Capítulo 5 La danza del poder y el deseo

El sol de la tarde se colaba tenuemente por las cortinas, tiñendo la cocina con una luz cálida y dorada que contrastaba con la atmósfera densa que se respiraba en el interior de la casa. Julián estaba solo, revisando unos documentos mientras tomaba un café, intentando concentrarse, pero su mente estaba lejos de esos papeles. La presencia de Camila desde aquella mañana no lo dejaba en paz. Su seguridad, su forma de moverse, la manera en que ella le lanzaba miradas llenas de intenciones ocultas, lo estaban consumiendo lentamente.

Cuando escuchó los pasos acercándose, supo que no podría evadirla esta vez. Camila apareció en la cocina con una confianza que parecía desafiarlo, vestida apenas con un short corto de tela deportiva y una camiseta que se ajustaba a sus curvas, mostrando un vientre plano y unos pechos redondos y firmes que parecían esculpidos por horas en el gimnasio. Su piel ligeramente bronceada y su cabello oscuro y largo le daban un aire que era a la vez juvenil y provocativo.

Ella se detuvo frente a él, sin ningún rastro de timidez.

-Pensé que tú y mamá habían salido -dijo Julián con voz calmada, tratando de ocultar la mezcla de sorpresa y nerviosismo que sentía.

Camila levantó una ceja, la sonrisa juguetona pero cargada de algo más profundo.

-Yo también pensé que no estabas -respondió, sin apartar la mirada ni un instante-. Pero aquí estoy.

Fue más que una respuesta. Fue una declaración silenciosa, una forma de decirle que el juego apenas comenzaba y que ella estaba dispuesta a jugar con todas las cartas sobre la mesa.

Julián bajó la vista, sintiendo un calor subir por su nuca. Por un momento pensó en alejarse, en dejar que ella tuviera el espacio que parecía buscar, pero la forma en que ella se mantenía firme, casi desafiante, lo detuvo.

Durante el resto del día, Camila se movió con la naturalidad de quien sabe que es observada y disfruta de ello. Cada vez que pasaba cerca, Julián sentía esa corriente eléctrica que recorría su cuerpo, una mezcla de deseo y culpa que no podía controlar. La manera en que ella vestía no era casual: shorts cortos que dejaban al descubierto unas piernas musculosas y firmes, camisetas ajustadas que apenas cubrían sus pechos redondos y firmes, resultado de sus constantes horas en el gimnasio. Su figura era un arma silenciosa, y ella la usaba con precisión.

Julián se sorprendía a sí mismo pensando en lo imposible de la situación: la hija de su pareja despertando en él algo que jamás había sentido. Sabía que ese deseo no debía existir, pero allí estaba, punzante y claro.

Cuando la tarde se volvió noche, y Verónica salió a hacer unas compras, la casa quedó en silencio, salvo por la presencia de Camila y Julián. Fue entonces que la joven decidió dar el siguiente paso.

-¿Quieres tomar un café? -preguntó, con una voz que sonaba como una invitación y una provocación al mismo tiempo.

Julián dudó, pero asintió, incapaz de decir que no.

Camila se acercó lentamente, con esa seguridad que lo desarmaba. Cerró la puerta del estudio tras de sí con un suave clic que resonó en sus oídos y que él sintió como una sentencia.

-¿Sabes? -comenzó, mientras se apoyaba en el borde de la mesa, mostrando más de su vientre tonificado-. He estado observándote todo el día.

Julián levantó la mirada, sorprendido por la franqueza.

-¿Observándome?

Ella asintió, cruzando los brazos y dejando que su camiseta se levantara apenas, dejando ver más piel de la que Julián consideraba prudente. La luz se reflejaba en sus pechos firmes, dibujando cada curva, y sus nalgas, duras y tonificadas, resaltaban bajo el short.

-Sí -dijo con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos-. Sé lo que sientes. Sé que estás atrapado entre lo que quieres y lo que deberías hacer.

Julián tragó saliva, sintiendo que cada palabra le clavaba una daga más profunda.

-Pero yo no voy a desaparecer, Julián. No soy la hija que se queda callada y apartada. No cuando puedo sentir que me miras de esa forma.

El aire entre ellos se volvió más denso, casi tangible. Camila avanzó un paso más, acortando la distancia y dejando que su perfume embriagara la habitación.

-Quiero que entiendas algo -continuó-. Esto no es un juego para mí. No busco solo provocarte ni jugar con tu mente. Quiero algo real. Y sé que tú también lo quieres, aunque te niegues a admitirlo.

Julián sintió que su corazón se aceleraba, y por primera vez en semanas, dudó si podría resistir la tormenta que ella había desatado.

-Camila... -empezó, con voz ronca-. Esto es complicado. No puedo hacerte esto a Verónica. No quiero lastimar a nadie.

Ella se rió, una risa sin alegría, cargada de un desafío que parecía desafiarlo a cruzar todos los límites.

-¿Y acaso te importa más lo que piensa ella que lo que siento yo? -preguntó, sus ojos negros brillando con intensidad-. No soy un problema, Julián. Soy una oportunidad. Una verdad que no quieres enfrentar.

El silencio se hizo absoluto. Julián sentía cómo la presión crecía, como si el aire en la habitación fuera más espeso y difícil de respirar. Sabía que ese día, la balanza se había inclinado de manera irreversible.

Camila lo miraba con una determinación feroz, sin miedo ni duda, mientras él se debatía entre la razón y el deseo, entre el deber y la tentación.

En ese momento, Julián comprendió que el juego que había comenzado no tendría un final fácil. Que la joven no se detendría hasta conseguir lo que quería. Y él, por primera vez, no estaba seguro de querer detenerla.

La casa, que antes había sido un refugio seguro, ahora era el escenario de una batalla silenciosa y peligrosa. Y Julián estaba en medio, atrapado entre dos mundos que se enfrentaban sin cuartel.

                         

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