/0/15528/coverbig.jpg?v=d2cdc05e43438075282e4b427f26d052)
Kamelia
¿Qué podía decir al respecto?
Ese chico sonreía de oreja a oreja, con un aire tan peculiar que de inmediato me recordó al gato de Cheshire de Alicia en el País de las Maravillas. Su sonrisa burlona y actitud altanera me dejaron desconcertada; alzé las cejas con sorpresa, incapaz de ocultar mi asombro ante su descarado sentido del humor.
Intenté disimular. No quería cruzar palabra alguna. Me puse la capucha del suéter sobre la cabeza y fingí no escuchar lo que me decía. Me hice la desentendida mientras él, con una agilidad casi felina, se agachó en cuclillas y recogió los papeles que había dejado caer. Me los entregó sin apartar los ojos de mí, con esa mirada curiosa que comenzaba a incomodarme.
-Gracias -murmuré con nerviosismo. Vaya... increíble que él me ponga nerviosa.
-No es nada, gatita de ojos verdes.
Por Dios... ¿otra vez con lo de gatita?
Decidí ignorarlo. Solo actuaría con naturalidad. Le dediqué una sonrisa forzada y retomé mi camino.
Me dirigí por el largo pasillo de la prestigiosa universidad. A mi lado, el desconocido caminaba con tranquilidad, como si nos conociéramos de toda la vida. Me hizo una seña para indicarme por dónde debíamos ir. Supuse que era el camino al auditorio. Al parecer conocía bien el lugar.
Entramos por una enorme puerta. Él iba detrás de mí. Eché un vistazo por encima del hombro y, como era de esperarse, sus ojos seguían fijos en mí. No apartaba su mirada, como si intentara descifrar quién era yo realmente.
El gran auditorio me dejó sin palabras. Cientos de estudiantes ya estaban sentados en sus lugares, las sillas eran lujosas y todo lucía meticulosamente organizado. Los maestros se encontraban sobre la gran tarima, ajustando micrófonos y papeles, preparando lo que sería el discurso de bienvenida.
-Son bastantes alumnos -susurré para mí misma, creyendo que él ya se había quedado atrás.
-Sí, son muchos... y aún hay más al otro lado de este auditorio -respondió con esa voz confiada que ya empezaba a reconocer.
Abrí los ojos con asombro al oírlo. Definitivamente esta universidad era más impresionante de lo que había imaginado.
-¿Ohh, en serio? -volví a murmurar.
Él asintió con una sonrisa, esa que parecía no querer abandonar su rostro.
Poco después, el rector comenzó a hablar, dándonos la bienvenida. Explicó detalladamente los reglamentos, la misión, la visión y todo lo necesario para comprender la magnitud de estar en una institución como aquella. Era claro que lo que venía no sería fácil... pero sí memorable.
******
Luego de estar casi una hora ahí dentro, todos salimos en orden. El chico desconocido sigue detrás de mí. Les diré que su actitud me está poniendo nerviosa, ni yo misma sé por qué. Realmente es un desconocido fastidioso.
Caminamos por unos grandes pasillos que supongo nos llevarán al salón donde podremos ver las carreras, las materias asignadas y los horarios. Todo aquí es lujoso, incluso el piso por donde uno camina. Al llegar al gran salón, varias chicas y chicos se acercan a la pantalla gigantesca que indica las carreras.
-¿Qué estudiarás? -pregunta el chico bonito de ojos grises.
-Lenguas -respondo sin quitarle la mirada.
-Vaya, qué coincidencia.
-¿De veras? ¿Estudiarás lo mismo o ya estás estudiando? -una leve sonrisa aparece en la comisura de sus labios.
-Todos los que estamos en este sector somos de primer ingreso, nenita. Por lo tanto, es mi primer año -asiento, regresando mi vista hacia la pantalla.
-Me llamo Dorian. ¿Y tú, gatita?
Nuevamente me giro hacia él.
-Mucho gusto, Dorian. Pero, ¿por qué quieres saber mi nombre?
Él frunce el ceño y chasquea la lengua. Resoplo y le digo mi nombre.
-Karime Kalina Claris. Y deja de decirme "gatita", por favor.
Ríe bajito. Se ve adorable al sonreír, es muy guapo.
Una voz chillona me saca de mi trance. Una chica llama a Dorian y se le acerca. Es muy linda, de cabello rojizo, viste con mucha elegancia y lo abraza con fuerza. Ambos tienen un parecido tremendo; deben ser parientes.
A su lado hay otra chica guapa, de cabello negro lacio y ojos marrones. Noto cómo lo mira embobada. Se acerca más a él y roza su labio... rápidamente aparto mi mirada.
Camino buscando el salón de leguas extranjeras. Después de una búsqueda irremediable, por fin lo encuentro. Entro y veo muchos alumnos hablando entre ellos. Al pasar hacia la sección, todos se quedan en silencio. No entiendo por qué. Busco un pupitre vacío y encuentro uno al final de la primera fila. Dejo mi mochila sobre la pequeña mesa y saco mis apuntes.
