mi voz temblorosa traicionando mi miedo-. No te pertenezco, no soy una mercancía que puedas comprar.

Él se rió suavemente, un sonido que me heló la sangre. Se acercó más, y aunque quise moverme, mis piernas no respondían.

-Valentina, te guste o no, ahora eres mi esposa -dijo, su tono era casi suave, pero el peligro subyacente era innegable-. Y como mi esposa, hay expectativas que cumplir.

-¿Expectativas? -repetí con un susurro, tratando de no dejar que el pánico me dominara.

-Sí -dijo, deteniéndose a un paso de mí-. Pero no te preocupes, no soy un monstruo. Todo a su tiempo.

Lo miré, tratando de entender sus intenciones. Parecía disfrutar de mi miedo, de mi lucha por mantener la compostura.

-¿Qué quieres de mí, Maximiliano? -pregunté finalmente, mi voz quebrándose.

-Quiero que entiendas tu lugar aquí, Valentina -respondió, inclinándose ligeramente hacia mí-. Quiero que sepas que todo lo que era tu vida anterior ha terminado. Ahora, tu vida me pertenece.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Su proximidad, su poder, todo en él me aterrorizaba y me enfurecía al mismo tiempo.

-Nunca seré tuya de esa manera -dije, con una resolución que apenas creía yo misma.

Maximiliano sonrió, una sonrisa fría y calculadora. Se enderezó y comenzó a desabrocharse los puños de la camisa.

-No harás conmigo nada que no hayas hecho antes -dijo Maximiliano, su voz fría y cargada de desprecio-. Piensas que no sé que eres una puta que engatuza a hombres, les hace promesas y los lleva al borde de la locura.

Me quedé helada, sin entender de qué hablaba.

-No sé de qué estás hablando -murmuré, intentando mantener la calma mientras mi corazón latía con fuerza.

Él se acercó rápidamente, su mirada llena de odio.

-Estoy hablando de Gael Rivas, de mi hermano -escupió las palabras, su rostro a centímetros del mío-. Eres tan cínica que ni siquiera recuerdas su nombre.

Retrocedí, tropezando con el borde de la cama.

-No sé de qué estás hablando, maldito infeliz -grité, la indignación y el miedo luchando por el control de mis emociones.

Maximiliano me agarró del brazo con fuerza, sus dedos clavándose en mi piel.

-No te hagas la inocente, Valentina -dijo entre dientes-. Gael era mi hermano pequeño, y tú lo manipulaste, jugaste con sus sentimientos hasta que no pudo más y se quitó la vida.

Lo miré, buscando en su rostro alguna señal de que esto era una broma cruel, pero no encontré nada más que rabia y dolor.

-Eso no es cierto -dije, mi voz quebrándose-. No sé de qué me estás acusando, pero yo no hice nada de eso.

Su agarre se hizo más fuerte, y me obligó a mirarlo directamente a los ojos.

-Él tenía un diario -dijo con voz temblorosa de furia-. Escribía sobre ti, sobre cómo lo hacías sentir, sobre cómo lo rechazaste y lo humillaste. Tenía tu nombre, tu maldito nombre, escrito por todas partes.

Intenté apartarme, pero su fuerza era abrumadora.

-No sabía nada de eso -susurré, mis ojos llenándose de lágrimas-. Yo no sabía que él... que él sentía eso por mí.

Intenté recordar, pero en la textilera habían demasiados empleados y yo era amable con ellos. Recordaba a un joven dulce y extrovertido, quién pocas veces hablaba, pero ni siquiera recordaba su nombre y mucho menos su apellido.

Maximiliano me soltó de golpe, como si mi piel lo quemara.

-Mentira -gruñó-. No te atrevas a fingir que eres inocente. Te casaste conmigo para salvar a tu familia, pero ahora pagarás por lo que le hiciste a Gael.

Me quedé allí, temblando, mientras él se alejaba un poco, respirando pesadamente. La ira en sus ojos no había disminuido, y supe que esta guerra estaba lejos de terminar.

-Maximiliano, por favor -intenté apelar a cualquier resquicio de compasión que pudiera tener-. No sabía que Gael era tu hermano, no sabía lo que le pasó. Si hubiera sabido, jamás...

-Cállate -me interrumpió, su voz dura y sin piedad-. No quiero escuchar tus excusas. A partir de ahora, vivirás en este infierno que tú misma creaste. Te haré sentir cada día el dolor que él sintió.

Las lágrimas corrían por mis mejillas mientras él se giraba y se dirigía hacia la puerta. Me quedé allí, abrazándome a mí misma, sintiendo que mi mundo se desmoronaba.

Maximiliano se detuvo en el umbral y me lanzó una última mirada de desprecio antes de salir de la habitación, dejándome sola con mi miedo y mi desesperación.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022