Desde aquel encuentro, Valeria no era la misma.
La rutina se le deshacía en las manos, y sus pensamientos -todos- se escapaban hacia el mismo rincón oscuro, caliente, donde la respiración se le había cortado y los besos le sabían a peligro.
Elías.
Apenas había cruzado dos frases con él.
Pero su cuerpo aún lo recordaba como si lo conociera de toda la vida.
Y eso, por más absurdo que sonara, la volvía loca.
Iván no dejaba de escribirle. Era constante, divertido, un poco insistente... y necesario. Era el único enlace con ese uniforme que le había dejado marcas invisibles en la piel.
Así que cuando aceptó verlo de nuevo, no fue por interés romántico. Fue por estrategia.
Se encontraron en un bar de luces bajas, con música suave y tragos caros. Iván llegó primero, tan sonriente como la vez anterior, aunque con algo distinto en la mirada. Como si supiera.
-Me alegra que vinieras -dijo, al verla entrar.
Ella se sentó con naturalidad, cruzando las piernas, el vestido justo, el perfume aún más provocador que la primera noche.
-¿Qué has hecho desde el evento? -preguntó él, intentando sonar casual.
Valeria sonrió, pero sus ojos no eran dulces, sino afilados.
-Pensar -respondió.
-¿Pensar en qué?
-En lo que pasó esa noche... y en lo que no.
Iván se acomodó en el asiento, visiblemente incómodo.
-¿Te refieres a Elías?
Ella sostuvo la mirada. Directa.
-Sí. A Elías. A ti. A lo que se sintió. No lo esperaba, pero pasó. Y ahora no me lo saco de la cabeza.
Iván suspiró, como si algo le pesara.
-Mira, no es que quiera hablar mal de él, pero... no es alguien fácil. No se mide. Siempre quiere controlar todo. A veces no sabe cuándo parar.
-Y sin embargo... no paró -dijo Valeria, sin rastro de culpa.
Iván la miró en silencio. El aire entre ellos se cargó. Ella aprovechó ese instante.
-¿Y si se repitiera?
-¿Qué?
-Lo que pasó. Ustedes. Yo. Esa noche.
El rostro de Iván se tensó. Miró hacia otro lado, se pasó la mano por la nuca, incomodísimo.
-Valeria, eso no fue algo planeado. Fue una locura. Él apareció, te besó como un animal, y tú... tú no dijiste que no.
-Porque no quería decir que no -lo cortó ella-. No me hagas fingir ahora. Yo estaba allí. Yo sentí todo.
Iván bajó la mirada. Jugó con el vaso entre las manos.
-No sé si me gusta la idea. Él y yo... no estamos bien. Nunca lo hemos estado del todo.
-Pero a mí me gusta la idea -dijo ella, casi en un susurro.
Iván la miró, y vio algo en sus ojos que no había visto antes: determinación mezclada con deseo. Una mujer que sabía lo que quería, incluso si no podía explicarlo. Y eso, en vez de asustarlo... lo encendió.
-¿Y si él se niega? -preguntó con voz grave.
-Entonces me las arreglo para encontrarlo. Pero preferiría que viniera de ti. Que tú... se lo propongas.
Iván tomó un largo trago. Su expresión era un vaivén entre orgullo herido y curiosidad.
-No prometo nada... -murmuró.
Pero Valeria ya sonreía.
Sabía que lo haría.
Porque cuando una noche deja marcas en la piel, tarde o temprano, todos quieren repetirla.