- Estás loca si piensas que voy a hacer algo así -respondió mientras tomaba el vaso con la orina y lo tiraba a la basura-. Ese hombre ni siquiera se disculpó con mi familia por la humillación que nos hizo pasar. ¿Crees que va a aceptar tener un hijo conmigo?
Dominique comprendió que los argumentos de Antonella tenían todo el sentido.
- ¿Y entonces qué piensas hacer? -preguntó con impaciencia, sin darse cuenta de que sus cuestionamientos solo empeoraban las cosas-. Porque la única solución después de esto es abortar a ese niño.
Antonella se horrorizó con esas palabras. Jamás consideraría esa posibilidad. Un aborto estaba fuera de discusión, incluso si el padre de esa criatura era un irresponsable.
- Jamás haría algo así -rechazó de inmediato la idea-. Este niño es el menos culpable de toda esta tragedia.
Tomó su bolso, sintiendo cómo la ansiedad le oprimía la garganta. Apenas podía respirar ante aquella situación. Miles de preguntas surgían en su mente al mismo tiempo: ¿Cómo ocultaría el embarazo? ¿Cómo criaría a ese niño? ¿Cómo seguiría adelante sin ningún apoyo?
- Enrico va a rechazar a una hija soltera y embarazada en su casa -sus pensamientos cobraron vida y escaparon de sus labios-. Necesito conseguir un empleo e irme de esta ciudad.
- No puedes estar hablando en serio -Dominique la miró con los ojos muy abiertos-. ¿De verdad vas a seguir adelante con este embarazo, sabiendo que podría arruinar tu vida?
- No seas tan cruel, Dominique -la recriminó-. Y este será nuestro secreto. Nadie puede saber que este niño existe.
Parecía que Antonella ya había tomado su decisión, y, conociéndola bien, nadie lograría hacerla cambiar de opinión. Se sobresaltaron cuando el dueño de la farmacia golpeó la puerta metálica, exigiendo que desalojaran el baño de inmediato. Estaban tan absortas en el problema que habían olvidado dónde estaban y cuánto tiempo llevaban allí.
Ya en el coche, Dominique parecía confundida sobre qué hacer. La angustia de Antonella la hacía sentir vulnerable.
- ¿Qué hago ahora? -miró por el parabrisas con la mirada perdida-. ¿Te llevo de regreso a la entrevista o te ayudo a escapar de la ciudad?
- Me postulé a un empleo fuera de la ciudad hace unos días -confesó Antonella-. La entrevista es dentro de dos días. Si me esfuerzo un poco, quizá consiga trabajar como mesera.
Dominique la miró con el corazón roto al imaginarse despidiéndose de Antonella.
- Ojalá tuviera la mitad del valor que tú tienes -dijo mientras tomaba la mano de Antonella y la apretaba cariñosamente-. Yo, en tu lugar, ya habría perdido la cabeza.
Eso hizo que Antonella riera por unos segundos, pero la angustia pronto volvió a apoderarse de su corazón.
- Al menos esta vez, Enrico no se enfadará conmigo por haber faltado a la entrevista otra vez -comentó, con un toque de diversión, por haber engañado a su padre-. Nadie sabía que iba a intentar este empleo por desesperación.
- Entonces, ¿de verdad estás dispuesta a irte?
- No tengo otra alternativa -respondió con los ojos llenos de lágrimas y el rostro enrojecido por el dolor-. Necesito tomar el control de mi vida a partir de ahora, y este hijo es lo que necesitaba para tomar esta decisión.
Una lágrima rodó por el rostro de Dominique mientras se inclinaba para abrazarla. Permanecieron así durante unos minutos.
- ¿Y cuándo te vas? -preguntó Dominique con la voz entrecortada, limpiándose el rostro empapado de lágrimas.
- Hoy de madrugada -respondió-. Tengo algo de dinero ahorrado desde mi adolescencia. Creo que será suficiente para mantenerme unos días.
Dominique se inclinó, tomó el bolso que estaba en el asiento trasero y sacó algunos billetes que le entregó a Antonella. Al principio, ella se negó a aceptar porque era una cantidad demasiado alta, pero terminó siendo convencida.
- Es lo mínimo que puedo hacer por ti -dijo cuando Antonella tomó el dinero de sus manos-, pero tienes que prometerme que volverás al menos para visitarme. Quiero conocer a mi sobrino.
Antonella sonrió, prometiéndolo, aunque sabía que sería difícil cumplir con su palabra. Se iría de esa ciudad para no volver jamás. Llegó a casa silenciosamente y se encontró con los ojos furiosos de Enrico. Antes de que él pudiera decir algo, ella lo interrumpió.
- Conseguí un trabajo, papá. -Él abrió los ojos sorprendido, aunque había rastros de incredulidad-. Empiezo mañana, y después de eso ya no tendrás que preocuparte por mí.
Lo miró por última vez y subió las escaleras. Pasó la tarde empacando sus cosas para partir. Lloraba al recordar momentos del pasado y lamentaba que su vida hubiera tomado un rumbo tan imprevisible. Pasó la mano suavemente sobre su vientre, prometiéndole a su hijo que sería el más amado de todos, tanto que no sentiría la falta de un padre.
Cuando cayó la noche, bajó para compartir su última cena en familia. Irónicamente, Enrico no estaba en casa, lo cual aliviaba un poco el peso de ese momento. Observó a Francesca preparar su plato favorito, mientras Alessia se distraía con el celular, ignorando por completo la presencia de Antonella.
Sin duda, la única persona a la que Antonella extrañaría en esa casa sería a su madre. Francesca siempre le había demostrado amor, y Antonella lamentaba profundamente tener que decepcionarla.
- Tu padre me dijo que conseguiste un trabajo -celebró Francesca con alegría, sin imaginar que esos serían sus últimos momentos con Antonella.
- Ya era hora, ¿no, mamá? -comentó maliciosamente Alessia-. Antonella no hace nada en esta casa más que buscar trabajo. Es una completa inútil.
La sangre de Antonella hirvió al escuchar esas palabras y estuvo a punto de darle a Alessia una respuesta contundente, pero se contuvo y solo dijo:
- Mi inutilidad ya no será un problema para ti, Alessia. -Hizo una pausa y agregó-: De hecho, a partir de hoy podrás disfrutar de todos los privilegios solo.
- No digas eso, Antonella -intervino Francesca, con el semblante pesado y triste-. Hasta parece que te estás despidiendo.
Y en realidad lo estaba. Después de lavar los platos juntas, Antonella abrazó a su madre y se despidió, diciendo que necesitaba dormir temprano debido al trabajo. Pero esa noche no durmió. A la hora pactada, bajó por las escaleras que crujían como si quisieran delatar su fuga, y subió al auto de Dominique. Una hora después, llegaron a la terminal de autobuses de la ciudad.
- No le digas a nadie, adónde, voy, ni siquiera bajo tortura -Antonella le hizo prometer-. Seguiremos en contacto.
- Cuídate -Dominique la abrazó llorando una vez más-. Te extrañaré.
Antonella también la extrañaría. Subió al autobús, saludando por última vez a Dominique. Contuvo el llanto hasta donde pudo, cuando finalmente entendió que ahora estaba sola. Se dirigía a una ciudad desconocida para tener a su hijo lejos de todos.