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La mañana siguiente fue distinta.
Emma despertó con la luz gris de Londres filtrándose por las cortinas, pero sin la sensación de soledad que usualmente la acompañaba. El recuerdo del beso con Alex aún ardía en su piel. Era cálido, real, confuso. Como un puente que no sabía si debía cruzar... o si ya lo había hecho.
Se levantó, tomó una taza de té y volvió a leer la carta que habían encontrado la noche anterior. La caligrafía de Wilhelmina parecía casi moderna en su honestidad: hablaba de encuentros secretos en jardines ocultos, de pinturas compartidas en el sótano de una casa familiar, de un amor "no permitido, pero eterno".
Pero el nombre del otro seguía sin aparecer.
Solo una firma: E.
Emma tocó la letra como si pudiera despertar su secreto. Su inicial. Era una coincidencia extraña... o una provocación del destino.
A media mañana, Margaret la llamó a su oficina.
-Emma, tengo noticias -dijo en cuanto ella entró-. El coleccionista quiere venir a ver el progreso de la restauración.
Emma frunció el ceño.
-¿Tan pronto?
-Insistió. Dice que tiene un interés especial en esa pieza. Que ha esperado años por recuperarla. Llegará esta semana.
-¿Sabes su nombre?
Margaret vaciló.
-Usa seudónimos, como muchos. Solo lo conocemos como Mr. Ashcroft. Pero paga bien, y respeta el proceso... aunque esta vez parece más... impaciente.
Emma sintió un escalofrío. ¿Y si ese "interés especial" no era solo artístico?
Esa noche, Alex y Emma se encontraron en el mismo estudio. Habían decidido leer otra carta. Esta vez, una fechada en 1897. El tono era más desesperado:
> "El hermano de mi padre lo ha descubierto. Dice que si me ve otra vez contigo, hará pública nuestra deshonra. Que quemará mis pinturas. Que destruirá todo rastro tuyo en mi vida. No sé si puedo seguir. Pero no quiero dejarte."
Alex leyó en voz alta, su voz baja y contenida.
-Amenazas. Castigos. El amor como una transgresión.
-¿Y si lo cumplieron? -preguntó Emma en voz baja-. ¿Y si destruyeron todo lo que él pintó? Tal vez por eso solo sobrevive esta obra conjunta.
-Y por eso la ocultaron. Un lienzo dentro de otro. Un testimonio disfrazado de arte decorativo.
-Un grito escondido -dijo Emma.
El silencio entre ellos fue denso, pero no incómodo. Era el tipo de silencio que solo se da entre dos personas que sienten lo mismo pero aún no lo dicen en voz alta.
Dos días después, el coleccionista apareció.
Emma lo vio desde la ventana de la galería. Salió de un coche negro, con chófer, y subió los escalones con un bastón de madera oscura. Alto, cabello blanco peinado con precisión. Traje a medida. Ojos grises.
Cuando entró, saludó a Margaret con una inclinación formal, y luego fijó la vista en Emma.
-Así que usted es la restauradora.
-Emma Collins -respondió, extendiendo la mano.
Ashcroft se la estrechó con una firmeza seca, casi estudiada.
-He seguido su carrera -dijo-. Tiene una habilidad especial para escuchar lo que las obras quieren decir. Eso es raro.
Emma sintió una punzada de desconfianza. ¿Cómo sabía tanto de ella?
-¿Conocía esta pintura antes de adquirirla? -preguntó.
Ashcroft sonrió apenas.
-La vi una vez, cuando era un niño. En una casa que ya no existe. Pero su imagen me persiguió toda la vida.
Se acercó al cuadro.
-La pintura está cambiando -murmuró-. Pero eso es lo que debe ocurrir, ¿no? Para encontrar la verdad, hay que destruir lo falso.
Emma no sabía si se refería a la restauración... o a algo más.
Esa tarde, Alex la esperó afuera de la galería. Caminaban por South Bank, el río corriendo gris a su lado, cuando Emma le contó sobre la visita.
-Ese hombre me dio escalofríos -dijo-. Sabía cosas. Sobre la pintura. Sobre mí.
-¿Dijo algo sobre Wilhelmina?
-Dijo que vio la pintura en su infancia. Pero eso no tiene sentido. La familia Hale perdió sus obras en 1901. ¿Qué edad tendría?
-A menos que... -Alex se detuvo-. A menos que no hablara de esta pintura. Sino de otra igual. Una copia. O una segunda versión.
Emma lo miró con gravedad.
-¿Y si hay otro cuadro?
-¿Y si el que restauras no es el único testigo?
El viento arrastraba las hojas del río como mensajes sin dueño. Emma sintió que algo grande estaba justo fuera de su alcance.
Esa noche, Alex recibió un mensaje anónimo.
> "Deja de buscar. No abras más cartas. El pasado debe permanecer enterrado."
Emma leyó el mensaje con la respiración contenida.
-¿Crees que fue Ashcroft?
-O alguien que trabaja para él. Quizá no quiere que sepamos quién era E.
-O peor -susurró Emma-, sí quiere... pero solo él.
Decidieron revisar una última carta esa noche.
En ella, Wilhelmina hablaba de un cuadro que habían pintado juntos y escondido en una iglesia abandonada al sur del Támesis.
> "Si alguna vez me arrebatan todo, sabré que al menos tú recordarás nuestra historia. Está allí, donde nuestros pasos se encontraron por primera vez. Bajo la luz rota de los vitrales."
Emma miró a Alex.
-¿Una iglesia?
-¿La de St. Dunstan? -aventuró él-. Está en ruinas desde la guerra. Y tiene vitrales.
-Tenemos que ir.
El capítulo termina con ambos parados frente a las ruinas góticas de St. Dunstan in the East, la luna colándose entre las ramas que crecían dentro del esqueleto de piedra. Un lugar detenido en el tiempo.
Emma sostuvo la linterna. Alex abrió la reja oxidada.
-¿Lista para encontrar la verdad? -preguntó él.
Emma asintió.
-Aunque nos cueste lo que no queremos perder.
Y con eso, cruzaron juntos la entrada, sin saber que alguien los observaba desde la sombra.