-Tranquilízate y mejor alístate. Debemos asistir al funeral de Faber. Le dije al comandante que nos encargaríamos de realizar la ronda en los establecimientos nocturnos. Sé que no es nuestra área, pero es un gesto de cortesía hacia los compañeros de Valenzuela, para que puedan tomarse unas copas y recordarlo con tranquilidad -menciona Mikel, con tono sereno, intentando calmar el ambiente.
-Hoy esperaba poder volver a revisar los informes, pero como el señorito me va ofreciendo sin consultar... -replica Alejandro.
Mikel sonríe ante las palabras de su amigo.
-¡Espero que no hayas incluido a Camelia dentro del turno! -Lo mira con una ceja levantada, esperando que confirme.
-Sé que ella es tu kriptonita -bromea el Noruego.
-No hagas que pierda mi buen humor. Te advierto que si ella llega a estar ahí, me voy y te dejo. A ese tipo de mujeres no las soporto.
Camelia es una mujer que no se le puede brindar un gesto de amabilidad, ya que lo toma por otro lado.
Marcello se levanta de su silla con gesto impaciente. Le lanza una última mirada de advertencia a Mikel antes de salir de la oficina rumbo a su recámara. Deben asistir a los actos fúnebres de su compañero caído en servicio.
-Tranquilo, no he incluido a Camelia en el turno -responde Mikel, siguiéndolo-. Nos vemos en media hora.
Marcello asiente, serio.
Mikel conoce a Marcello desde hace ocho años. Sabe que Camelia es justo el tipo de mujer de la que él huye: siempre ofrecida y entrometida. Sin embargo, por el bien de la investigación ha tenido que soportarla y sonreírle.
En algunas ocasiones incluso la ha invitado a tomar algo, pero para que ella no se sienta especial, también lo hace con sus otras compañeras solteras.
Marcello Alejandro entra a su recámara. Toma el uniforme que previamente había dejado sobre la cama para asistir al acto. Revisa que todo esté pulcro, alisa las solapas, acomoda la insignia. Luego se desviste e ingresa a la ducha.
El agua caliente cae sobre su cabeza y resbala lentamente por su cuerpo. Frota sus hombros con fuerza, como si quisiera borrar el peso acumulado de los últimos meses. Mientras lo hace, no puede evitar pensar en cómo llegó hasta allí.
Hace seis meses, Marcello Alejandro Gardini Martínez, junto con su socio Mikel Olsen, tomaron el caso Adams.
Según aparece en el expediente policial, Lee Jackson Adams, de 28 años, murió al chocar su automóvil contra una de las barandas del puente y caer de una altura de siete metros aproximadamente.
Testigos dicen que estaba conduciendo bajo los efectos del alcohol a una velocidad de 120 km por hora. Las cámaras de seguridad de los lugares aledaños misteriosamente fueron borradas.
Los familiares del occiso alegan que los resultados de la autopsia fueron manipulados y que el cuerpo fue entregado 24 horas después, esperando borrar las verdaderas causas del fallecimiento.
Lee Adams era el nieto del magnate de los espectáculos cinematográficos. La familia no acepta la versión de la policía y han decidido realizar su propia investigación.
El dinero nunca ha sido el problema. Con ayuda de contactos y favores personales que le debían al viejo Aurelio Lee, abuelo materno del chico, contrataron los servicios de la empresa de seguridad e investigaciones «Tecnologic M&M».
Los infiltraron en la estación de investigación de policía a donde pertenecen los agentes que realizaron el levantamiento del cuerpo y lo llevaron a la morgue. El anciano asegura que allí están las respuestas.
Alejandro y Mikel han encontrado inconsistencias, pero ninguna prueba. Quizás deban cambiar la táctica.
Hoy es ese día donde los resultados los frustran. Uno de los agentes inmiscuidos el día de la escena del crimen, y del que habían obtenido algunas pistas, fue asesinado aparentemente cumpliendo con su deber.
Se comprometieron a entregar resultados en seis meses. Ya solo les queda uno.
-¡Maldición! ¿Qué diablos estamos pasando por alto? -masculla entre dientes, golpeando suavemente la pared de la ducha con el puño cerrado, frustrado por las piezas del rompecabezas que aún no encajan.
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Salen de casa rumbo al cementerio, donde rendirán sus sentidas condolencias a la esposa y la pequeña hija de Faber.
Alejandro tiene la corazonada de que la muerte de su compañero tiene que ver con el caso Adams. La forma en que murió el agente Valenzuela también tiene muchos vacíos.
"¿Quizás la viuda sepa algo?"
Al llegar al cementerio, se acercan al féretro. Saludan a la viuda, una mujer joven, trigueña y delgada. En su rostro se refleja el dolor desgarrador por la pérdida de su esposo. Tiene los ojos enrojecidos, pero se mantiene firme, como si aferrarse al ataúd fuera lo único que la sostuviera.
No se ha querido alejar ni un segundo. Permanece allí, cerca del cuerpo de su difunto esposo, como si con su presencia aún pudiera traerlo de vuelta.
Al lado está una mujer mayor, que por el parecido con el agente se asume que es la madre del oficial Valenzuela.
Llega la hora del último adiós. Es el momento más triste, donde los sollozos no se detienen. Donde las lágrimas salen incontrolablemente.
Alejandro se aparta un poco y recorre con su mirada el lugar. Detrás de un arbusto ve a unos hombres que llaman su atención. Aunque se mantienen retirados, no dejan de observar.
Por un momento, se cruzan las miradas entre la viuda y aquellas personas, haciendo que la mujer tome en sus brazos con fuerza a su pequeña, como si buscase protegerla y alejarla de una amenaza.
Mikel, quien conoce muy bien a su amigo y socio, discretamente gira su rostro hacia donde están los hombres. Envía un mensaje a sus colaboradores para que los intercepten y averigüen todo sobre ellos.
Al terminar las exequias, se acercan a la viuda y su familia, despidiéndose. Tan solo intercambian un par de palabras.
No son unos principiantes. Seguirán interpretando su papel a la perfección. Y más ahora que han visto una luz en medio de tantas sombras.
Alejandro observa su reloj, un Rolex deportivo que le regaló su abuelo paterno al cumplir 16 años. A sus compañeros les ha hecho creer que es una imitación.
Son las seis de la tarde. No tienen tiempo de cambiar sus uniformes; deben realizar un recorrido por la zona rumbera de la ciudad.
Se despiden de sus compañeros y de sus jefes, partiendo para cumplir con la tarea asignada.
Llegan al automóvil y disputan por quién manejar.
-Pásame las llaves -le dice Mikel, extendiendo la mano.
-¡Oh no! ¡Ni lo sueñes! La última vez que manejaste mi automóvil, tuvo que permanecer un mes en el taller -responde Ale, señalando con un dedo-. No volveré a tomar riesgos contigo.
-¡Tú estrellaste mi Mercedes! Y no lloro como tú por un rasponcito. Y mucho menos por un automóvil que no es de colección.
-Mi bebé puede que tenga las latas de un automóvil corriente, pero por dentro tiene un motor mejor que el tuyo. Así que deja de menospreciar mi coche o te irás caminando.
-¿Qué estaré pagando en esta vida para soportar a un tipo tan pesado como tú? -manifiesta Mik, colocando sus manos a manera de súplica y mirando al cielo.
-Cállate y súbete -ordena Alejandro frunciendo el ceño.
Suben al automóvil y programan el recorrido.
-¿Conoces Valleys In The Dark?...