Capítulo 5 Chapter 5 Entre la sombra de la ambición

★ Dilan

Después de su partida, me quedé inmóvil, observando la alfombra empapada por el agua que esa mujer atolondrada había derramado. El reflejo de las luces del techo se deslizaba sobre las manchas mojadas, creando un juego de sombras inquietante, como si la habitación misma se burlara de mi estado de ánimo.

Con un suspiro frustrado, alcé el teléfono de mi escritorio y llamé a mi secretaria, solicitándole urgentemente que enviara a alguien para que se encargara de limpiar esa maldita alfombra. Mis palabras resonaron en la habitación, mezclándose con el zumbido distante del tráfico de la ciudad afuera. Era como si cada pequeño inconveniente, cada detalle fuera de lugar, se confabulara para probar mi paciencia.

Mi mente estaba abarrotada de trabajo: nuevos inversores, clientes potenciales, antiguos interesados en unirse a la compañía... Cada pensamiento era una nota discordante en la sinfonía caótica de mis responsabilidades empresariales. Luchaba por mantener la compostura en medio de este vendaval de exigencias, sintiendo la presión constante de expectativas ajenas y propias.

Detestaba la mediocridad con una pasión heredada de mi padre. Él era un hombre implacable, un individuo despreciable que jamás mostró compasión por sus empleados. Su legado de desprecio se arraigó en mi ser como una semilla de amargura, creciendo con cada decisión que tomaba. Temía ser más indulgente de lo que él alguna vez fue, como si el fantasma de su desdén acechara en cada esquina de mi conciencia, recordándome siempre que la debilidad no tenía cabida en mi mundo.

-Dylan, cariño.

El sonido de los tacones resonó en la habitación mientras la puerta se abría y cerraba, atrayendo mi atención hacia la desagradable voz estridente de Montserrat. Su presencia era como una nota discordante en la sinfonía de mi día, una intrusión no solicitada en mi mundo cuidadosamente controlado.

Mis ojos permanecían fijos en los documentos esparcidos sobre mi escritorio, especialmente en un currículum en particular que había captado mi interés. Sin embargo, mis sentidos estaban alerta ante la invasión de mi espacio personal, como un guardián vigilante en un castillo asediado. No tenía tiempo ni paciencia para lidiar con su histeria.

-¿Qué haces aquí? Lárgate -respondí sin siquiera mirarla, mis palabras eran cortantes como un cuchillo afilado, llenas de desdén.

No me apetecía lidiar con problemas hoy, no con la tormenta de preocupaciones que nublaba mi mente y amenazaba con desatar un caos aún mayor. Montserrat era la última persona con la que quería lidiar en ese momento.

-No es apropiado que hables así a tu prometida, Dylan. He estado tratando de comunicarme contigo, estaba preocupada por ti, por nosotros -se acercó y se sentó en mi regazo, sus palabras flotaban en el aire como una melodía discordante en medio del silencio tenso de la habitación.

Con gesto de fastidio, continué con mi tarea, mi mente resistiendo el embate de sus manipulaciones emocionales, como un navegante enfrentando las olas turbulentas de un mar embravecido. Era evidente que esta mujer no comprendía que no iba a convertirla en mi esposa por más que insistiera, era como un niño aferrándose a un juguete roto en un intento desesperado por restaurar su integridad perdida.

Soy susceptible a la persuasión, pero no a la manipulación, como un guerrero entrenado para resistir los ardides del enemigo más astuto.

-Cariño, deja de trabajar. Mi familia está esperando que pidas mi mano. Mañana es mi cumpleaños, ¿me harás la propuesta de matrimonio? Podríamos invitar a la prensa y hacer público nuestro compromiso -suspiró con entusiasmo, sus palabras sonaban vacías, sin peso, como un eco hueco en mi mente.

El matrimonio, para mí, no era más que una institución opresiva, una cadena que amenazaba con sofocar mi libertad. No deseaba estar atado a nadie, y mucho menos a alguien como Montserrat, cuya insistencia solo lograba que me alejase más.

-Montserrat, vete, estoy trabajando -interrumpí su discurso sin apartar la mirada del currículum en mis manos, mis palabras eran firmes, inamovibles.

-Es fea -comentó. -¿Jenny? Suena a nombre de bailarina exótica. -Bromeó, pero yo seguía concentrado en la foto del currículum, ignorando sus palabras vacías.

-Parece triste -observé, ignorando las palabras de Montserrat mientras continuaba parloteando, mi mente buscaba encontrar sentido en los detalles ocultos de la imagen frente a mí.

-Deja eso y hagamos algo más interesante y placentero, cariño.

Me arrebató el currículum y lo dejó caer al escritorio antes de desabrochar su vestido y dejarlo caer al suelo. Sus gestos eran seductores, pero no provocaban más que un profundo aborrecimiento en mi interior.

Montserrat era indudablemente hermosa, con curvas que podían tentar a cualquier hombre, pero no despertaba ni un ápice de interés en mí. Era como mirar una estatua de mármol: fría, perfecta y completamente inerte.

-Ella no volverá, seguramente no querrá trabajar para mí -dije en voz baja, con mis palabras cargadas de una certeza que no lograba comprender del todo.

-Dylan, deja de pensar en otras mujeres cuando estás conmigo -dijo Montserrat mientras se sentaba sobre mí, sus palabras eran como el zumbido molesto de un insecto en mi oído, una distracción que me impedía concentrarme.

-Es la única forma en que puedo tolerarte, pensar en otras mujeres mientras estoy contigo. Ahora quítate, tengo trabajo, y no esperes una propuesta matrimonial porque no la tendrás. -La aparté de mi regazo, provocando que frunciera el ceño enojada, su rostro se transformó en una máscara de ira.

-Eres un idiota.

Me golpeó en el pecho, pero antes de que pudiera reaccionar, tomé su mano con un agarre firme.

-Sí, soy un idiota al que no le importas tú ni ninguna otra mujer. Ahora vete y vístete, nuestra relación ha terminado.

No estaba dispuesto a perder más tiempo con esta mujer. Casarme con ella sería un error monumental, una cadena que me arrastraría hacia un abismo de insatisfacción y arrepentimiento, como un barco navegando hacia las rocas afiladas de la desdicha.

Me puse de pie y me dirigí hacia la puerta de mi oficina, dejando a Montserrat murmurando entre dientes. No me importaban sus quejas, ni su enojo, ni su desdén. Mi mente ya estaba en otra parte, pensando en la mujer del currículum, y en lo que podría ser si tomara un camino diferente, uno en el que Montserrat no tuviera cabida.

                         

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