No mires atrás
img img No mires atrás img Capítulo 9 Esto aún no es el verdadero dolor
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Capítulo 11 Y dentro había cuerpos humanos img
Capítulo 12 Con los dientes apretados hasta el dolor img
Capítulo 13 Existir en un ciclo infinito de dolor img
Capítulo 14 Ya soy una muerta img
Capítulo 15 A través de la húmeda oscuridad del camino img
Capítulo 16 ¿De qué material es tu cuerpo img
Capítulo 17 El mañana es más sabio que la noche img
Capítulo 18 Una mirada de pura furia img
Capítulo 19 Lo reconocí por sus pasos img
Capítulo 20 El niño mordió a uno de los policías img
Capítulo 21 El alboroto en el basurero img
Capítulo 22 Todavía está grave, pero va a sobrevivir img
Capítulo 23 Parecía que se había olvidado para siempre img
Capítulo 24 El accidente no ocurrió por casualidad img
Capítulo 25 Él volvió a intentar quebrarme img
Capítulo 26 ¿Qué me amenaza en su casa img
Capítulo 27 La puerta estaba cerrada con llave img
Capítulo 28 Esos recuerdos son imposibles de borrar img
Capítulo 29 Infinito calor y ternura img
Capítulo 30 Dejar cada momento en la memoria img
Capítulo 31 Mi cuerpo respondía con un dolor sordo img
Capítulo 32 ¡Otra vez tú, maldita alucinación! img
Capítulo 33 Eso todo es por mi culpa img
Capítulo 34 Y nuevamente, la casa odiada img
Capítulo 35 Ahora eres mi padre img
Capítulo 36 El sexo con él fue doloroso img
Capítulo 37 Eso es algo que él no podrá quitarme img
Capítulo 38 De nuevo el sabor de las lágrimas y la sangre en los labios img
Capítulo 39 Y él me dejó... img
Capítulo 40 Cuando desaparece la última chispa de esperanza img
Capítulo 41 Los medicamentos de allí servirán img
Capítulo 42 ¡Lo que hizo ayer! img
Capítulo 43 Tienes una tráquea tan frágil img
Capítulo 44 La tortura de la suspensión img
Capítulo 45 Una franja roja de sangre espesa img
Capítulo 46 Muñeca rota img
Capítulo 47 Así huele el miedo img
Capítulo 48 La conciencia de mi propia impotencia img
Capítulo 49 Ese miedo vuelve a apretar mi garganta img
Capítulo 50 Un plan simplemente loco img
Capítulo 51 Una mirada al pasado img
Capítulo 52 ¡Arde, arde brillante, para que no se apague! img
Capítulo 53 ¿Tengo alguna otra opción img
Capítulo 54 Almas gemelas img
Capítulo 55 No caer en la vergüenza img
Capítulo 56 Ella era la luz img
Capítulo 57 Estas cicatrices son mi fuerza img
Capítulo 58 El sexo con él rozaba el límite img
Capítulo 59 Esto se desvanecerá con el tiempo... img
Capítulo 60 ¿Hasta dónde llegará mi paciencia img
Capítulo 61 Estas heridas nunca sanan img
Capítulo 62 ¿Cuál es el sentido de todo esto img
Capítulo 63 Es un castigo por mi imprudencia img
Capítulo 64 Este mundo es cruel img
Capítulo 65 No puedes rendirte tan fácilmente img
Capítulo 66 Ella no era tan sanguinaria img
Capítulo 67 ¿Él va a sobrevivir img
Capítulo 68 ¿Será este mi oportunidad img
Capítulo 69 ¡Todos ellos son traidores! img
Capítulo 70 Su principal asunto de toda la vida img
Capítulo 71 La realización de un sueño img
Capítulo 72 Nuevo hogar, nueva vida img
Capítulo 73 Solo en los cuentos de hadas ocurre esto img
Capítulo 74 En lugar de epílogo img
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Capítulo 9 Esto aún no es el verdadero dolor

Y aunque hablaba como un verdadero psicópata, su rostro no perdía ni por un segundo esa expresión de calma. Un hombre absolutamente normal. Ningún rastro de placer en lo que hacía - solo trabajo.

- ¡No me toquen! ¡Basta ya! - grité de nuevo, sin poder soportarlo más-. ¡Mátenme mejor!

- ¿Matarte? ¿Y para qué matar un cuerpo tan hermoso, capaz de dar tanto placer? -sonrió con toda sinceridad-. Tengo planes especiales para ti. He pagado por ti, y quiero disfrutarlo.

- Por favor... - mis labios temblaban, ya no podía gritar. Me dolían los brazos por la tensión, y por el hecho de que prácticamente estaba colgada todo el tiempo por culpa de ese bastardo que me empalaba por detrás con su vara.

