Capítulo 3 Sueños de la noche 3

Invitado 3.

Los mexicanos y el español...

Mi esposa consumida por el deseo.

Ahí estábamos los dos, mi esposa y yo de vacaciones en la playa, tendidos en dos sillas de playa, ella lucia un bikini negro que resaltaba sus líneas y yo en la silla de playa a su lado.

Era nuestro primer día de vacaciones, habíamos llegado la noche anterior y como había sido un vuelo muy largo estábamos algo cansados por lo que después de desayunar decidimos recostarnos en las sillas de la playa para descansar.

Todavía era media mañana y no hacía demasiado calor, el clima era agradable, nosotros somos de México y decidimos pasar nuestras vacaciones en la madre patria, no era la primera vez, pero si la primera que estábamos en una playa, generalmente habíamos ido a las grandes ciudades para conocer los sitios turísticos más famosos.

Le pregunté si deseaba tomar un refresco a lo que me contesto que sí, por lo que decidí ir al bar del hotel por un par de bebidas, antes de que hiciera más calor.

Debo aclarar que mi esposa es muy joven y muy hermosa, tiene una figura increíble y siempre destaca por su belleza latina.

Yo soy más grande que ella y todo lo contrario, físicamente no soy muy agraciado y soy mayor que ella.

Siempre habíamos tenido relaciones sexuales satisfactorias para ambos, aunque debo aclarar que no soy un dechado de virtudes porque no tengo una polla muy grande, más bien mediana, tirando a pequeña, sin embargo hasta la fecha nos llevábamos muy bien.

Regresando a nuestro primer día de vacaciones en la playa, cuando regrese del bar note que estaba un joven en traje de baño sentado en un camastro al lado de la silla donde se encontraba mi esposa, quien estaban conversando con ella, le explicaban los sitios de interés en el lugar, la forma más accesible de llegar a ellos, así como los lugares para divertirse.

Cuando me acerqué a darle su bebida a mi esposa, me saludo y me presentó al joven que estaba a su lado.

-Mira, te presento a Alberto. Es un joven de la localidad que amablemente estaba platicando sobre este lugar y sus atractivos turísticos.

-Mucho gusto -contesté, me senté en una de la sillas y me uní a la conversación.

Alberto en un hombre muy atractivo y varonil. Como de 32 años, alto de complexión normal, pero musculoso, eso sí, muy bien formado y tenía un traje de baño azul que se le apretaba mucho al cuerpo.

Alberto es muy inteligente y con una gran cultura, por lo que no era difícil conversar con él, casi de cualquier tópico, de forma que el tiempo se nos pasaba volando. Además, tiene una gran personalidad y es muy seguro de si mismo, esa seguridad la demostraba en su forma de hablar, en su forma de actuar, como se dice actualmente, su lenguaje corporal denotaba seguridad y firmeza y al escucharlo se confirmaba esa impresión.

Ambos, mi esposa y debo confesar que también yo, estábamos absortos escuchando la amena platica de Alberto, hasta que me percaté que solo mi esposa y yo teníamos bebida y Alberto no, por lo que interrumpí la conversación para preguntarle si no deseaba algo de beber, que me apenaba que el no estuviera bebiendo algo. Amablemente me contesto que no me preocupara, pero yo insistí, a lo que me contesto:

-Vaya, hombre. Con tal de que no se molesten conmigo, anda, tráeme un trago de lo mismo que ustedes están tomando -por lo que me levanté y fui al bar.

Alberto se quedo platicando con mi esposa, quien parecía que disfrutaba de su compañía, regresé con la bebida de Alberto y otra ronda para los tres, así nos pasamos una buena parte de la mañana.

Durante la conversación entre los múltiples tópicos que tocamos el mostraba curiosidad por saber: ¿como nos conocimos mi esposa y yo? ¿como era nuestra relación? ¿como llegamos a compenetrarnos para casarnos a pesar de la diferencia en edades? y otras cuestiones relacionadas con nuestra vida como pareja.

En un momento él detuvo la plática y nos preguntó si se nos antojaba entrar al mar o en la arena, a lo que respondimos que en un momento más adelante. Mi esposa comentó que no tenía bloqueador por lo que no quería ir en ese momento, que lo haría después de conseguir un bloqueador, a lo que Alberto respondió:

-Bueno, voy al agua y en un momento regreso con ustedes.

Inconscientemente los dos le contestamos:

-Te esperamos, de aquí no nos movemos.

Mi esposa contempló la armónica figura de Alberto, tanto al ir hacía la playa, como al regresar, en donde destacaba un gran bulto debajo de su calzón de baño, que resaltaba más por la humedad producida por su contacto con el agua del mar.

Pensábamos que se dirigía hacía nosotros, pero de repente se dirigió hacía el bar, haciendo señas de que lo esperáramos.

Al poco tiempo regreso con tres toallas grandes y un frasco de crema con protector para los rayos del sol.

