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Capítulo 1: El paciente nuevo
La noche se derramaba como tinta sobre la ciudad. Luces dispersas, humo en las aceras, bocinas lejanas... y un silencio pesado en el interior del despacho.
Brandon Carter se sirvió otro trago de whisky. El líquido ámbar bailó en el vaso, reflejando el filo de la luna que se colaba por la persiana metálica de su oficina. El reloj marcaba las 21:36. Casi cerrando. O al menos eso pensaba... hasta que la puerta crujió.
Un hombre de traje negro, elegante pero tenso, entró sin esperar invitación.
-¿Carter? -preguntó, su voz rasposa y controlada, aunque la impaciencia se le filtraba por las grietas del tono.
Brandon levantó la vista, sin dejar de sostener el vaso entre los dedos-. Depende de quién lo pregunte -respondió, con su típica arrogancia medida, esa que usaba como escudo contra el mundo.
-Dylan Brooks. Quiero contratarlo.
Brandon examinó al tipo. A primera vista, tenía todo: buena presencia, un reloj Rolex en la muñeca, zapatos de cuero bien lustrados, un corte de cabello perfecto. Pero los ojos... esos no mentían. Había ansiedad ahí. Celos. Rabia contenida.
-Tome asiento, señor Brooks -le indicó con un leve gesto.
Dylan se sentó frente a él, cruzando una pierna con precisión. Se notaba que estaba acostumbrado a mandar, pero esta vez parecía fuera de su elemento. Miraba alrededor, incómodo. Nervioso.
-Mi esposa... -empezó, tragando saliva como si cada palabra pesara más que la anterior-. Algo no anda bien. Últimamente llega tarde a casa, dice que está haciendo horas extras, pero no tengo pruebas. Solo lo... presiento.
Brandon lo observó en silencio. Había escuchado esa historia mil veces. Pero había algo en la forma en que lo decía que le llamó la atención. No era solo sospecha... era obsesión.
-¿Cómo se llama su esposa? -preguntó, sin pestañear.
-Mía -dijo. Solo eso. Como si el nombre fuera sagrado.
-¿Y qué hace? -Brandon ya tomaba notas mentales, su instinto activado.
-Psicóloga . Tiene una consulta privada, trabaja con pacientes entre semana, a veces los sábados. Dice que tiene una lista de espera larguísima, y que por eso hace horas extra...
Brandon levantó una ceja.
-¿Y usted no confía en ella?
Dylan apretó la mandíbula.
-La amo. Pero la conozco. Está distante. Se arregla más de lo normal. Cambió el perfume. Incluso sonríe cuando cree que no la miro. No puedo soportar la idea de que esté... con otro.
Brandon se recostó en la silla, entrelazando los dedos detrás de la cabeza. Estaba en territorio familiar. Hombres celosos, esposas con secretos, matrimonios a punto de estallar... pero algo en ese nombre, Mía, sonaba distinto. Tenía fuerza. Sonoridad. Misterio.
-Podría seguirla -dijo-, ver si se encuentra con alguien después del trabajo. Registrar sus movimientos. Clásico. Pero si realmente quiere respuestas, hay una opción más efectiva.
Dylan lo miró, intrigado.
-¿Cuál?
Brandon se inclinó hacia adelante.
-Me infiltraré como paciente. Si quiere saber qué oculta, no hay mejor lugar para descubrirlo que en el mismo sitio donde escucha y guarda los secretos de otros.
Dylan se quedó helado por un instante. Luego asintió.
-Accederá. Ella no rechazará pacientes nuevos, y menos si el caso es interesante. Yo puedo decirle que soy un empresario estresado, que necesito ayuda con el insomnio y los ataques de pánico. Lo trabajará encantada.
Brandon ya pensaba como un depredador. Sabía cómo manipular, cómo generar confianza. Pero en el fondo... algo no encajaba. Ese hombre frente a él no buscaba la verdad. Buscaba control.
-¿Qué pasa si descubro que no le está siendo infiel? -preguntó Brandon.
Dylan sostuvo su mirada, helado.
-Entonces tendré paz. Y si me está mintiendo, quiero pruebas. Videos. Fotos. Audios. Todo.
-¿Y si usted es el que le está siendo infiel a ella?
Dylan no se inmutó.
-No vine a que me juzgara, Carter. Vine a contratarlo. ¿Acepta el caso?
Brandon se quedó en silencio por unos segundos más. Luego, asintió.
-Lo acepto. Pero haré las cosas a mi manera.
Dylan sacó un sobre grueso de su chaqueta y lo colocó sobre el escritorio. En su interior, billetes de cien perfectamente doblados. Brandon no los tocó aún. Lo observó como si estuviera firmando un pacto con el demonio.
-La dirección del consultorio está aquí -añadió Dylan, dejando una tarjeta-. Ella es... hermosa. Pero no se deje engañar. Es muy inteligente.
Brandon sonrió.
-No será la primera psicóloga que intento descifrar.
Dylan se levantó sin dar más explicaciones. Salió del despacho con el mismo aire elegante con el que había entrado, pero sus ojos se delataron en el último segundo: miedo. El tipo sabía que estaba a punto de perder algo, y no sabía si quería evitarlo... o comprobarlo.
Brandon se quedó solo con el sobre, el whisky y el nombre de una mujer que, aún sin conocerla, ya empezaba a dibujarse como un enigma en su mente.
