/0/16778/coverbig.jpg?v=369141c7e3ebc9a8b9f9cc33110fbf45)
El silencio entre nosotros era espeso, casi tan tangible como la niebla que comenzaba a colarse por entre los árboles. Caleb estaba a menos de un metro, inmóvil, observándome con esos ojos tan oscuros que dolía mirarlos por mucho tiempo. Una parte de mí quería huir. La otra... la otra quería quedarse y descifrar qué era lo que me ataba tanto a él.
-¿Por qué yo? -mi voz sonaba más valiente de lo que me sentía. Mis manos, sin embargo, no se molestaron en fingir. Temblaban.
Él bajó la mirada por un segundo. Un pestañeo. Y volvió a clavarla en mí con la intensidad de una confesión.
-Porque eres la única que puede romper esto.
"Esto". Como si una palabra tan corta pudiera abarcar siglos de condena. Como si eso explicara las visiones, los sueños, la extraña conexión que se anidaba en mi pecho como un veneno dulce.
-Te necesito, Helena. -Su voz era baja, como si confesara algo prohibido.
Sentí cómo cada letra de mi nombre vibraba en el centro de mi cuerpo. Maldita sea. No era justo que alguien pudiera decir mi nombre y hacerme temblar.
-Eso no es suficiente -susurré. Quería creer que tenía el control, pero él estaba demasiado cerca, demasiado presente, demasiado... él.
Caleb se acercó un paso más. No me tocó, pero su cercanía era una caricia en sí misma. Mi piel reaccionó con escalofríos, como si supiera lo que venía.
-No quiero que confíes en mí. No deberías hacerlo -dijo con una sonrisa torcida, sin humor. Pero sus ojos, sus jodidos ojos, suplicaban otra cosa. Un consuelo. Una promesa.
Y yo... estaba demasiado jodida para negársela.
-Entonces, ¿qué quieres de mí? ¿Mi sangre? ¿Mi alma? ¿O simplemente no morir solo?
Caleb suspiró. No como un monstruo inmortal. Sino como un hombre cansado. Humano. Roto.
-Quiero que no te alejes. -Su voz se quebró en una nota casi imperceptible. Una grieta. Apenas una. Pero suficiente para que mi corazón se deshiciera un poco más.
Por primera vez desde que lo vi, Caleb parecía vulnerable. No poderoso, no etéreo. Vulnerable como un niño al que han dejado solo en medio de una tormenta.
-Yo no pedí esto -murmuré.
-Yo tampoco -respondió, con una sonrisa triste que dolía más que cualquier puñal.
Un silencio se instaló entre nosotros, denso y eléctrico, como el instante justo antes del trueno. Nos miramos. Y todo fue demasiado. El bosque, el destino, el miedo, el deseo.
Su mano se alzó lentamente y, esta vez, me tocó. Con apenas las yemas de sus dedos rozando mi mejilla. Un roce. Una chispa. Una maldita combustión interna.
-Estás ardiendo -murmuró, y su voz se convirtió en una trampa.
Yo también lo sentía. Como si mi piel estuviera hecha de pólvora y él fuera la llama.
-No hagas eso -susurré. Pero no me moví. No podía. No quería.
-¿Hacer qué? -preguntó, con esa sonrisa que decía "ya es demasiado tarde".
-Esto. Hacer que quiera quedarme cuando lo único sensato sería correr.
Sus dedos descendieron por mi cuello, con lentitud casi reverencial. Mi cuerpo lo recibió como un secreto bien guardado. Como si me conociera. Como si ya lo hubiese hecho antes.
Dios mío, ¿quién diablos era este hombre?
-Entonces corre -dijo-. Te lo ruego. Porque si te quedas, Helena, no habrá vuelta atrás.
Estaba temblando. Y no era por el frío.
-¿Eso es una amenaza?
-No. Es una advertencia. -Y bajó la voz, oscura, rota-. Estoy roto. Estoy maldito. Y tú... tú estás demasiado viva. Demasiado brillante. Me haces desear cosas que no debería.
-¿Como qué?
Sus labios se curvaron apenas. Dolorosamente.
-Como el sol.
Mi pecho dolió de una forma que no supe explicar. Un calor lento, casi cruel. Sus palabras no eran dulces. No eran un halago. Eran una condena.
-Dime la verdad -dije, apartando su mano. No porque quisiera, sino porque tenía que hacerlo para no perderme-. ¿Qué soy yo para ti, realmente?
Caleb bajó la mirada y dio un paso atrás. Un paso que se sintió como un abismo entre nosotros.
-Eres la única que puede romper el ciclo. La única cuya sangre me devuelve algo de humanidad. Eres la llave y la espada. El final y el principio.
-No me digas poesía, Caleb. Dime si soy real para ti. Si esto que siento... -Tragué saliva-. Si esto es solo parte de tu maldición o si realmente hay algo más.
El silencio se volvió cruel.
Y entonces, él habló. Con la voz más humana que le había oído hasta ahora.
-No quiero que te involucres más... pero no puedo evitarlo. Te necesito.
Mi garganta se cerró.
Las palabras, el tono, su mirada... todo en él era una súplica que se clavó en mi pecho como una estaca invertida.
Yo no era ninguna heroína. Ni una guerrera mística ni una valiente cazadora de monstruos. Solo era una chica atrapada en una pesadilla demasiado real. Y sin embargo... no podía abandonarlo.
-Te ayudaré -dije. Con voz firme, aunque por dentro estuviera hecha pedazos.
Caleb me miró, como si no creyera lo que acababa de escuchar. Como si no pudiera permitirse tener esperanza.
-¿Sabes lo que eso significa?
-No. Pero sí sé lo que significa no hacerlo.
Y lo sabía. Sentía que, si lo dejaba solo esa noche, si me iba y fingía que nada había pasado, algo en mí se rompería para siempre.
Caleb se acercó de nuevo. Pero no me tocó esta vez. Solo me miró. Como si memorizarme fuera lo único que pudiera hacer.
-Entonces prepárate, Helena -dijo, con una tristeza que erizaba la piel-. Porque acabas de firmar un pacto con la oscuridad. Y no hay luz suficiente para deshacerlo.
Me quedé allí, mirándolo. Sin aliento. Sin certeza. Solo con el corazón latiendo como un tambor que marca el inicio de una guerra.
Pero lo que no sabía entonces... era que esa guerra no sería entre nosotros.
Sino dentro de mí.