Luna Perdida
img img Luna Perdida img Capítulo 4 El Hechizo del Sabio
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Capítulo 6 La Ruptura img
Capítulo 7 Un Resquicio de Esperanza img
Capítulo 8 El Precio de la Magia img
Capítulo 9 La Decisión de Lyara img
Capítulo 10 La Unión de las Sombras img
Capítulo 11 El Despertar de Lyara img
Capítulo 12 El Susurro de las Sombras img
Capítulo 13 Una Luz Entre Tinieblas img
Capítulo 14 La Batalla de las Almas img
Capítulo 15 Fragmentos de Luz img
Capítulo 16 Caminos Convergentes img
Capítulo 17 El Asalto al Corazón de la Oscuridad img
Capítulo 18 La Llama de la Sombra img
Capítulo 19 La Oscuridad Consumada img
Capítulo 20 Una Llama en la Oscuridad img
Capítulo 21 Bajo el Hechizo de la Oscuridad img
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Capítulo 4 El Hechizo del Sabio

La noche en las Montañas Sombrías era inquietantemente silenciosa. La luna, alta en el cielo, derramaba su luz pálida sobre el campamento enemigo, revelando las figuras que se movían entre las sombras. En el centro del territorio, una cabaña de piedra sobresalía, resguardada por guardias y rodeada de inscripciones arcanas en su entrada. Dentro, Tarek estaba sentado frente a una mesa rústica mientras el sabio de la manada, un lobo anciano conocido simplemente como Erevan, preparaba una mezcla de hierbas y cristales oscuros.

-¿Estás seguro de que esto funcionará? -preguntó Tarek, su tono cargado de impaciencia.

Erevan, con sus ojos nublados por la edad, levantó la vista con una sonrisa torcida.

-La magia del vínculo no puede ser rota, pero puede ser moldeada. Si el vínculo que Lyara siente por Kael es fuerte, esto lo hará débil. Si no recuerda quién es, su corazón estará vacío y receptivo.

Tarek apretó los puños, la frustración y la obsesión visibles en su semblante. Durante años había creído en la profecía de su padre: que su mate destinada sería la clave para elevar a la manada de las Montañas Sombrías por encima de todas las demás. Había esperado encontrar a una hembra poderosa que compartiera su visión, y al enterarse de la existencia de Lyara, decidió que debía ser ella, independientemente de si su corazón lo aceptaba o no.

-Haz lo que sea necesario -ordenó con firmeza-. Ella es mía.

Erevan asintió y extendió un cuenco humeante frente a él.

-Esto requerirá su presencia. El hechizo necesita un enlace directo con su mente y emociones. Tendremos que actuar esta misma noche.

En su cabaña, Lyara estaba sentada junto a la ventana, mirando la luz de la luna. Algo en su interior le decía que esa noche no sería como las demás. Había empezado a notar cambios sutiles en su entorno: los guardias parecían más tensos, las visitas de Tarek eran más insistentes, y la presencia de la mujer que le había hablado antes se había desvanecido por completo.

Su corazón se agitaba con una sensación de alerta que no podía ignorar, pero su cuerpo estaba agotado. Los días de encierro y las constantes preguntas sin respuestas estaban minando su espíritu. Se llevó una mano al pecho, como si pudiera calmar la creciente inquietud que la consumía.

La puerta de la cabaña se abrió de golpe, interrumpiendo sus pensamientos. Tarek apareció, acompañado de dos guardias y Erevan, quien sostenía un frasco con un líquido negro que brillaba bajo la luz de las antorchas.

-¿Qué es esto? -preguntó Lyara, retrocediendo instintivamente.

Tarek levantó una mano, indicándoles a los guardias que se quedaran en la entrada.

-Lyara, no tienes que tener miedo -dijo con una voz extrañamente suave, un contraste con su usual tono autoritario-. Esto es para ayudarte. Para aclarar tu mente.

Ella negó con la cabeza, dando un paso atrás.

-No quiero nada de ti. No siento nada por ti, Tarek.

Erevan dio un paso al frente, sus ojos brillando con un destello de malicia.

-Es porque tus recuerdos están confundidos, querida. Has sido manipulada por otros durante demasiado tiempo. Nosotros solo queremos que veas la verdad.

-¿Qué verdad? -replicó ella, su tono lleno de desafío.

Tarek se acercó lentamente, como un depredador acechando a su presa.

-La verdad de que me perteneces. Y lo aceptarás, Lyara, aunque ahora te resistas.

Antes de que pudiera reaccionar, Erevan lanzó un polvo oscuro en el aire. Lyara intentó cubrirse el rostro, pero el polvo parecía moverse con vida propia, envolviéndola en una nube que penetró en sus sentidos. Una sensación de mareo y pesadez la invadió, haciéndola tambalearse.

-¿Qué... qué me están haciendo? -preguntó con dificultad, su visión comenzando a distorsionarse.

Erevan murmuró palabras en un idioma antiguo, y el líquido oscuro del frasco comenzó a brillar intensamente. Lyara sintió como si algo frío y pesado se apoderara de su pecho, hundiéndola en un abismo donde las emociones se confundían y los recuerdos se desvanecían aún más.

La voz de Tarek resonó en su mente como un eco distante pero persistente.

-Eres mía, Lyara. Siempre lo has sido.

Sus palabras se mezclaban con las imágenes que comenzaban a formarse en su mente. Escenas confusas de Tarek y ella juntos, riendo, caminando bajo la luna llena. Pero algo en ellas no se sentía real. Era como si estuvieran siendo implantadas, una ilusión cuidadosamente tejida para sembrar la duda en su corazón.

Lyara luchó contra la sensación, intentando aferrarse a algo, cualquier cosa que pudiera recordarle quién era realmente. Pero el hechizo estaba funcionando. Su resistencia se debilitaba con cada segundo que pasaba.

Finalmente, su cuerpo cedió, y cayó de rodillas, con la respiración agitada. Tarek se acercó, colocando una mano bajo su barbilla para levantar su rostro hacia él.

-Ahora entiendes, ¿verdad? -susurró-. No necesitas a Kael. Él no puede protegerte como yo. No puede darte lo que yo puedo.

Lyara lo miró con ojos nublados, su mente atrapada entre la realidad y la ilusión.

-Yo... no sé... -murmuró, su voz apenas un susurro.

Tarek sonrió triunfante, pero Erevan lo interrumpió.

-El hechizo necesita tiempo para asentarse. No fuerces demasiado. Déjala descansar y pronto aceptará su lugar.

Aunque Tarek quería presionar más, asintió con renuencia.

-Entonces que así sea.

Cuando Lyara fue dejada sola, su mente era un campo de batalla. Entre las falsas memorias y la oscuridad que intentaba invadirla, una luz tenue persistía en el fondo: una imagen borrosa de unos ojos azules intensos y una voz que le susurraba promesas de protección y amor eterno.

Era débil, pero estaba ahí.

Kael.

En el bosque, Kael sintió un dolor repentino en el pecho, como si algo invisible lo hubiera alcanzado. Se detuvo en seco, sus ojos reflejando angustia.

-¿Alfa? -preguntó Darius, preocupado.

Kael apretó los dientes, su expresión endureciéndose.

-Están haciendo algo con ella. Lo siento... en nuestro vínculo.

El grupo intercambió miradas, sabiendo lo que eso significaba.

-Tenemos que llegar a ella antes de que sea demasiado tarde -gruñó Kael, su tono lleno de urgencia.

Y con un nuevo propósito, aceleraron el paso, dispuestos a enfrentarse a lo que fuera necesario para salvarla.

            
            

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