Levanto la mirada y noto cómo algunas chicas no dejan de mirarme. Cuchichean y ríen a carcajadas. ¿Será que parezco una payasa? ¿O mi atuendo les da gracia?
Bah, qué me importa una mierda. Me encojo de hombros, ignorando las miradas incrédulas de varias chicas que parecen salidas de una revista porno. Río para mis adentros.
Escribo garabatos en mi cuaderno mientras espero que entre la docente. Tal parece que las pornógrafas dejaron de verme... hasta que un golpe en mi silla me hace empuñar las manos.
-Hola, cuatro ojos, tal parece que tienes mucho frío -levanto la mirada hacia la voz gruesa. Un chico alto, rubio y de ojos verdes me mira con burla.
Resoplo sin darle importancia. Bajo la mirada hasta mi cuaderno. El maldito hijo de Satán vuelve a golpear la silla. Oigo las risas de algunos alumnos. Juro que si lo vuelve a hacer va a conocer mi parte mala.
-Oye, pato feo, ¿acaso eres sorda o muda? -golpea la silla de nuevo. Maldita sea, esta vez se la verá en grande conmigo.
Me levanto del pupitre, enojada. Clavo mis ojos en él. Hago mis manos en puños y, sin pensarlo, le propino una fuerte bofetada.
Todos dejan de hablar y reír. Mierda, me dolió la mano.
-¡Maldita! ¿Cómo te atreves? -grita furioso. Veo cómo levanta la mano para golpearme. Cierro los ojos, pero el golpe no llega. Oigo el bullicio de los alumnos y, al abrirlos, me encuentro con la espalda ancha de un chico.
-¿Acaso eres un marica para querer pelear con una mujer? -esa voz... es Dorian.
-No te metas, cuñadito -le dice el maldito rubio.
-Tú no eres mi cuñado, Luis. Estás muy equivocado. Y te lo advierto, acá no te hagas el hombrecito.
Ambos se lanzan miradas asesinas. Una voz suave pero firme interrumpe la tensión.
-Muy buenos días, niñatos. Espero que empecemos bien las clases. Una escenita más como esta y les pongo un cero a todos en mi clase de francés.
Qué directa es la maestra. Al parecer, todos obedecen. Nadie dice una palabra en toda la clase.
-Bien, niñatos. En esta hoja que les daré pondrán su nombre completo, edad, por qué eligieron esta carrera y otras cosas que están escritas. Espero que esté todo completo, ya que vale su primer puntaje acumulativo. Ahora, manos a la obra, y en silencio.
Todos empezamos a escribir. Realmente esta maestra es muy firme en su trabajo. Aún no se ha presentado, debe ser de esas mujeres que no le dan importancia a las formalidades.
La clase está por terminar. Todos entregamos la hoja llena. La maestra se presenta finalmente. Su nombre es lindo, pero no dice nada más.
Amelia Crespo. Eso fue lo único que replicó antes de salir del salón.
Empaco mis cosas y miro a mi compañero, que hace lo mismo. Trata de hablarme, pero lo ignoro. Salgo del salón ignorando a varias "pornógrafas" que no dejan de mirarme con asco.
¿Se preguntan por qué les puse ese apodo? Pues verán: la mayoría está vestida con minifaldas mostrando el muslo y el vientre, ni hablar de los escotes. Y el maquillaje... ¡ags!, sin palabras. Sé que no debo juzgar, no soy la indicada, pero por Dios, ¡es una universidad, no un prostíbulo!
Suspiro varias veces mientras camino hacia la salida. Ya todos se están marchando, algunos riquillos en sus autos lujosos, otros en motocicletas.
Waaa, me encantaría sentir la adrenalina en una de esas motos gigantes, como una Pulsar. Conozco bastante de autos y motos, trabajé en un taller mecánico durante dos años. Desde entonces, me fascinan. Incluso he estado en carreras de autos. Joder, en esa parte sí envidio a los riquillos.
Camino rápidamente hacia la salida. Muchas niñatas no dejan de mirarme. Sé que es por mi ropa. Ruedo los ojos y sigo mi camino. Me detengo en la acera a esperar el metro.
Mientras pongo mi trasero en la banca de metal, un Audi A6 negro se estaciona muy cerca de mí.
-Gatita, anda, sube. Te daré un aventón - menciona Dorian. Qué molesto se ha vuelto en pocas horas.
-No es necesario, gracias -le digo seria.
Él sonríe. Parece que no se cansa de hacerlo.
-No seas malita, gatita. Anda, sube, por favor.
Oh, María y José... denme paciencia con este niñito rico.
-Está bien, solo por esta vez... y por agradecerte lo del salón.
El bonito sonríe. Sale del coche, abre la puerta del copiloto. Me adentro y tomo lugar en la cómoda silla del auto.
-Gracias. Y espero que sea la última vez.
Dorian arranca a toda velocidad. Ambos estamos en un silencio incómodo.
Ahora lo único en lo que pienso es en cómo deshacerme de él. Solo espero que no le cuente a nadie que trabajé en un burdel.