Frente al espejo, me miro con determinación. No tengo interés en acercarme a él de una forma que no sea profesional. Decir que tenía otros compromisos fue una mentira. Simplemente no quiero ir más allá.
Esta noche, después de cerrar un trato que podría cambiar el rumbo de Fontaine Consulting, quiero celebrar. Me visto de manera seductora con un vestido negro ajustado que resalta mis curvas y unos tacones altos que me hacen sentir poderosa. El escote es llamativo, lo suficiente para captar la atención. Me arreglo el cabello en ondas sueltas y aplico un maquillaje que acentúa mis ojos y labios. Quiero sentirme segura de mí misma, como la mujer de negocios que soy.
Al salir del hotel, respiro hondo, disfrutando del aire cálido. La vida en Dubái late a mi alrededor y, con cada paso, la adrenalina se apodera de mí. Decido que esta noche voy a un bar local, un lugar donde pueda desconectarme de las tensiones de la semana.
Al llegar, la escena es diferente a lo que esperaba. La mayoría de las mujeres están completamente cubiertas y acompañadas de sus maridos. Me siento como un pez fuera del agua. Este no es el ambiente vibrante de los bares de Estados Unidos, donde las risas y conversaciones llenan el aire. Aquí, la atmósfera es pesada y la separación entre hombres y mujeres es palpable.
Encuentro una mesa en un rincón, pido un cóctel y trato de relajarme, pero no puedo evitar sentirme incómoda. Las conversaciones son discretas y controladas; la mayoría de las mujeres permanecen en silencio, mientras que son los hombres los que hablan. Algo que me resulta completamente patético. A pesar de todo, he decidido disfrutar de la noche.
Bebo trago tras trago hasta perder la cuenta. Mientras me sumerjo en mis pensamientos, un grito rompe la monotonía. Un hombre se ha levantado de su mesa, su rostro rojo de ira. Está dirigiéndose a una mujer que lo acompaña, gritando palabras que no puedo entender, pero su tono es claramente abusivo. La mujer, cubierta con un velo, baja la cabeza, sometida y silenciosa. La imagen me irrita profundamente.
Sin pensarlo, me levanto y me acerco a ellos.
-¿Qué le pasa? ¿Por qué le habla de esa manera? -pregunto, sintiéndome como si estuviera cruzando una línea peligrosa-. No tiene derecho a tratarla así.
El hombre gira hacia mí, su expresión de sorpresa rápidamente se convierte en desprecio.
-¿Quién te crees para interferir en mis asuntos? ¡Malditos extranjeros! Se les olvida cuál es su lugar -responde, sus ojos desafiantes.
Siento una oleada de ira. No puedo permitir que trate a esa mujer así, ni que insulte a alguien solo porque se siente más fuerte.
-No te atrevas a lastimarla -respondo, cruzando los brazos con determinación-. Si ella siente temor de enfrentarse a usted, yo no.
La tensión es palpable. El hombre se acerca más a mí, su rostro tan cerca que puedo sentir su aliento, cargado de hostilidad.
-¿Te crees mejor que yo solo porque hablas inglés y te vistes como una ramera? -me observa con desdén-. Esta es nuestra cultura y nuestras costumbres. No tienes idea de lo que hablas. Así que cierra la puta boca y no interfieras en lo que no te concierne.
Sus palabras me hieren, pero no puedo mostrar debilidad.
-Tal vez deberías aprender que el respeto es un derecho universal, y no depende de dónde venga. Pero que va a saber un infeliz como tú que apenas sabe leer -replico, sintiendo que mi voz se eleva, llena de indignación. Mi corazón late con fuerza, y la adrenalina inunda mis venas.
El hombre se ríe, pero hay una cruel amenaza en su mirada.
-Si quieres hablar de derechos, deberías pensar en lo que te conviene. Aquí, las mujeres saben cuál es su lugar. -El desprecio gotea en sus palabras.
-¿Su lugar? -río con sarcasmo-. Esta pobre mujer debería conocer cuál es su verdadero lugar, que obviamente no es al lado de un animal como tú.
Justo cuando el hombre levanta la mano para abofetearme, aparece Zayed, imponente y seguro. Su presencia ilumina la oscuridad de la escena.
-¿Hay un problema aquí? -pregunta, su voz profunda y controlada. La tensión en el ambiente cambia instantáneamente, y el hombre retrocede, sintiendo la amenaza implícita en las palabras de Zayed.
-No hay problema -respondo de mala gana. Los dos hombres intercambian miradas, y el silencio se hace pesado.
-Esta mujer no te ha hecho nada -dice Zayed, su voz firme-. Si tienes algún problema con ella, tendrás que pasarlo por mí.
