/0/16821/coverbig.jpg?v=2802f665afd5263cba7ec1552e29db16)
Emma despertó con el sonido de la lluvia golpeando el cristal de su ventana. Londres parecía no dar tregua, como si el clima fuera una constante que todo lo envolvía, incluso los pensamientos.
El aroma del café recién hecho llenó la cocina estrecha de su apartamento. Llevaba solo una semana en la ciudad, pero ya sentía que cada rincón de su hogar temporal comenzaba a tener su lugar: los libros desordenados junto al ventanal, la bufanda empapada colgada del radiador, la libreta de notas junto a la tetera.
Mientras se vestía para ir a la galería, su mente no estaba en la rutina. No podía dejar de pensar en las palabras ocultas en el cuadro, en lo que podrían significar. Pero también, con una inquietud que la sorprendía, pensaba en Alex. En su mirada curiosa. En su pregunta del día anterior: "¿Y tú? ¿Tienes algo que contar y esconder al mismo tiempo?"
¿Acaso lo tenía? La respuesta era sí, aunque no estaba segura de querer compartirlo. No todavía.
Al llegar al taller, Margaret ya estaba allí, revisando archivos en su oficina acristalada. Emma le entregó un informe preliminar y mencionó lo descubierto bajo la pintura.
-Palabras escondidas -repitió Margaret, entornando los ojos-. ¿Qué tipo de palabras?
Emma le mostró las fotografías.
Margaret enmudeció por unos segundos. Luego asintió, como si algo se confirmara en su mente.
-Esa obra fue adquirida en una subasta muy discreta -explicó-. El coleccionista no dio muchos detalles. Solo pidió restaurarla con el mayor cuidado posible. Hay rumores de que perteneció a una familia noble que cayó en desgracia a finales del siglo XIX. Quizá estos mensajes sean parte de un escándalo que nunca salió a la luz.
-¿Crees que deba seguir? -preguntó Emma.
-Por supuesto -dijo Margaret, con una chispa en los ojos-. A veces, las pinturas no son solo arte. Son testigos. Sigue revelando lo que encuentres... y dímelo todo.
Emma volvió al taller, más decidida. Preparó los pinceles, los disolventes, los trapos. El olor a trementina flotaba en el aire como una promesa. Durante horas, trabajó con precisión quirúrgica, revelando capa por capa de la historia escondida.
Cerca del mediodía, mientras retiraba una sección de barniz, encontró otra inscripción. Esta vez más clara, más íntima.
"Tu nombre es un eco que se repite en mi pincel."
El corazón le dio un vuelco.
Emma no creía en las coincidencias. Esa frase... había algo en ella que no parecía escrita por un artista cualquiera. Era confesional, poética. Como si cada letra hubiese sido pintada con las manos temblorosas de alguien que no podía hablar en voz alta.
Quiso contárselo a alguien. Y por un impulso que no pensó demasiado, sacó su móvil y escribió:
> "¿Crees que las obras de arte pueden guardar secretos como cartas escondidas?"
– E
No tardó en llegar la respuesta.
> "Las mejores, sí. ¿Dónde estás ahora?"
– A
Sonrió. No supo por qué, pero sonrió.
---
Se encontraron una hora después en una librería oculta en un callejón de Covent Garden. De esas que huelen a papel antiguo y tienen gatos dormidos sobre las mesas. Emma llevaba su libreta en la mochila, y un nudo de nervios en el estómago.
Alex estaba allí ya, hojeando un libro de fotografía con la misma expresión concentrada de siempre. La saludó con una media sonrisa y le ofreció un café que ya había pedido por ella. Negro, sin azúcar. Recordaba el detalle.
-¿Sigues pensando en tu cuadro encantado? -preguntó.
-Más que eso. Hoy encontré otra frase. Pero siento que estoy leyendo una carta en pedazos.
Emma le mostró algunas de las fotografías que había impreso. Alex las observó con atención, casi reverente. Luego alzó la vista.
-Esto no es solo una historia de amor -dijo-. Es una confesión. Como si el artista estuviera tratando de inmortalizar a alguien que no podía tener en vida.
-Eso pensé -susurró ella-. ¿Pero por qué esconderlo?
Alex la miró por unos segundos.
-Porque a veces, decir la verdad puede destruir más de lo que salva.
Sus palabras la golpearon de una forma inesperada. Sintió que hablaban de algo más que del cuadro. De algo que los rodeaba a ambos.
Se quedaron en silencio. La lluvia seguía cayendo afuera. Londres, como siempre, era un fondo melancólico perfecto para lo que fuera que estuviera empezando a nacer entre ellos.
-Quiero que me ayudes -dijo Emma de pronto.
-¿A restaurarlo?
-A entenderlo. Quizá verlo desde otra perspectiva. Tú eres fotógrafo. Ves cosas que otros no ven.
Alex pareció dudar un segundo. Luego asintió.
-Trato hecho. Pero hay una condición.
-¿Cuál?
-Tú también tienes que contarme tu historia. No la de tu cuadro. La tuya.
Emma no respondió. Guardó las fotografías y se puso de pie.
-Algún día -dijo, antes de salir.
---
Esa noche, en su apartamento, Emma no podía dormir. Se levantó, encendió una vela, y volvió a revisar las imágenes del cuadro. Decidió escribir las frases en orden cronológico, tal como las había encontrado:
1. "Lo nuestro no debía existir, pero existe en cada trazo."
2. "Nos encontraron. Pero yo nunca te solté en mi pintura."
3. "Tu nombre es un eco que se repite en mi pincel."
Parecían fragmentos de un diario escondido. Una historia de amor oculta en el arte. Una relación que, por alguna razón, tuvo que silenciarse.
Y entonces, al mirar una de las esquinas del lienzo en alta resolución, lo vio: una firma diminuta, casi borrada. Solo una palabra.
"W. Hale"
Emma sintió que el aire se volvía denso. Hale. Como Alex.
¿Era solo una coincidencia?
¿O el pasado que intentaba restaurar estaba más cerca de lo que jamás imaginó?