Mía Brooks. Psicóloga. Casada. Sospechada.
Y muy pronto... su psicóloga.
...
La mañana llegó cargada de una luz gris, como si el cielo presintiera que algo estaba a punto de romperse.
Brandon se había levantado temprano. Había estudiado la ubicación del consultorio de Mia la noche anterior, revisado los perfiles en línea, rastreado opiniones de antiguos pacientes, incluso fotos. Y ahí estaba ella... en una imagen de perfil profesional, con una bata blanca, cabello suelto y lacio, labios delineados con un rojo discreto pero provocador, una mirada cálida y profunda. Tenía algo que te obligaba a mirar dos veces.
No parecía una amenaza. Pero eso era lo más peligroso.
A las 9:10 a. m., Brandon ya estaba frente al edificio. Subió por las escaleras en vez del ascensor. Quería escuchar. Oler. Percibir. Cada detalle contaba.
Cuando llegó al segundo piso, la puerta de vidrio esmerilado con letras doradas lo recibió:
Dra. Mia Brooks – Psicóloga Clínica
Citas con anticipación | Confidencialidad garantizada
Tocó una vez. Y luego dos veces más, con algo más de urgencia. Respiraba agitadamente, la camisa ligeramente desabotonada, como si acabara de correr. El cuello húmedo por gotas de sudor que se había rociado minutos antes con una botella de agua. Tenía la expresión perfecta: confusión, angustia... vulnerabilidad.
La secretaria, una mujer joven con gafas gruesas, lo miró con sorpresa desde el mostrador.
-Señor... ¿tiene una cita? -preguntó, nerviosa por su estado.
Brandon colocó ambas manos sobre el mostrador, como si apenas pudiera mantenerse en pie.
-Por favor... necesito hablar con alguien. No... no dormí anoche. Tuve ataques de pánico. No puedo respirar. Siento que voy a morir -dijo, fingiendo entrecortadamente, su respiración rápida, los ojos vidriosos.
La secretaria se levantó.
-Un momento... voy a ver si la doctora puede verlo...
Entró por la puerta lateral que conducía a los consultorios. Brandon dejó que sus manos temblaran levemente. Cada gesto, cada palabra, era una actuación medida al milímetro.
Un par de minutos después, la puerta se abrió... y entonces la vio.
Ella.
Mia Brooks.
Vestida con una blusa blanca ajustada al pecho y una falda tubo gris que delineaba sus curvas de forma descarada. El cabello suelto y brillante le caía por la espalda como seda negra. Pero lo que más lo impactó fueron sus ojos: grandes, marrones, intensos... con una expresión maternal y fuerte al mismo tiempo. No eran ojos de víctima. Eran ojos de una mujer que había visto cosas y sabía cómo ocultarlas.
-¿Está bien? -preguntó con voz firme, acercándose a él con cuidado.
Brandon fingió tambalearse. Ella extendió el brazo y él cayó justo en su trampa, dejando que ella lo sujetara del antebrazo.
-No... no sé qué me pasa... no puedo respirar bien -murmuró.
-Acompáñeme -ordenó, suave pero autoritaria.
Lo condujo a su consultorio, y Brandon notó al instante que el lugar estaba impregnado de su esencia. Velas aromáticas, plantas pequeñas, estanterías de libros organizados por colores, una silla de terciopelo gris y un diván de cuero negro. Todo estaba en equilibrio. Como ella.
Lo hizo sentarse.
-Respire conmigo -dijo mientras tomaba asiento frente a él-. Inhale... ahora exhale.
Brandon obedeció, marcando un temblor leve en su voz.
-No sé qué me pasa. Nunca me había sentido así. Me desperté con taquicardia. Me duele el pecho. Pensé que me estaba volviendo loco.
Mia observaba cada detalle de su lenguaje corporal, pero había una chispa de compasión en su mirada.
-¿Tuvo alguna pérdida reciente? ¿O algún trauma?
Brandon negó con la cabeza.
-Trabajo en una empresa de seguridad privada. Mucho estrés. Poca vida personal. No sé cuándo empezó... simplemente... exploté.
-¿Está solo?
-Sí -respondió, y sus ojos se clavaron en los de ella por un instante-. Completamente solo.
Mia asintió y tomó una libreta. Empezó a escribir algunas cosas.
-No suelo aceptar pacientes sin cita, pero haré una excepción. ¿Está de acuerdo en iniciar un proceso de evaluación conmigo?
Brandon fingió sorpresa, como si su plan no hubiese funcionado tan rápido.
-¿De verdad?
-Sí. Pero necesito su compromiso. No trabajo con personas que no se toman en serio la terapia.
Brandon sonrió levemente, la primera expresión que dejaba ver algo más... algo oscuro. Algo carismático.
-Me comprometo.
-¿Nombre?
-Brandon Collins -respondió, usando un apellido falso.
Ella lo apuntó.
-Bien, Brandon. Esta es una sesión de emergencia. Pero a partir de la próxima semana, empezaremos con una estructura. ¿Está bien?
-Sí... gracias. De verdad. No sabía a quién acudir.
Ella le ofreció una pequeña sonrisa.
-Ya no está solo. Aquí está seguro.
Y ahí, en ese instante, Brandon supo que había ganado su primer terreno. La había hecho bajar la guardia. La había hecho abrirle la puerta... y no solo la física.
Lo difícil no sería atraparla.
Lo difícil sería no quedar atrapado él.