Después de intentar de todas las maneras posibles convencer a Rachel de que abandonara esa loca idea, acabé cediendo, porque prefería estar a su lado en esa locura y tratar de aportar un poco de sensatez a la persona más importante de mi vida.
- Quiero que me expliques mejor cómo funciona esta subasta.
En ese momento, pensé que lo mejor era seguir el dicho que dice: "Si no puedes con ellos, únete a ellos".
- La amiga de Shirley participó, como ya te dije. Después de registrarme, estaré en subasta durante veinticuatro horas y, tras ese período, quien haya hecho la oferta más alta será el ganador y obtendrá el extraordinario premio, que será mi virginidad.
- Me choca ver como falas de esto con tanta tranquilidad.
Estaba verdaderamente sorprendida por la determinación de mi hermana de perder su virginidad con un desconocido, por dinero, solo para intentar mantener un estilo de vida que ya no nos pertenecía y que ella no quería aceptar.
Y aunque había accedido a la loca idea de Rachel, sinceramente no creía que se hiciera realidad. Pasé todo el sábado buscando un lugar para que nosotras viviéramos, ya que nos habían informado que debíamos salir de casa el lunes, sin ninguna prórroga.
La situación era difícil, pero tuvimos la suerte de tener algo de dinero en nuestras cuentas bancarias, así que no nos quedamos completamente sin techo, al menos no de inmediato. Sin embargo, la cantidad era mínima y era crucial encontrar una fuente de ingresos lo antes posible, aunque mi hermana parecía no preocuparse por ello.
Rachel estaba completamente confiada en venderse en la aplicación de subastas, algo que yo consideraba extremadamente absurdo, y el hecho de que tal posibilidad existiera me horrorizaba. Pero ella no se daba cuenta de la magnitud de la locura de todo aquello.
Tres años habían pasado desde que perdimos a nuestra madre. Guilhermina Mitchell tenía doce años más que nuestro padre y falleció a los sesenta y cuatro años debido a complicaciones de un procedimiento estético fallido. Ahora, nuestro padre también había fallecido, dejándonos solas.
Aunque no estaba de acuerdo cuando Rachel hablaba mal de él, porque siempre había sido un gran padre, tenía que admitir que mi hermana tenía algo de razón al decir que Patrick Mitchell había sido muy irresponsable por dejarnos en una situación difícil, después de habernos proporcionado siempre lo mejor que el dinero podía comprar. Ahora estábamos sin un centavo.
Estaba descargando nuestras maletas con la ayuda de los empleados de la mansión, después de finalmente encontrar un pequeño apartamento asequible, cuando Rachel entró en el lujoso vestíbulo de la mansión en la que aún vivíamos, radiante de felicidad.
- ¡He conseguido dos millones de dólares! -dijo exultante.
Estuve a punto de saltar de alegría también, pero entonces recordé lo que ella se había ofrecido a hacer y conecté los puntos, dándome cuenta de que esa cantidad debía referirse a la subasta en la que se había puesto a la venta.
- ¿De verdad vas a seguir adelante con esa idea absurda?
- ¡Nada me impedirá de conseguir esos dólares, Sarah! ¡Nada!
Al decir esto con convicción inquebrantable, miró las maletas al pie de la imponente escalera que conducía al piso superior de nuestra casa, y la escena pareció afectarla, porque pronto fue tomada por sollozos convulsivos, dejando claro lo frágil que estaba, al igual que yo me sentía.
- ¡Lo hemos perdido todo, Sarah! -comenzó a decir entre sollozos-. ¿Cómo es posible que nos hayamos vuelto tan pobres de repente? No lo acepto... no lo acepto...
La abracé y traté de calmar su llanto, dejando que mis propias lágrimas fluyeran libremente por mi rostro.
Nos quedamos allí, consolándose mutuamente, como siempre lo hemos hecho desde que éramos pequeñas. Cuando Rachel parecía un poco más tranquila, se soltó de mis brazos y me miró con los ojos llenos de lágrimas, transmitiéndome toda la tristeza que la abrumaba en ese momento.
- Necesito salir. No puedo soportar ver cómo nuestras cosas son tiradas.
Por la misma puerta por la que Rachel había entrado hace apenas unos minutos, salió de nuevo y me dejó allí para resolverlo todo sola. Lamenté nuestra suerte, pero me puse manos a la obra. Nadie más lo haría por nosotras.
Rachel
Después de pasar un día muy agradable en casa de Shirley, mi mejor amiga y la única que se mantuvo a mi lado tras la pérdida repentina de mi estatus de heredera, ella me convenció de ir a una discoteca recién inaugurada en Seattle, algo que no fue tan difícil de lograr.
- Conocí al dueño del lugar -explicó Shirley-. Es un bombón y muy rico.
- ¿Cómo se llama? -Me interesé mucho en ese momento.
- Arthur Rodrigues. No lo conoces -aclaró enseguida-. Es brasileño y lleva poco tiempo aquí. No te ilusiones, porque siempre tiene una chica a su lado, aunque asegura que no es nada importante.
Shirley me explicó más sobre el lugar mientras nos arreglábamos, y cuando llegamos a la discoteca, concluí que tenía razón. La chica se llamaba Bruna y no se despegaba del tipo en ningún momento. Así que lo mejor era seguir firme con mi plan de subastar mi virginidad.
Unas horas después, mis pensamientos estaban nublados. Apenas podía pensar con claridad en nada. Ni siquiera sé con quién estoy hablando ahora, aunque es guapísimo e interesante.
Decidí ir al baño, intentar despejar mi mente. En otras palabras, escapar de ese extraño perturbador que podría arruinar todos mis planes de vida. Claramente no es un rico dispuesto a casarse y mantener a una esposa trofeo como pretendo ser.
- ¿Necesitas ayuda?
Miré a la persona a mi lado frente al espejo y me di cuenta de que era la chica de Arthur Rodrigues.
- Bruna, ¿verdad? -Pregunté, y hasta yo me di cuenta de lo confusa y diferente que sonaba mi voz.
- Así es -confirmó, acercándose aún más a mí y sugiriendo enseguida-. ¿Quieres quedarte un rato conmigo en la oficina de Arthur? Quizás te sientas mejor.
En ese momento, Shirley entró al baño y era evidente que me estaba buscando.
- ¡Aquí estás! -dijo, apartándose de Bruna-. Vamos de regreso al bar. Ese tipo está muy interesado en ti, chica.
No estaba en condiciones de negar nada en ese momento, pero Bruna intentó detenernos.
- Creo que es mejor que no regrese al bar, Shirley. No parece estar bien.
- ¡No tienes ni idea, chica! -Me di cuenta de que Shirley hablaba de manera muy grosera ahora-. ¡Vamos, Rachel!
Regresamos al bar y allí estaba él de nuevo. Hermoso, despertando en mí algo tan insano que, aunque no podía pensar con claridad en ese momento, tenía la verdadera convicción de que sería un gran problema en mi vida. No puedo enamorarme. ¡No puedo!
- Yo... necesito... irme -dije de manera vacilante, con la voz confusa.
- ¿Podemos volver a vernos? -sugirió, su sonrisa derritiéndome por completo.
- No estás en... mis planes... cariño.
- Sabes, creo que he encontrado al gran amor de mi vida -dijo, su rostro a pocos centímetros del mío-. Eres hermosa, Rachel.
Y me besó... Después de ese beso, fue imposible mantener la cordura; dejé caer todas mis reservas.