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Dorian
Tuve que mentirle a mis papás al decirles que saldría con Alan, por suerte me creyeron. Sé que ya soy mayorcito para estar informándoles de todo, pero aún no soy totalmente independiente. Bueno, no del todo, ya que hago mi dinero en las rampas y carreras ilegales junto a Alan. Ese es un secreto que sólo los dos sabemos.
Llego al local de Diamantes, es muy exótico. Sólo espero poder ver a la chica. Al entrar, se oye el bullicio y la música movida a todo volumen; las luces de colores parpadean por todos lados, la pista está repleta de personas mojadas en sudor. Busco a la chica con la mirada pero no la encuentro. Tomo lugar en la barra. La misma chica de la noche anterior me atiende, y al verme, me saluda coqueta, sin disimular en lo absoluto. Pido un vaso de margarita, y mientras me lo tomo a sorbos, busco a la gatita de ojos verdes.
Las luces iluminan la tarima. Suena una música movida y exótica. La chica que tanto anhelé ver aparece bailando de una manera provocativa. Su mirada es seria, lleva una peluca de color negro. El atuendo que utiliza es demasiado para la imaginación...
Sólo viste un sostén de diamantes color negro, unos pantis con mallas negras y tacones brillantes. Su rostro está maquillado de una manera que la hace ver diferente a la chica de esta mañana. Baila moviendo el cuerpo de forma tan, pero tan provocativa, que todos los hombres presentes aplauden como desquiciados. Me enferma eso. Ni yo entiendo el porqué... o sí lo sé, pero no quiero reconocerlo.
Luego de presenciar semejante espectáculo, la veo bajar y adentrarse en un camerino, mientras yo pido otro servicio de margarita para esperar que salga. A la media hora, ella sale enfundada en un hermoso vestido negro cubierto con una chamarra, su cabello rubio con mechones rojos. Su rostro luce diferente... es como si no le agradara lo que hace. Varias chicas se le acercan y le dicen algo. Ella gira su rostro hacia una mesa, donde un hombre algo mayor levanta su copa y la llama con señas. Empuño las manos. ¿Será que ella va hacia el llamado de ese hombre? ¿Quién demonios es?
La veo fruncir las cejas, hace una mueca de desagrado y gira sobre sus talones, caminando hacia la salida, ignorando a todos a su alrededor. Dejo un billete en la barra y camino de prisa para alcanzarla. Salgo del lugar y la busco con la mirada. Ella camina rápidamente. Joder, sí que camina de prisa. Subo a mi auto, manejo despacio para ir tras de ella. Enciende un cigarrillo y se lo fuma.
Dios... esta chica es muy joven para tales vicios. Se detiene y gira su rostro. Maldición, se ha dado cuenta que la estoy siguiendo.
-¿Ahora te da por seguirme, eh? -lo dice con picardía.
Bajo del auto, camino hacia ella y le respondo seguro:
-Sí, sigo lo que me gusta.
Se muerde el labio. Me gustaría ser yo quien lo hiciera.
-Vamos, te puedo llevar a tu casa.
-No, gracias. Sólo faltan unas cuadras, tomaré un taxi.
Niego, tomándole la mano. Ella trata de zafarse, pero no la dejo.
-Ya es tarde. ¿No tienes miedo de subir a cualquier taxi?
-No, ¿para qué tener miedo? -murmura firme.
-Sí que eres valiente, gatita.
-Es mejor ser valiente y no débil -recalca con seriedad.
-No importa tu valentía por hoy. Así que anda, sube.
Alza las cejas y, sin más, sube al auto.
Manejo despacio. No quisiera ir a dejarla... por ahora me gusta tenerla cerca de mí. La miro de reojo. Está tan callada como hoy lo estuvo en la universidad, aunque diferente. No está nerviosa como cuando la vine a dejar después de clase.
A los pocos minutos llegamos. Pide que la deje en el puente. Ella baja y yo la sigo. Se acerca al gran puente de hierro.
-Gracias por traerme.
-No fue nada, bonita. Para mí ha sido un placer.
Miro el lago, cómo brilla fosforescente por la luz que provocan las luciérnagas.
-¿Te gusta este lugar? -pregunto.
-Sí, me encanta. Es muy lindo ver cómo el lago brilla todas las noches. Algún día me gustaría ir al Lago de las Luciérnagas.
-Sería una buena idea. ¿Ya has ido?
Niega suspirando.
-Ya veo... pero algún día irás, no lo dudes.
-No lo dudo -dice esbozando una linda sonrisa que me fascina. Y no hay duda... esta chica me gusta mucho.
Sin pensar tanto, la tomo con delicadeza del cuello para besarla.
-¿Qué... qué haces? -pregunta nerviosa.
No le respondo, ya que uno mis labios con los de ella. Sus ojos se agrandan, pone sus manos en las mías para que la suelte. Intensifico el beso, saboreando la suavidad de su labio. Noto que no me sigue el juego, pero sigo explorando su boca. El agarre de sus manos baja hasta mi espalda; me aprieta con fuerza.
Detengo el rico beso y la miro a los ojos. Están cerrados. Nuevamente uno mi labio al de ella. Me doy cuenta que es inexperta en el beso. Eso significa una cosa: no sabe besar. Y me fascina saber que soy yo quien le enseñará.
Su boquita se mueve junto a la mía. Tal parece que le está gustando. Atrapo su deliciosa lengua, la succiono con deleite. Mi corazón empieza a correr un maratón. Siento mi cuerpo estremecerse por su contacto. Me alejo de su boca por falta de aire. Ella abre su boquita y lo vuelve a cerrar. Me mira sin pestañear. Sostengo su rostro y, seguro, le digo:
-Me gustas mucho, gatita.
Sin dejar que ella diga algo, atrapo su labio, saboreándolo con una rara necesidad de sentirla de esta manera.