En el corazón de la antigua ciudad de Velarna, donde las calles estrechas se retorcían como serpientes y las sombras parecían susurrar secretos olvidados, se alzaba una mansión imponente y oscura, conocida simplemente como la Residencia Blackthorn. La estructura gótica, con sus torres y gárgolas, había sido testigo de siglos de historia y, según las leyendas, era el hogar de un linaje de vampiros.
Nadie en Velarna se atrevía a acercarse a la mansión, especialmente después del anochecer. Se decía que aquellos que lo hacían nunca regresaban, y los más viejos del lugar contaban historias de cómo las noches en la ciudad se volvieron más oscuras desde la llegada de los Blackthorn. Pero estas advertencias no significaban nada para Adrien, un joven historiador que había dedicado su vida a desentrañar los misterios de Velarna.
Adrien estaba obsesionado con la Residencia Blackthorn. Había estudiado todos los registros históricos disponibles, pero ninguno explicaba claramente el origen de la familia ni cómo habían llegado a la ciudad. Los documentos más antiguos mencionaban a un tal Lucien Blackthorn, un hombre de gran influencia, cuya presencia dominaba la sociedad de Velarna, pero siempre de manera distante, como una sombra.
Determinado a descubrir la verdad, Adrien decidió que debía entrar en la mansión. Armado con su linterna y un diario para anotar sus hallazgos, esperó hasta el atardecer, cuando las calles de Velarna se vaciaban y las luces se apagaban.
El camino hacia la Residencia Blackthorn estaba cubierto de niebla, y el aire se sentía más frío a medida que Adrien se acercaba. Al llegar a las enormes puertas de hierro, empujó con fuerza, y para su sorpresa, se abrieron con un crujido estremecedor.
El interior de la mansión era aún más sombrío de lo que había imaginado. Las paredes estaban decoradas con tapices antiguos, y los candelabros colgaban del techo, cubiertos de telarañas. El silencio era absoluto, roto solo por el eco de sus propios pasos.
Adrien avanzó con cautela, explorando cada habitación, buscando pistas sobre los Blackthorn. Encontró salones majestuosos llenos de muebles antiguos, una biblioteca con estanterías que se elevaban hasta el techo, y un comedor con una mesa larga cubierta por un mantel polvoriento.
Pero lo que más le llamó la atención fue una puerta oculta detrás de un gran cuadro que representaba un bosque tenebroso. La puerta estaba entreabierta, y una tenue luz roja se filtraba desde el interior. Adrien, guiado por una mezcla de curiosidad y una sensación de peligro inminente, entró.
Al otro lado de la puerta, encontró una escalera de caracol que descendía hacia las entrañas de la mansión. Cada paso que daba resonaba en el vacío, y la luz roja se hacía más intensa a medida que avanzaba.
Finalmente, llegó a una sala subterránea iluminada por antorchas que ardían con una llama escarlata. En el centro de la sala, había un altar de piedra, y sobre él, una figura que parecía estar dormida. Era un hombre alto, de rasgos afilados y cabello oscuro, vestido con ropas elegantes de otra época.
Adrien se acercó con cautela, pero antes de que pudiera hacer nada, los ojos del hombre se abrieron de golpe, revelando un brillo rojo intenso que lo dejó paralizado. La figura se levantó con una gracia sobrenatural y miró a Adrien con una sonrisa que mezclaba fascinación y amenaza.
-Has sido valiente al venir hasta aquí, humano -dijo el hombre, con una voz suave pero autoritaria-. Soy Lucien Blackthorn, y he estado esperando a alguien como tú.
Adrien intentó retroceder, pero sus piernas no respondían. Sentía que la mirada de Lucien lo atrapaba, como si le absorbiera la voluntad.
-¿Por qué me esperabas? -logró preguntar, aunque su voz temblaba.
Lucien se acercó, su presencia llenando la sala.
-Porque sabía que tarde o temprano alguien vendría a buscar la verdad. Pero la verdad tiene un precio, Adrien. ¿Estás dispuesto a pagarlo?
Adrien, aunque asustado, no pudo resistir su curiosidad. Asintió lentamente, y Lucien sonrió con satisfacción.
-Muy bien -dijo-. Entonces te contaré la historia de los Blackthorn, pero debes saber que una vez que la conozcas, no habrá vuelta atrás.
Lucien comenzó a relatar su historia. Contó cómo, siglos atrás, había sido un hombre mortal, pero su ambición lo llevó a buscar el poder eterno. Un día, una extraña mujer apareció en Velarna, prometiéndole inmortalidad a cambio de su alma. Lucien aceptó sin dudarlo, y así se convirtió en el primer vampiro de los Blackthorn.
Desde entonces, su linaje creció, alimentándose de la sangre de los vivos, pero siempre desde las sombras, sin llamar demasiado la atención. Sin embargo, la sed de sangre era insaciable, y Lucien se dio cuenta de que su inmortalidad era tanto una bendición como una maldición. Vivía eternamente, pero a costa de la vida de otros.
Adrien escuchó, fascinado y horrorizado al mismo tiempo. Comprendió que la existencia de los Blackthorn había moldeado la historia de Velarna de maneras que nadie podía imaginar. Pero antes de que pudiera procesar completamente lo que había aprendido, Lucien se acercó más, y Adrien sintió un frío mortal apoderarse de él.
-Ahora, Adrien, debes elegir -dijo Lucien-. Puedes unirte a mí y compartir mi destino, o convertirte en otro de los secretos olvidados de esta mansión.
Adrien sabía que no tenía escapatoria. Las palabras de Lucien eran una sentencia, y el destino que le esperaba estaba sellado. Cerró los ojos, aceptando lo inevitable, mientras sentía el aliento helado de Lucien acercarse a su cuello.
A la mañana siguiente, en Velarna, nadie vio a Adrien salir de la mansión. La ciudad despertó con la misma bruma y las mismas sombras, mientras la Residencia Blackthorn permanecía como siempre: en silencio, esperando a su próxima víctima.
Y así, la leyenda de los Blackthorn continuó, alimentándose de la curiosidad de los vivos, perpetuando el ciclo de la sed eterna, en un lugar donde el tiempo parecía haberse detenido para siempre.