Capítulo 2 1. Cuento de hadas

~Kellyeanne~

De niña aprendí que las historias de amor eran una mentira, de adolescente lo confirmé, pero al crecer, Killian me enseñó que el amor existe y que es un sentimiento sano, genuino y maravilloso.

Mi nombre es Kellyeanne Meier, tengo veintiocho años, y soy la esposa de Killian Medsen, el segundo empresario más reconocido de Estocolmo y el segundo hijo de la familia Medsen. Una de las familias de la Élite Sueca. Para las personas normales como yo, acabar casada con un multimillonario atractivo, cariñoso y respetuoso, se puede asemejar a un cuento de hadas. Y lo es, yo vivo en un cuento de hadas. Tengo un matrimonio estable, perfecto y amoroso. Y espero que pronto podamos ser una familia completa, con los pequeños corriendo por el enorme jardín.

Abro mis ojos recibiendo la luz del sol, va a ser un día precioso. Todos los días que me levanto a su lado lo son, y es que cuando uno ama y es amado se siente bien, todo el tiempo.

–Despertó la mujer más hermosa del continente...– la voz de Killian atrae mi atención.

Giro la cabeza en dirección a la puerta y me encuentro a mi esposo medio desnudo. Lleva puesto su pantalón de pijama azul, dejando su torso al descubierto. Sus perfectos abdominales se marcan como consecuencia de su ejercicio. Posee fuertes brazos libres de algún tatuaje y en las manos una bandeja con un rico desayuno. Su cabello negro, casi siempre perfecto, luce desaliñado, sin quitarle el atractivo, el mismo que refuerza esa mirada de amor genuino que me lanzan esos ojos azules.

- ¿Del continente?...- pregunto con una sonrisa, mientras él se acerca a la cama.

- Sí...- me responde mostrando su perfecta dentadura. Me acomodo para recibir la bandeja y la coloca en mi regazo. - Jamás mis ojos verán una belleza que se iguale a la tuya, mi amor...

Sus palabras aceleran mi corazón, siempre lo hacen y se siente bien. Estar a su lado es lo mejor que me ha pasado en la vida.

- No digas cosas así...- susurro revisando la bandeja. Café, tostadas, mermelada y queso.

- Es la verdad...- dice agarrando una tostada. - Tengo a la mujer más hermosa de este planeta...- unta la mermelada. - Con esos ojos verde esmeralda, llenos de inocencia...- se me escapa una sonrisa - Esa sonrisa tan delicada... - me entrega la tostada. - tu cabello color zanahoria...

- Tú odias las zanahorias...- le recuerdo.

- Pero no a mi zanahoria...- acaricia mi cabello y se acerca para darme un beso. Solo basta con una caricia de sus labios para que la corriente recorra todo mi cuerpo.

Me inclino cayendo en su cercanía y nos besamos. La primera vez que me besó había sido por error, y aún así supe que él se había robado mi corazón. Ahora, tras varios años sus besos siguen siendo mi refugio, mi motor. Aún descubro el mundo entre sus besos y es maravilloso.

- Creo que se me fue el apetito...- le susurro al oído.

La sonrisa que me devuelve me provoca mariposas en el estómago. Con cuidado retira la bandeja para depositarla en la mesita de noche. Al no haber ningún muro entre nosotros, vuelve a mis labios, esta vez con más intensidad. Mi lengua recorre su boca, se encuentra con la suya y ahogo un jadeo. Con rapidez se sube a la cama despojándome de las sábanas y exponiendo mi cuerpo en un minúsculo camisón rojo.

- Llevo toda la noche queriendo quitarte ese camisón...- confiesa colocándose entre mis piernas. Con sus manos acaricia mi muslo, provocando que suelte un jadeo.

- ¿Y por qué no lo hiciste?...- le pregunto con la respiración entrecortada.

Me sonríe con complicidad mientras sus manos avanzan en su cometido. Con cuidado me va quitando el camisón y tengo que poner de mi parte para hacer desaparecer la prenda. Mi cuerpo queda expuesto y por la manera en que me mira sé que sigue siendo como la primera vez, noto ese brillo en su mirada.

- Porque te veías cansada...- me responde con calma, mientras me quita las bragas.

Ayer regresé algo cansada del trabajo.

- ¿No vas a llegar tarde al trabajo?...- me río al sentir sus besos en mi abdomen.

- Eso no importa...- agarra mi cintura y me acerca aún más. - El trabajo puede esperar...- su voz, ahora ronca, me estremece aún más.

Cierro los ojos unos segundos sintiendo cada caricia de una manera especial y única. Sus besos ascienden a mis senos y juega en esa zona delicada, siendo consciente de su provocación.

- ¿Alguna vez te he dicho que quiero jubilarme...? - pregunta y le miro divertida. Killian agarra una de mis piernas y la acomoda sobre su hombro, sin perder el contacto visual.

- ¿Por qué?...- pregunto con la voz temblorosa. Él sonríe satisfecho mientras con su otra mano dirige su masculinidad, ya liberada de esos pantalones, a mi entrada.

- Porque en días como éstos...- introduce la punta. Solo eso basta para que me desvanezca. - en los que quiero cogerte sin descanso, el trabajo me lo impide...- susurra decepcionado.

- Entonces deberíamos renunciar y quedarnos en estas cuatro paredes para siempre...- le sigo el juego.

- Es tentador...- gruñe sujetando mi cintura. - Pero me volvería adicto...

- ¿A qué?...

- A ti...- responde y me penetra de una sola estocada.

Un gemido se escapa de mi boca haciendo eco en toda la habitación. La sonrisa que me regala tras eso lo dice todo, llegaremos tarde al trabajo y realmente no me importa. Nada me importa cuando estamos juntos.

            
            

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