Capítulo 4 La senda de los lobos

En las vastas y heladas montañas del norte, donde el viento ululaba como una sinfonía eterna y los árboles se alzaban como guardianes ancestrales, existía una leyenda que todos los habitantes del pequeño pueblo de Valdebruma conocían pero pocos se atrevían a mencionar. Era la historia de los Lobos de la Senda, una manada que, según se decía, no era como las demás.

En el corazón de ese paraje, más allá de donde los hombres comunes se atrevían a llegar, vivía Alarik, el joven hijo del último cazador de Valdebruma. Su padre, Sven, era conocido por sus proezas en la caza, pero también por haber tenido un encuentro que casi le costó la vida. Una noche, mientras cazaba ciervos en el claro del bosque, Sven fue atacado por un lobo enorme, con ojos de fuego y pelaje blanco como la nieve. Solo sobrevivió porque, según él, otro lobo de pelaje oscuro intercedió, salvándolo de una muerte segura.

Desde entonces, Sven había cambiado. Su semblante se tornó sombrío y hablaba poco. Solía advertir a Alarik sobre los peligros de la montaña, especialmente de la Senda de los Lobos, un antiguo camino que serpenteaba a través de los picos más altos, cubierto por una bruma que nunca se disipaba. Nadie sabía con certeza qué había más allá de la bruma, pero las historias decían que los lobos de la Senda protegían un antiguo secreto, uno que podía cambiar el destino de quien lo descubriese.

Alarik creció fascinado por esas historias, deseando saber más, mientras su padre insistía en que nunca se acercara a ese lugar. Pero cuando Sven enfermó gravemente, y con su última aliento le dijo a Alarik que debía mantenerse alejado de la Senda, el joven no pudo evitar sentir que estaba destinado a desafiar aquella advertencia.

Un año después de la muerte de Sven, el invierno llegó más temprano que de costumbre y con una ferocidad que no se había visto en décadas. Las provisiones en Valdebruma escaseaban, y el miedo se apoderó de los habitantes. Fue entonces cuando Alarik, decidido a encontrar una solución, recordó las palabras de un anciano del pueblo, quien le había contado sobre un lugar más allá de la Senda donde la tierra era fértil incluso en invierno y los animales abundaban.

Esa noche, con la luna llena iluminando el camino, Alarik partió hacia la Senda. Con su arco en la espalda y una pequeña bolsa de cuero llena de provisiones, comenzó a ascender por el sinuoso camino, decidido a encontrar el lugar que, según la leyenda, podría salvar a su pueblo.

El frío era cortante y la bruma se hacía más densa a medida que avanzaba. Pero Alarik no se detuvo. Su corazón latía con fuerza, tanto por la emoción como por el miedo, mientras escuchaba a lo lejos el aullido de los lobos. Sabía que no estaba solo.

De repente, una figura se materializó frente a él entre la bruma. Era un lobo enorme, de pelaje oscuro y ojos penetrantes. Alarik retrocedió, pero el lobo no mostró signos de agresión. En cambio, se sentó en silencio, mirándolo fijamente.

-¿Quién eres? -preguntó Alarik, sabiendo que su pregunta era absurda pero sintiendo una conexión inexplicable con la criatura.

El lobo inclinó la cabeza y, para sorpresa de Alarik, una voz resonó en su mente.

-Soy Khaeros, guardián de la Senda. ¿Por qué has venido aquí, humano?

Alarik, temblando tanto por el frío como por la sorpresa, respondió:

-Busco salvar a mi pueblo. Nos enfrentamos a un invierno cruel y necesitamos recursos para sobrevivir. He oído que más allá de esta Senda hay un lugar donde la tierra es generosa incluso en esta época.

Khaeros lo miró en silencio por un momento antes de responder.

-La tierra que buscas es sagrada. Está protegida por mi manada y por mí. Solo aquellos con un corazón puro y un propósito noble pueden atravesarla. Si fallas, nunca regresarás.

Alarik asintió, decidido.

-Estoy dispuesto a arriesgarlo todo por mi gente.

El lobo se levantó y comenzó a caminar por la Senda, mirando hacia atrás para asegurarse de que Alarik lo seguía. A medida que avanzaban, la bruma parecía despejarse ligeramente, revelando un camino antiguo, cubierto de runas desconocidas que brillaban con una luz tenue.

Horas después, llegaron a un claro donde la nieve era menos densa, y un calor inusual emanaba de la tierra. Alarik sintió que sus fuerzas regresaban mientras observaba el paisaje. Allí, en medio del claro, había una cueva rodeada de árboles altos que no se parecían a ninguno que hubiese visto antes. De la cueva emergieron más lobos, todos tan majestuosos como Khaeros, pero lo que llamó su atención fue un anciano que caminaba entre ellos, con un bastón adornado con runas.

El anciano sonrió al ver a Alarik y lo saludó con una voz suave pero poderosa.

-Bienvenido, joven. Soy Theros, el sabio de la Senda. Has demostrado valor al llegar hasta aquí, pero aún te queda una última prueba.

Alarik se acercó, sintiendo el peso de las miradas de los lobos sobre él.

-Haré lo que sea necesario -dijo con firmeza.

Theros levantó su bastón y apuntó hacia la cueva.

-Dentro de esta cueva, hallarás el Corazón de la Tierra, una piedra que emana vida y prosperidad. Debes llevarla de vuelta a tu pueblo, pero ten cuidado, pues su poder es inmenso y puede consumir a quien no esté preparado.

Sin dudarlo, Alarik entró en la cueva, donde una luz cálida lo guió hacia el interior. En el centro, sobre un pedestal de piedra, yacía la piedra brillante, pulsando con una energía viva. Al tocarla, sintió una oleada de fuerza y comprensión, como si la naturaleza misma le hablase.

Con la piedra en manos, salió de la cueva y se encontró nuevamente con Theros y Khaeros.

-Has pasado la prueba, Alarik. Ahora eres parte de la Senda. Siempre que necesites nuestra ayuda, solo llama y los Lobos de la Senda acudirán.

Alarik regresó a Valdebruma con la piedra, y en cuestión de días, el invierno comenzó a amainar. Las cosechas volvieron a crecer y los animales reaparecieron. La gente del pueblo, maravillada, agradeció a Alarik por su valentía, sin saber el verdadero secreto de su éxito.

Desde aquel día, Alarik fue conocido como el Guardián de la Senda, el puente entre los hombres y los lobos, y la leyenda de los Lobos de la Senda se convirtió en un símbolo de esperanza y unión en Valdebruma. Y aunque los habitantes jamás vieron a los lobos, sabían que siempre estaban ahí, vigilando desde la bruma.

            
            

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