-Anda, ponle a tu marido para que no se vaya a quemar -le dijo a mi esposa, con una suavidad y firmeza propia de quien lleva mucho tiempo tratando a una persona, de tal forma que mi esposa se irguió y en forma casi automática le contesto:

-Sí, como tu digas, Alberto.

Mi esposa agarró la crema y me puso rápidamente en todo el cuerpo mientras Alberto extendía las toallas en la arena para que nos recostáramos. En menos que se los cuento, mi esposa terminó y le extendió la crema a Alberto diciéndole:

-Ya termine, toma.

-Que bárbara eres, mujer. Así no se hace. Ven, te voy a enseñar como debes hacerlo -le contesto-. Vamos, acuéstate boca abajo en la toalla que he extendido para ti.

Me dijo, yo no acerté más que ha hacer lo que él me estaba indicando.

-Ven, tu acuéstate boca abajo en la otra toalla -le indicó a mi mujer está vez-. Vas a aprender como debes tratar a tu hombre.

-Esta bien, ya voy -le respondió mi mujer y se recostó en la toalla tal como le indicó Alberto a ella.

Ambos estábamos tendidos en la playa recostados boca abajo.

-Primero, te pones la crema en tus manos y la calientas frotándola suavemente entre ambas manos, después se la pones suavemente comenzando por las extremidades superiores -le indicó, al tiempo que tomaba la mano de mi esposa y comenzaba y ponerle la crema protectora conforme le daba instrucciones-. Debes hacer que se relaje y disfrute -le decía suavemente, así que tú, relájate y disfruta como te lo hago yo para que después tu se lo hagas a tu marido -continuo diciéndole.

Las manos de Alberto comenzaron a recorrer suave y gentilmente el cuerpo de mi esposa y al mismo tiempo, con firmeza y seguridad, la seguridad que da el saberse amo de una situación, la experiencia y la nula resistencia que encontraba, ni de mi, ni de mi esposa salía ninguna objeción, ni la más mínima a lo que estaba haciendo.

Alberto un hombre musculoso, alto, guapo y varonil, estaba tocando todo el cuerpo de mi esposa dándole un masaje.

-Para que penetre bien la crema debes dar un masaje largo y sostenido en todo el cuerpo, sin prisas, con toda la paciencia del mundo. Lentamente y que cada milímetro de su cuerpo sienta lo que recibe. Que cada célula tenga satisfacción por el trato que le estas dando -le informaba, pero diciendo y haciéndole a mi esposa sentir en todo su cuerpo el trato cálido y afable que le estaba dando, haciéndole sentir en cada milímetro de su piel la firmeza de sus manos.

Yo estaba tendido en la arena escuchando sus palabras que le pronunciaba al oído de mi esposa, seduciéndola, conquistándola con sus palabras, poseyéndola con sus manos, no hubo una parte de su piel que Alberto no tocara con sus dedos, yo observaba los cambios en la textura de la piel de mi esposa, enchinándose la piel como cuando uno tiene una sensación placentera y al mismo tiempo excitante.

-Relájate, chiquita. Suelta tu cuerpecito y afloja tu músculos -ya no le estaba enseñando, la estaba seduciendo con sus palabras y poseyendo con sus manos.

Sus manos se deslizaban por todas las partes de su cuerpo que no cubría el diminuto bikini que portaba mi esposa y un poco más, le tocaba la entrepierna y con el dorso de su mano le tocaba su capullo, su conchita, que poco a poco se fue humedeciendo, le tocaba el costado de los senos por abajo del sostén, mi esposa dócilmente se fue soltando, llegó un momento que Alberto estaba sentado sobre las piernas de mi esposa, sujetando los muslos de ella con sus piernas y recargando su enorme polla en el trasero de ella, si ese enorme leño estaba en la rajita de mi esposa y un par de testículos enormes en la base rozando el trasero de mi mujer.

Yo estaba mudo y no sabía que hacer. ¿Como habían llegado las cosas a ese punto? No acertaba a pensar, sin embargo la exitación comenzó a apoderarse de mi.

Alberto era amo y señor de la situación, tenía a mi esposa a su merced y a mi impávido, viendo sumisamente como sutilmente se había apoderado de ella. Para demostrárselo en ocasiones se alzaba un poco separando su enorme bulto del trasero de mi esposa, quien inmediatamente paraba su colita buscando el contacto con esa verga, buscando sentir su enorme tamaño y su enorme fuerza, aún a pesar de que ambos tenían colocado el traje de baño, la colita de mi mujer imperceptiblemente buscaba ese leño para acomodarse debajo de el.

-Así es, así es, chiquita. Disfrútalo, apetécelo. ¿Lo quieres? -le preguntó y ella inmediatamente respondió suavemente:

-Sí...

En un momento él estaba sentado sobre sus tobillos y ella había parado tanto su colita que tenia la punta de la verga en su conchita, él tomándola de las caderas la movía muy suavemente, muy dulcemente yo recostado veía como el bikini se le incrustaba en su panochita.