El hombre, sintiéndose pequeño ante el desafío, finalmente retrocede y se aleja, murmurando insultos.
Zayed se vuelve hacia mí, su mirada inquisitiva.
-¿Estás bien? -pregunta, su tono ahora más suave.
No puedo evitar sentir una mezcla de gratitud y frustración.
-Sí, solo no soporto ver a alguien maltratar a otra persona -respondo, tratando de mantener mi dignidad-. Pero no necesito que nadie me defienda. Así que no agradeceré nada.
-¿De verdad? -Su expresión es divertida, pero hay preocupación en sus ojos-. Debes tener cuidado, Clara. No estás en tu país, y este no es un lugar seguro para que una mujer esté sola, especialmente cuando destaca tanto.
Me irrita su tono protector.
-Sé cuidar de mí misma -replico, con más fuerza de la que pretendía-. No necesito que me diga cómo comportarme, señor Al-Nahyan.
-Dime Zayed. Creo que ya me has hablado lo suficientemente grosera como para que sigas usando esa formalidad contigo -arquea una ceja.
Lo ignoro y regreso a mi mesa, sintiendo su mirada sobre mí. Pido otra bebida, la adrenalina aún corriendo por mis venas. Él se sienta a mi lado, lo que provoca que me sienta incómoda.
-No es la manera correcta de comportarse para una mujer -dice, su tono autoritario.
-¿Y qué sabes tú de eso? -le respondo groseramente, sintiendo los efectos del alcohol comenzar a nublar mi juicio-. ¿Qué esperabas que hiciera? ¿Quedarme callada mientras ese bruto maltrataba a esa pobre mujer?
Zayed observa mis ojos, como si tratara de ver más allá de la superficie.
-Nuestra cultura es diferente a la tuya. Te convendría adaptarte mientras estás aquí -su mandíbula se mantiene apretada, dejando claro lo frustrado que está.
-¡Oh, por favor! -digo, gesticulando con desdén-. No estoy para complacer a nadie. Además, ¿qué haces aquí? ¿Acaso me estás siguiendo? Recuerde que los asuntos de negocios son aparte de los personales.
-Me doy cuenta. Veo que tu compromiso de esta noche era muy importante -Él se queda en silencio después de decir eso, y por un momento, me doy cuenta de que he ido demasiado lejos.
-Estoy cansada, me voy al hotel -murmuro, sintiendo la mezcla de euforia y frustración que el alcohol ha desatado en mí.
Pero Zayed no se mueve.
-No, no irás a ningún lado -su figura me cierra el paso-. Estás bastante ebria. No es seguro que salgas sola en este estado y menos que atraigas más atención de la necesaria.
-Llegué sola, me iré sola -replico, sintiendo que mi resistencia le causa demasiado malestar.
Finalmente, se hace a un lado y me agarra del brazo, guiándome hacia la salida.
-Vamos, te llevaré de regreso al hotel.
-¡Me iré sola!-Antes de que pueda protestar algo más, me levanta y me carga en su hombro, tomándome por sorpresa.
-¡Déjame! -grito, pero su agarre es firme-¡Esto es demasiado inapropiado!
A pesar de mi resistencia inicial, me doy cuenta de que no tengo otra opción. Sus brazos son tonificados, demasiado fuertes para poderme soltar.
Al llegar al hotel, después de un corto trayecto, me baja al fin. No sé si sentirme molesta o agradecida de haber llegado a salvo a mi habitación.
-Voy a entrar -digo, mi voz un tanto tambaleante.
-No creo que sea una buena idea que estés sola ahora mismo -responde, su tono más suave, casi protector.
-Estoy demasiado ebria para pensar con claridad. Lo mejor será que nos veamos mañana- pongo mi mano en su pecho cuando veo que se acerca más de lo que debería.
-Eres una mujer que despierta mis instintos más primitivos, eso me enoja y me atrae a partes iguales- su mano se desliza despacio por el escote de mi vestido recorriendolo de abajo hacia arriba con su mano y detallando con sus ojos oscuros de lujuria- Esto es demasiado sugerente no crees?
-Es un simple vestido- mi voz es apenas un hilo pues su cercanía me ha cortado la respiración.
Acerca su boca a la mía pero antes de que pueda besarme, lo freno de nuevo esta vez puedo ver lo mucho que le irrita ser rechazado. ¿Cree que caeré a sus pies con esa frasesilla de cajón?
-lo mejor será que se vaya ahora- doy media vuelta y entro al apartamento sin voltear ni un segundo a verlo.
Estoy segura que Sayed es un hombre que está acostumbrado a que todas caigan a sus pies. Conmigo las cosas son a otro precio, yo no soy igual a las demás y eso debe quedarle claro.