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Edgar O'Neal se sentó solo en el espacioso comedor, observando la mesa vacía ante él. Era una escena familiar para él, una que había experimentado innumerables veces en su corta vida. La ausencia de su madre en el desayuno se había convertido en una triste realidad, ya que su trabajo la mantenía alejada de casa durante la mayoría de las mañanas.
El aroma del café recién hecho llenaba la habitación, mezclados con el silencio que reinaba en el lugar. Edgar se sentía acostumbrado a esta soledad matutina, pero no podía evitar sentir una punzada de tristeza en su corazón. Anhelaba la compañía de su madre, anhelaba poder compartir ese momento especial del día juntos, pero sabía que sus responsabilidades laborales se lo impedían.
Tomó una taza de café caliente entre sus manos, dejando que el líquido oscuro le proporcionará algo de confort en medio de la quietud. Observó el reloj en la pared y se dio cuenta de que estaba llegando tarde para sus clases en el colegio "Gold and Silver Crowns", un nuevo sitio para él. Tomó un bocado rápido de una magdalena sin mucho entusiasmo, deseando tener a su madre a su lado, compartiendo una conversación animada y un desayuno abundante. Pero estaba acostumbrado.
A medida que terminaba su desayuno solitario, Edgar se levantó de la mesa y se preparó para enfrentar otro día en el colegio. Guardó en su mochila los libros y cuadernos necesarios y se ajustó la corbata con determinación. A pesar de la ausencia de su madre, estaba decidido a aprovechar al máximo su educación y demostrar su valía en el mundo imperial, aunque se le complicaba mucho hacerlo por su madre, quien no paraba de llevarlo de aquí para allá, sin un objetivo fijo.
Con un último vistazo a la sala vacía, Edgar salió de su hogar y se dirigió hacia la cochera. Aunque las mañanas sin su madre eran difíciles, había aprendido a enfrentar la vida con fortaleza y determinación. Sabía que tenía un camino por delante, un camino que lo llevaría a desafiar las expectativas y a encontrar su lugar en el complejo mundo de las familias imperiales.
Cuando llegó a la cochera, se encontró con Stella, la secretaria personal de su madre y la única que lo acompañaba en esa mañana, aparte del mayordomo. Aunque era desfavorable para él, ya que no era alguien de su agrado.
-Joven Edgar, buenos días -saludó la mujer morena, extendiéndole unos papeles. Edgar los tomó y leyó-. Son los documentos faltantes para su inscripción, llévalos y entréguelos en la dirección de la institución. Además, su madre le dejó un mensaje...
-Seguramente dijo que mañana estaría aquí y desayunaría conmigo -musitó el joven pelinegro y se encogió de hombros-. Dile que deje de soltar palabras vacías, ya no tengo diez años y sé que miente -protestó mientras subía al coche negro y de ventanas polarizadas. Stella hizo una leve reverencia y dejó pasar al chófer, quien llevaría a Edgar al colegio.
Edgar no estaba nada feliz por cambiar de nuevo de colegio, después de todo, se mantenía la misma rutina desagradable de siempre. Su padre hacía lo que podía para verlo, pero su madre era tan terca que no dejaba que eso sucediera. Le molestaba tanto, aunque ahora que su padre había decidido trabajar desde allí y no regresaría a Rusia en un tiempo, podía ir a visitarlo cuando quisiera y eso haría. Al menos, él sí cumplía con sus promesas.
Mantuvo su vista perdida en la ventanilla, observó las calles concurridas y a las personas corriendo presurosas. Muchas de ellas eran familias alegres que llevaban a sus hijos al colegio. Su corazón se encogió y volteó el rostro hacia el frente.
El interior del automóvil estaba impregnado de un suave aroma a cuero y madera, características de los vehículos de alta gama. Edgar se sentía agradecido por la comodidad que le proporcionaba su estatus como heredero del imperio europeo. Sin embargo, también era consciente de las expectativas y responsabilidades que recaían sobre sus hombros.
Mientras el automóvil avanzaba por las calles, Edgar aprovechó el tiempo para repasar algunas notas y prepararse mentalmente para el día en el colegio "Gold and Silver Crowns". Su mente estaba llena de pensamientos y reflexiones, y se esforzaba por mantener la calma y la concentración. Era bueno entablando conversaciones que duraban poco más de veinte minutos, solo porque no podía mostrarse tal cual. El miedo al rechazo que residía en él era abrumador.
A través de la ventanilla, Edgar contemplaba la ciudad en movimiento. Las personas apresuradas por sus quehaceres, los edificios imponentes que se alzaban hacia el cielo y los destellos de luces que se reflejaban en los charcos de agua. Era un paisaje urbano que le resultaba familiar, pero que siempre tenía algo nuevo por descubrir.
La noche anterior había llovido y ahora se podían ver solo vestigios de la tormenta pasada. Sus ojos se entrecierran mientras pensaba en ello. La calma después de la tormenta no existía para él, pues vivía en una tempestad cotidiana.
El trayecto en automóvil llegó a su fin cuando finalmente llegaron al colegio. Edgar salió del vehículo, agradeciendo al chofer por su servicio, y se encontró frente a las majestuosas puertas del instituto. Un escalofrío recorrió su cuerpo mientras inhalaba profundamente el aire fresco de la mañana, preparándose para enfrentar las nuevas experiencias y desafíos que le esperaban.
Con la cabeza en alto y la determinación en sus ojos, Edgar caminó hacia el edificio del colegio. Sabía que tenía una responsabilidad no solo con su linaje, sino también consigo mismo.
Mientras se adentraba en el colegio "Gold and Silver Crowns", Edgar podía sentir los primeros golpes de sus nervios. No era algo nuevo para él cambiar de colegio, pero sí asistir a uno especialmente para la nobleza. Tuvo que tomar aire y se obligó a caminar, pasando el enorme jardín floral que conducía a la entrada. Ningún automóvil podía ingresar hasta la entrada, ya que podía arruinar el jardín, así que, se debía dejar al alumno en la entrada del complejo, monitoreado las veinticuatro horas del día por personal de seguridad y equipo de vigilancia.
Cuando ingresó al establecimiento, se topó con una imponente estructura de estilo moderno, con varias plantas y ambiente movido. La gente iba de un lado a otro, había otros alumnos que reían y conversaban. Edgar notó que sus uniformes eran distintos, pues su emblema era de color verde y plateado, pero el de aquellos chicos era rojo y plateado, al igual que sus respectivas corbatas.
De repente, frente a él se hizo presente una mujer alta, sus penetrantes ojos grises lo observaron con detenimiento. Ella sonreía ampliamente, pero él estaba algo incómodo.
-Edgar O'Neal, ¿no es así?