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Hay algo en su rostro que no puedo sacar de mi cabeza.
Es como si lo tuviera impreso detrás de los párpados, acechando cada vez que cierro los ojos. Ojos negros, tan oscuros que parecían no reflejar la luz, solo absorberla. Y esa voz... como una caricia hecha de fuego.
-¿Te has perdido alguna vez en tus sueños? -había dicho, y maldita sea, todavía me estremezco.
El día ha pasado lento, como si el mundo estuviera envuelto en una neblina pesada y silenciosa. Caminé como una autómata por la universidad, respondí correos, evité el café para no acelerar más el corazón, aunque no sirvió de nada. Su presencia me persigue, incluso sin estar cerca.
Cuando por fin llego a casa, algo dentro de mí se contrae. No sé si es ansiedad o expectativa, pero cierro la puerta como si estuviera tratando de dejar el mundo real afuera... o adentro.
Me quito los zapatos, dejo el bolso en la entrada y camino directo al baño. La luz parpadea dos veces antes de estabilizarse. Genial. Como si la situación no fuera lo suficientemente tétrica.
Y ahí está.
El espejo.
Mi reflejo.
Mis dedos tiemblan cuando subo la vista hacia él, porque... hay algo raro. Al principio no entiendo qué, pero luego mi corazón se detiene un segundo: hay alguien detrás de mí.
Es apenas un parpadeo. Un destello de sombra, una silueta masculina, alta, inmóvil. Mi sangre se congela.
Me doy la vuelta con un grito contenido.
Nada.
El baño está vacío. El silencio es tan denso que puedo escuchar el eco de mis propios pensamientos.
Me acerco otra vez al espejo. Mi rostro está pálido, los ojos desorbitados, pero eso no es lo que me inquieta. Es la sensación. La certeza de que no estoy sola.
-Esto es una jodida pesadilla -susurro, pero no suena creíble ni para mí.
Me quedo ahí, observándome, hasta que noto algo más. La marca en mi cuello. Aquella pequeña línea seca, como si alguien me hubiera tocado con un dedo ensangrentado. Pero ahora es más oscura. Más gruesa.
Y parece haberse alargado.
Una parte de mí quiere creer que me rasqué dormida. La otra... no está tan convencida.
Esa noche, el silencio tiene voz. No puedo dormir, aunque estoy exhausta. Me muevo entre las sábanas como si fueran cadenas. Cierro los ojos, los abro. Cierro. Abro. Y entonces, lo siento.
Una presencia. Un calor cerca de mi cama.
Mi piel se eriza. No porque tenga frío, sino porque él está aquí.
-Sé que estás ahí -murmuro en la oscuridad, sintiéndome ridícula, vulnerable, y, para mi desgracia... excitada.
No hay respuesta, pero el aire se vuelve más espeso, como si respirara su esencia. Como si su cuerpo estuviera rozando el mío sin tocarme. Me estremezco. Una parte de mí quiere que me abrace. Que se materialice, que me arrastre con él a ese limbo donde solo existen sus ojos y su voz.
Pero nada sucede.
Solo el sonido frenético de mi corazón.
Despierto horas más tarde, sin saber si dormí o si me desmayé.
La luz del baño está encendida. No la dejé así. Lo sé.
Me levanto, con el cuerpo pesado, como si hubiera pasado la noche corriendo. Camino hasta el baño, y me encuentro otra vez frente al espejo.
Solo que ahora...
Ahora no hay reflejo.
No el mío. No el de nadie.
El espejo está vacío.
Un sudor frío me recorre la espalda. Mis labios tiemblan cuando susurro:
-No puede ser...
Y entonces, él aparece.
Dentro del espejo.
No hay transición, no hay lógica. Solo... está ahí.
Sus ojos me atraviesan. No parpadea. No sonríe. Solo me mira como si pudiera ver dentro de mí.
Doy un paso atrás, pero mi cuerpo no responde. La imagen en el espejo tampoco se mueve. Su reflejo es más nítido que el mío. Más vivo.
Mis manos buscan algo a lo que aferrarse, pero solo tocan el borde frío del lavamanos. Quiero gritar, pero mi voz se ahoga en mi garganta.
-¿Quién eres? -pregunto, con la voz rota.
No responde, pero siento que la pregunta ha sido escuchada.
El vapor comienza a empañar el vidrio, aunque no he encendido el agua caliente. Una frase se dibuja lentamente en la superficie, como escrita con un dedo invisible:
"No te alejes."
Y luego desaparece.
Me encierro en el baño por horas. Las paredes se sienten más seguras que el resto del departamento. Mi teléfono está fuera. Mi lógica también.
Estoy perdiendo la cabeza.
O... quizás no. Quizás todo esto es parte de algo más grande. Algo que aún no entiendo.
Cuando finalmente me atrevo a salir, es de madrugada. Me siento frente al espejo del tocador, porque claro, no aprendí la lección. Observo mi rostro, mis ojeras, mi desesperación. Y ahí está, otra vez.
La maldita marca.
Ahora parece más profunda. Como una herida.
-¿Qué me estás haciendo? -susurro, y juro por todo lo sagrado que, por un segundo, siento dedos rozando mi cuello.
Me levanto de golpe.
Estoy temblando.
Mi cuerpo entero vibra con una mezcla de miedo y... deseo.
El tipo de deseo que no tiene sentido. El que nace del abismo. El que quema sin tocar.
Porque sé que, de alguna forma, lo quiero.
Lo necesito.
A él. A su voz. A sus ojos que no parpadean.
Caigo de rodillas frente al espejo. No porque esté llorando, sino porque mi cuerpo simplemente no puede más. Es como si todo dentro de mí se quebrara en mil fragmentos afilados. La tensión, la confusión, lo que sea que está creciendo entre nosotros... me supera.
Pero no estoy dispuesta a rendirme.
Me levanto, con los dientes apretados. Me limpio el rostro. Me miro otra vez.
Y por primera vez en días, hablo con voz firme:
-Voy a encontrarte. No sé quién eres, ni qué eres... pero te voy a encontrar.
Detrás de mí, una sombra se mueve. No volteo.
Porque ya lo sé.
Está aquí.
Otra vez.
Y esta vez, no se irá sin llevarse algo conmigo.
O quizás, sin que yo me lo lleve a él.
"El reflejo no me protege. Me atrae. Me reclama. Y creo... que voy a dejar que lo haga."