Capítulo 2 La oferta peligrosa

El silencio en la pequeña habitación era absoluto.

Beatriz apenas se atrevía a respirar. La oscuridad la envolvía, junto con el olor a madera vieja y cera de velas. Afuera, los pasos de la señora Moura se desvanecieron lentamente en el pasillo, seguidos por una tensa calma.

El corazón de Beatriz martillaba en su pecho.

Se preguntó qué hacer. ¿Esperar? ¿Salir corriendo? ¿Buscar a su madre sin que la atraparan de nuevo?

Antes de decidir, la puerta se abrió con un chirrido. La débil luz del pasillo dibujó la silueta de Eduardo Moura, recortada como un espectro contra la noche.

-Sal -ordenó en voz baja.

Beatriz dio un paso atrás, desconfiada.

-No voy a entregarte -añadió él, como leyendo sus pensamientos-. Todavía.

La forma en que alargó esa última palabra hizo que a Beatriz se le erizara la piel.

Salió con cautela. Estaba a solo unos centímetros de él. Eduardo era más alto, su ropa impecable contrastando brutalmente con sus harapos. Tenía un aura peligrosa, casi insolente, como alguien que siempre había obtenido todo lo que quería... y que estaba decidiendo si ella sería su próxima diversión.

-¿Cómo te llamas? -preguntó.

Ella dudó.

-Beatriz -susurró.

Una media sonrisa curvó los labios de Eduardo.

-Beatriz -repitió, como probando el sonido en su boca-. ¿La hija de la costurera?

Ella asintió en silencio. Sabía que su madre, aunque invisible para los amos, era conocida. Su madre remendaba los vestidos de las damas de la casa, cosiendo secretos y humillaciones entre cada puntada.

Eduardo la miró de arriba abajo, como evaluando un objeto de curiosidad.

-¿Por qué arriesgar tanto por venir aquí? -preguntó, ladeando la cabeza.

Beatriz tragó saliva.

No quería contarle sobre Tomás. No quería que ese joven arrogante supiera cuán desesperada estaba.

-Necesito a mi madre. Mi hermano... está enfermo -murmuró al fin, bajando la mirada.

Por primera vez, un atisbo de seriedad cruzó el rostro de Eduardo. Sus labios se fruncieron, como si aquella palabra -enfermedad- fuera una grieta inesperada en su noche de juegos.

-Podría llamar a los guardias -dijo, cruzando los brazos-. Podría acusarte de intento de robo.

Beatriz sintió las piernas temblarle. Dio un paso atrás, dispuesta a correr.

Pero Eduardo alzó una mano, deteniéndola.

-No lo haré -añadió, su tono suavizándose apenas-. Con una condición.

Ella alzó la cabeza, desconfiada.

-¿Qué condición? -preguntó.

Eduardo sonrió, esa sonrisa lenta y peligrosa que debía haber roto más de un corazón.

-Trabaja para mí.

-¿Qué...? -parpadeó, confundida.

-Necesito a alguien que no pertenezca oficialmente a la servidumbre. Alguien discreto. -Sus ojos brillaron-. Te pagaré. Mejor que lo que ganas remendando harapos. Mejor que cualquier miseria que hayas conocido.

Beatriz abrió la boca, pero no encontró palabras.

Sabía que aquello no era una oferta cualquiera. Era una trampa disfrazada de oportunidad. Y, sin embargo, el rostro febril de Tomás surgió ante sus ojos. El dinero. La medicina. La posibilidad de sacarlo de ese infierno.

Eduardo dio un paso más cerca.

-Piensa rápido, Beatriz. Las oportunidades no duran mucho aquí.

Y en ese instante, Beatriz entendió dos cosas:

Primero, que su vida estaba a punto de cambiar para siempre.

Y segundo, que Eduardo Moura era peligroso de una manera que ella todavía no podía comprender... pero que ya empezaba a sentir ardiendo bajo su piel.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022