Me tomó de la mano como pidiendo mi presencia. Yo sentí su calor, besé su mano y con la mirada asentí, no sabía que seguiría, pero asentí.

Alberto, anticipándose a mis pensamientos, como para atajar cualquier excusa que pudiera yo tener me dijo:

-No te preocupes, estamos solos en esta playa y nadie nos esta viendo.

Ella ya no podía resistir y comenzó a decirle muy suavemente como no queriendo que yo escuchará, a pesar de estar acostado a su lado y haber asentido.

-Dámelo, dámelo, dámelo -frotándose contra la verga de Alberto, como queriendo desnudar ese leño con el movimiento de su pelvis y queriendo dejar al descubierto su conchita. Sin embargo Alberto la tenía sujeta de las caderas y en ocasiones de las manos, de tal forma que sentía la fuerza de su agarre.

-Date la vuelta -le ordenó y ella inmediatamente lo hizo, su conchita quedo pegada a la polla de Alberto, quien como si nada hubiera pasado comenzó a masajear el frente del cuerpo de mi mujer.

Ni siquiera le había terminado de dar el masaje y ya la tenía encendida, deseando su polla, deseando ser suya, deseando que la penetrará.

El siguió dándole un masaje suave, colocando crema en todo el frente de su cuerpo, haciendo crecer el deseo de mi mujer por su polla cada vez más.

Yo estaba excitado, ver como mi mujer se moría por tener una polla adentro y él, con toda calma y paciencia dándosela a desear.

Alberto tenía a mi mujer a su disposición. Mi esposa deseando con todo su cuerpo tener su polla adentro.

Yo, sumiso observaba la dominación de mi esposa.

Mi esposa sucumbió, no resistió y se corrió, sin siquiera haber sido penetrada. Como el masaje que había recibido, se estaba corriendo suavemente, dócilmente, entregándose sin prisas y sin resistencia alguna, como diciéndole:

¡Soy tuya y aunque no me penetres, soy tuya!

Él se recostó completamente sobre ella, su polla recargada en su conchita recibiendo las palpitaciones de ella y sus jugos.

Alberto me miró, vio que mi pija estaba erecta a todo lo que da, obviamente no del tamaño de la suya, pero si lo más posible que su tamaño le permitía.

Tomó la mano de ella, la llevo hacía mi pija y le dijo:

-Ayúdalo a terminar mientras tu continuas palpitando para mi.

No necesitaba más.

Comencé a correrme en la mano de ella.

-No dejes que se caiga -le ordenó, ella obediente no dejó que se derramara una gota de mi semen de su mano.

Ahí lo contuvo.

Alberto tomó con sus dedos unas gotas del semen que me había sacado la excitación de ver a mi esposa deseando tener esa polla y me bautizó los cuernos, me lo unto en la frente, suavemente y yo sumisamente acepte el bautizo de cornudo con mi propia leche, después me puso otras gotas en la boca, que yo sumisamente lamí de sus dedos, y otras gotas en mi trasero, diciéndome; en alguna otra ocasión lo disfrutaras por aquí.

Lo mismo hizo con ella, quien dócilmente lamió de sus dedos unas gotas de mi semen y también recibió unas gotas de mi semen en cada uno de sus pezones, en su conchita y en su trasero.

Ella quería más mientras Alberto lentamente hacía esto, ella no paraba de palpitar junto a su verga, no se cuantas veces se correría o cuan larga sería la corrida, lo que si era cierto es que no paraba de palpitar y susurrarle:

-¡Tómame, tómame, Alberto! ¡Tómame y hazme tuya!

El metió sus dedos en el bikini, acarició con ellos su clítoris y la hizo correrse repetidamente, los introdujo en su vagina y repitió el bautizo, ahora con los jugos de ella.

El tiempo había pasado imperceptiblemente, no sé cuantas horas estuvimos en esa playa y de pronto él se incorporó diciendo:

-Dios mío, que tarde es. El tiempo se ha ido volando. Tengo que irme, os vere más tarde. Pasaré en la noche a la discoteca del hotel a buscaros.

Mi esposa solo alcanzo a suplicar...

-Por favor, Alberto. No faltes, que te estaremos esperando con ansias.

Yo solo dije sí, si te estaremos esperando.

Se levantó y se fue.

Que sensación de sumisión tenía, dejó a mi mujer tendida, deseando ser poseída por él, sin que la penetrara. Teniendo que contener su deseo para más tarde. Deseo que únicamente se acrecentaría con el correr de las horas de espera.

Yo me acerqué a mi esposa para acariciarla y tratar de aliviar su deseo y tomando mi mano suavemente me dijo:

-Ahora no. Esperemos a Alberto. Tiene que terminar lo que ha empezado.

Mi mujer quería sexo con otro hombre que no era yo.

            
            

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