- Si crees que esto duele, entonces no sabes nada sobre el dolor, preciosa -asintió con seriedad-. Siempre empiezo con una tortura suave. Nada del otro mundo. Un poco de dolor, un poco de fuego, una ligera tensión en los músculos estirados. ¿Por qué? ¿Piensas que no me gusta? ¡Para nada! Pero ayuda a personas como tú a entender que hablo en serio. Y si decides resistirte... puedo hacer que tu vida sea aún peor. Mucho peor...

Luego empezó algo aún más espantoso. Simplemente me golpeaban. Ese cabrón que destrozaba mi cuerpo por detrás me soltó de las cadenas y me arrojó al suelo.

Me ató las manos a la espalda con una cuerda áspera. Y mientras yo intentaba encogerme, retorciéndome de dolor, me levantó bruscamente la cabeza tirándome del cabello... y luego golpeó. Con tanta fuerza que perdí el conocimiento. Volví en mí cuando empezó a darme patadas en el vientre.

No sé cómo logré sobrevivir a todo eso. No podía gritar, solo gemía con un hilo de voz. Perdía el conocimiento una y otra vez, pero me hacían volver en mí... solo para volver a dejarme inconsciente con otro golpe.

En algún lugar del fondo gritaba otra chica. Me daba igual lo que le estuviera pasando. En ese momento, lo único que me importaba era lo que me estaban haciendo a mí.

Luego, mi verdugo tomó un látigo en las manos. Solo había visto algo así en las películas. Alcancé a verlo con mis ojos hinchados y casi cerrados: me sonrió con una mueca cruel, y luego vino el golpe. Ese silbido inconfundible... y el latigazo, ardiente, que me recorrió toda la espalda.

El látigo me desgarró la piel al instante, probablemente hasta la carne. La sangre empezó a brotar.

Por un tiempo dejaron de golpearme, pero luego todo volvió a repetirse. Es imposible describir con palabras lo que se siente en esos momentos. Supongo que la muerte, en casos así, te parece la única salida razonable. No puedes pensar en nada más, solo en ese dolor que desgarra tu carne.

No sé en qué momento dejaron de golpearme. El hombre se quedó allí, de pie, mirando mi cuerpo cubierto de sangre, y en su rostro no había casi ninguna emoción. Solo asco. Un asco total, implacable, que lo consumía por completo.

Simplemente se quedó allí, mirando cómo me retorcía de dolor sobre el suelo sucio. Cómo mis muñecas se cubrían cada vez más de heridas por la cuerda apretada, cómo sangraban las llagas abiertas por los latigazos. El hombre sonrió, casi sin darse cuenta. Le gustaba ver mi sufrimiento.

Pero eso no era el final... ni el límite de mi agonía.

El violador estaba junto a mí, sonriendo con una mueca depredadora. En la mano sostenía un extraño aparato de metal.

- ¿Y bien, perra? ¿Empezamos la diversión? - preguntó con una sonrisa cruel.

- Por favor... basta... no lo hagas... - el miedo se había congelado en mi mirada, y empecé a retorcerme aún más, desgarrándome las muñecas hasta hacerlas sangrar.

El aroma de mi miedo flotaba en el aire. Daba la sensación de que se podía tocar.

El hombre apoyó una rodilla sobre mi pierna, aún sosteniendo en la mano aquel instrumento de tortura. Grité con todas mis fuerzas, pero eso no lo detuvo. Se arrastró hasta mi cabeza, me miró a los ojos y me mostró una sonrisa blanca, perfecta.

Luego se quedó inmóvil por un instante, con la mirada clavada en mi rostro hinchado y destrozado por el dolor. Por un segundo, me pareció que quizá sentía lástima por mí. Pero fue solo una ilusión. Me dio otro golpe en la cara con toda su fuerza, y con ese golpe preciso me envió a un profundo nocaut. Mientras comenzaba a recuperar la conciencia, sentí cómo me giraban boca abajo.

Las manos de mis verdugos actuaban con precisión y método. Me colocaron sobre una especie de mesa, me abrieron las piernas hacia los lados y las ataron con fuerza a unos salientes.

- Me gusta. Ha quedado muy bonito - dijo el que me había torturado con las agujas, el más alto, con aire de vampiro elegante.

- ¿Y la segunda? - preguntó bruscamente el otro maníaco.

- Creo que se recuperará - respondió el primero con voz indiferente-. Pero esta preciosura me gusta más. ¿Jugamos?

Escuchaba todo, incluso lograba ver algo, pero era como si no pudiera despertar del todo. Al parecer, eso no les gustaba demasiado a los hombres.

- Haz que vuelva en sí, - dijo finalmente el primer inquisidor.

Pronto me metieron un algodón con amoníaco en la nariz. Ya conocía ese maldito olor: en el psiquiátrico solía desmayarme con frecuencia, y me hacían volver en mí con ese hedor espantoso.

