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La lluvia no cesó durante los siguientes días. Parecía empecinada en recordarle a Emma que Londres no ofrecía treguas, que sus cielos grises eran más que un cliché: eran parte del ritmo vital de la ciudad, como el té a media tarde o los autobuses rojos atravesando la niebla.
Emma, sin embargo, empezaba a encontrar en esa constancia húmeda una especie de refugio. Desde su pequeño apartamento en Notting Hill, con ventanas antiguas que se empañaban al menor cambio de temperatura, caminaba cada mañana a la galería Wren & Co. con una puntualidad casi ritual. El trayecto de veinte minutos la llevaba por calles angostas llenas de árboles retorcidos y puertas de colores; pasaba junto a cafés que aún humeaban a primera hora, y saludaba con una leve inclinación de cabeza a la florista de la esquina, que ya reconocía su paso silencioso.
En el taller, su mundo se limitaba al cuadro.
El lienzo que Margaret le había asignado no dejaba de fascinarla. En él, una mujer sentada en un banco de piedra parecía mirar hacia el horizonte, mientras la silueta borrosa de un hombre de pie, a unos metros, sugería una historia no contada. La escena era romántica, pero inquietante. Emma sentía que algo más se escondía en la composición. Y no solo por lo técnico.
Después de días de limpieza con disolventes suaves y bisturí de restauración, empezó a notar irregularidades en la textura. Pequeñas líneas curvas bajo la pintura que no correspondían a ninguna pincelada visible. Usó luz ultravioleta. Luego rayos infrarrojos. Lo que encontró la dejó perpleja.
Bajo la pintura de los árboles, había palabras.
No una firma. No una marca del autor. Palabras. Frases enteras trazadas con una escritura antigua, que parecían estar ocultas intencionalmente.
La más visible decía:
"Lo nuestro no debía existir, pero existe en cada trazo."
Emma sintió un escalofrío recorrerle los brazos. No solo por el hallazgo, sino por la manera en que la frase resonaba con algo dentro de ella. Como si el cuadro la estuviera mirando también a ella.
Tomó fotografías. Documentó el hallazgo en su libreta. Sabía que debía informar a Margaret, pero decidió esperar un poco más. Algo en su instinto le pedía seguir investigando primero.
Aquella tarde, salió de la galería más tarde de lo habitual. El cielo ya estaba oscuro, aunque apenas eran las cinco. Se refugió en un café frente al río, una pequeña joya con lámparas colgantes y música de jazz suave. Pidió un té negro y se sentó junto a la ventana. Sacó su libreta y volvió a leer la frase del cuadro.
"Lo nuestro no debía existir..."
¿Por qué alguien escondería esas palabras bajo una pintura? ¿Quiénes eran esas dos figuras? ¿Era acaso una confesión de amor? ¿Un lamento? ¿Una advertencia?
-Te ves como si acabaras de leer el final de una tragedia griega.
Emma levantó la vista. Alex Hale estaba ahí, de pie frente a su mesa, con la misma chaqueta de cuero y la cámara colgando del cuello. Ligeramente mojado por la lluvia. Sonriendo con esa mezcla de ironía y calma que ya comenzaba a resultarle familiar.
-¿Me sigues? -preguntó ella, alzando una ceja.
-Solo cuando la luz es interesante -respondió él, señalando la ventana-. Y hoy, tú pareces parte de esta ciudad.
Emma rodó los ojos, pero no pudo evitar una sonrisa. Alex se sentó sin pedir permiso, como si supiera que podía hacerlo. Sacó una libreta también, más pequeña, llena de anotaciones y dibujos de edificios, sombras, nombres.
-¿Siempre llevas una libreta encima? -preguntó ella.
-Para cuando la ciudad habla. ¿Y tú?
-Para cuando el pasado murmura -contestó.
Hubo un silencio. Cómodo. Compartido.
-¿Y qué dice tu pasado hoy? -dijo él, tomando un sorbo del café que acababan de servirle.
Emma dudó. No estaba segura de por qué le estaba contando esto, pero lo hizo.
-Estoy restaurando un cuadro -empezó-. Una pieza victoriana, sin firma clara. Representa una escena de jardín, una mujer y un hombre... pero lo interesante está debajo. Bajo la pintura hay palabras. Frases escondidas.
Alex alzó las cejas.
-¿Un mensaje oculto?
-Algo así. Amor prohibido, quizá. Aún no puedo leerlo todo.
-Eso suena como arte romántico con alma clandestina. ¿Te gusta?
Emma apartó la mirada.
-Me intriga. Como si alguien quisiera contar algo y, al mismo tiempo, esconderlo para siempre.
Alex apoyó los codos en la mesa.
-¿Y tú? ¿Tienes algo que contar y esconder al mismo tiempo?
La pregunta la golpeó como un reflejo inesperado. No sabía qué responder. No estaba lista para hablar de Nueva York. Ni de Ethan. Ni de las promesas rotas que había dejado atrás.
-Todos lo tenemos -dijo finalmente-. Solo que algunos lo pintan. Otros lo fotografían.
Él sonrió.
-Y algunos lo restauran.
El momento fue interrumpido por un mensaje en el móvil de Emma. Margaret le pedía un informe preliminar sobre el cuadro para la mañana siguiente.
-Debo irme -dijo ella, cerrando su libreta-. El arte me llama.
-¿Nos volveremos a ver? -preguntó Alex, sin rodeos.
Emma lo miró. Había algo peligroso en esa mirada. No de violencia, sino de posibilidad. Como un abismo que atrae y asusta al mismo tiempo.
-Londres no es tan grande -dijo, y salió sin dar más explicaciones.
Al llegar a casa, abrió de nuevo las fotografías del cuadro. Amplió una de las zonas con palabras y, gracias a la resolución aumentada, pudo leer otra línea bajo las primeras letras. Decía:
"Nos encontraron. Pero yo nunca te solté en mi pintura."
Sintió un nudo en la garganta. Cerró el portátil. Miró por la ventana. La lluvia seguía cayendo, pero ya no le parecía triste. Sonaba como un metrónomo constante, como un latido.
Se sirvió una copa de vino. Encendió una vela.
Y antes de dormir, anotó una nueva frase en su libreta:
"A veces, el pasado se oculta en los lugares más visibles. Solo hace falta alguien que quiera verlo."