Solo podía respirar por la nariz, porque tenía algo metido en la boca y no podía abrirla.

Me sacudió un espasmo y empecé a mover la cabeza de un lado a otro. En cuanto mi vista comenzó a enfocarse al menos un poco, miré a mis verdugos.

Ellos también me observaban con interés. Supongo que en mis ojos se reflejaba todo mi dolor físico. Así mira un condenado a muerte a sus ejecutores.

- Buenos días, muñeca -sonrió el alto-. ¿Seguimos, bella durmiente?

- Mmm... -gemí, mientras las lágrimas saltaban de mis ojos.

- ¡Qué conmovedor! Casi te creo. Pero no, no vas a librarte.

Tomó en la mano un aparato que parecía unos alicates enormes y se acercó a mí. En cuanto sentí que el hombre se aproximaba y tocaba mis nalgas, empecé a chillar y a retorcerme.

- Pero ¿por qué gritas así? Me vas a dejar sordo - dijo el hombre con voz tranquila.

Con la boca tapada, ya no podía gritar como antes. Solo podía chillar y gemir.

- Igual voy a hacer lo que tengo pensado. Y con tanto que te retuerces, lo único que haces es empeorar las cosas para ti - dijo de nuevo el hombre, con tono casi didáctico.

Al acercarse por completo a mis piernas abiertas, se puso unos guantes de látex que ya tenía preparados y me abrió las nalgas con fuerza. Yo lloraba y me retorcía. Para calmarme un poco, me dio una fuerte bofetada en una de las nalgas. Me quedé un poco quieta. Y entonces, sin perder el momento, me introdujo entre las nalgas aquel aparato de metal, frío como el hielo.

Un dolor punzante y repentino desgarró mi conciencia. Y otra vez, un alarido de sufrimiento desgarró los oídos de mis verdugos.

- ¡Pareces una niña, de verdad! -se burló el hombre, pero no se detuvo. Una vez más, empezó a introducir el aparato de tortura en mí, esta vez con más fuerza.

Más profundo, aún más profundo, hasta que toda la estructura quedara dentro, dejando solo la manija por fuera. Iba girando el aparato y presionándolo. Sabía que así dolía más, que todo mi recto se convertía en una masa sangrienta. Y entonces, el dispositivo ya estaba dentro. Lo dejó en esa posición... y se alejó.

Ya estaba al borde de la muerte; del shock por el dolor no podía pensar en absoluto.

Yacía con la cabeza hundida en el colchón, la baba se escurría por el mordazo y dejaba un gran charco. Mis ojos estaban empapados en lágrimas, y todo mi cuerpo cubierto de sudor.

Tenía miedo de moverme, porque cualquier movimiento brusco me provocaba una oleada de dolor. Mi espalda estaba desgarrada y sangraba, y desde el ano sobresalía aquel antiguo mecanismo de tortura.

- Un espectáculo magnífico - se rió de nuevo el hombre alto. De verdad, aquella escena le divertía.

Se dirigió hacia una estufa improvisada donde ardía el fuego, tomó un atizador y lo metió entre las brasas. El hombre se quedó de pie, mirando las llamas. Dijo que todavía tenía tiempo para una última acción. Estaba esperando a que el atizador se pusiera al rojo vivo.

Yo lo miraba con horror y resignación. ¿Qué más podría estar planeando?

Él volvió hacia mí, se metió entre mis piernas y agarró la manija del dispositivo. Lentamente, con deliberación, comenzó a girarla, y los pétalos de aquel instrumento infernal empezaron a abrirse poco a poco, justo dentro de mí.

Volví a gritar, pero el hombre ya no prestaba atención. Giraba la manija con entusiasmo, lentamente, para que el tormento no terminara demasiado pronto. Y yo gritaba y lloraba, pero ya no me movía - sabía que sería peor.

Abriendo un poco más ese artefacto, se detuvo, esperó a que me callara, y empezó a sacarme aquel instrumento de tortura. Un nuevo alarido rugió en la habitación. Y la sangre brotó de mí. El hombre soltó una maldición y me arrojó con asco un trapo blanco.

- No puedo trabajar así. Demasiado sucio - dijo. - Prepárame a la segunda muñeca.

El segundo hombre, el que me golpeaba y violaba, parecía un armario. Lo observaba con mi ojo hinchado. El segundo ojo no veía nada, y pensé: ¿y si ya no tengo un segundo ojo? Sentía un frío pegajoso que se me metía en el cuerpo, mezclándose con el dolor y una creciente sensación de impotencia.

Poco después escuché el grito de mi compañera de desgracia. Le taparon la boca, y luego oí golpes sordos y un aullido largo a través del mordaza. El armario la estaba golpeando ahora. Tal vez, en su mente, era la única forma de hacer entrar en razón a alguien.

            
            

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