Capítulo 4 Fiesta de matrimonio

La fiesta de matrimonio se desvaneció como un trago de champaña en labios ansiosos. Cuando Vanessa se dio cuenta, ya estaban en su noche de bodas, en una elegante casa no muy lejos de la finca de su suegro. Damián, con ese aire de arrogante galán de película, se bajó de su convertible rojo cereza como si estuviera en un comercial de perfume caro. Rodeó el auto y le abrió la puerta con una sonrisa encantadora.

-Esta será nuestra casa de manera temporal... hasta que tu padre permita que todas las cosas tomen lugar y ceda su posición -murmuró con voz suave, como si hablara de un asunto sin importancia, aunque sus ojos no dejaban de devorarla.

Vanessa bajó con una elegancia felina, tomando su mano con dulzura, pero con una mirada tan fría que habría congelado una copa de vino. Damián ya debería saberlo: la dulzura de su nueva esposa era como un bombón con relleno de ginebra helada. Había sido así desde que la vio en la boda.

Apenas cruzaron la puerta, Vanessa se giró, y sin más preámbulo, comenzó a bajar el cierre de su vestido. El encaje blanco se deslizó por su piel como si supiera que estaba en una escena que rompería internet. Damián se quedó inmóvil, como un adolescente viendo su primer video prohibido.

Para cuando Vanessa subió el primer escalón, su vestido ya yacía en el suelo como un testigo vencido. Se quitó los tacones y siguió subiendo en ropa interior negra, elegante y letal.

Desde el descanso de la escalera, se giró con una ceja alzada:

-¿No vas a venir, esposo mío? - Comento ella con sarcasmo -Pensé que estarías desesperado por...tener sexo y completar nuestra unión-dijo con una voz gélida que solo conseguía encenderlo más.

Damián tragó saliva. Estaba completamente excitado. Y eso que aún tenía el saco puesto.

-¿Estás nerviosa? -le preguntó mientras entraban a la habitación, desabrochando lentamente su traje, como quien pela una fantasía.

Ella asintió, con una mezcla entre valentía y timidez. Damián se acercó, le tomó las manos con una ternura inesperada y le acarició los dedos con reverencia.

-Supongo que tus ex te entrenaron para esto... -comentó con un tono a medio camino entre sarcasmo y deseo, probando suerte.

Vanessa se ruborizó como si la hubieran descubierto leyendo una novela erótica en misa. Eso fue todo lo que Damián necesitó para confirmar su sospecha: esa mujer, que se comportaba como un huracán controlado, era virgen.

-¿Recuerdas cuando te dije que Eric fue el primero en todo...? -empezó ella, su voz ahora con una vulnerabilidad que lo desarmó- Mentí. Fue el primero en muchas cosas, pero nunca... nunca pasó eso.

Damián la miró con las pupilas dilatadas.

-¿Cómo dices?

-Nunca me acosté con él. Ni con él, ni con nadie- aquellas palabras de Vanessa lo hicieron sentirse aliviado y privilegiado

Damián se acercó despacio, con una mezcla de respeto y hambre contenida.

-¿Sabes al menos qué va a pasar? ¿O estoy a punto de darte una clase exprés en educación sexual con prácticas incluidas? - pronuncio con un tono seductor

Vanessa se rió nerviosa, pero respondió con un susurro:

-Creo que tengo... la teoría.

-Perfecto. Yo manejo la práctica -dijo él, con una sonrisa traviesa y un guiño cargado de promesas.

Lo que siguió fue una danza de caricias, suspiros y temblores. Sus manos se deslizaron por su piel como si dibujaran un mapa secreto, hasta llegar a sus senos, donde su pulgar jugó con los pezones hasta convertirlos en pequeñas declaraciones de guerra al autocontrol.

-La primera vez puede doler un poco -murmuró él contra su cuello.

-Sí, lo sé. Mi madre decía que no duraba mucho...

-¿El dolor?

-No, lo que sigue -respondió con ironía. Él soltó una carcajada ronca.

-Te voy a decepcionar, entonces... -le susurró antes de besarle la garganta.

La llevó a la cama como si fuera una joya preciosa y peligrosa. Mientras se desnudaba, Vanessa lo miraba con una mezcla de sorpresa y deseo puro: ese hombre era un escándalo con músculos, bronceado de infarto y una seguridad tan insolente que resultaba ilegal.

Cuando sus labios se cerraron sobre su pezón, ella jadeó. Cuando sus manos acariciaron su cadera, se estremeció. Y cuando su lengua bajó hasta su ombligo, Vanessa ya no sabía si rezar o maldecir.

-Eric... -susurró de pronto, confundida.

Él levantó la cabeza, riendo.

-Damián, cielo. Yo soy Damián. Si vas a gritar un nombre esta noche, que sea el mío.

Ella se tapó la cara, roja de vergüenza.

-¡Ay, por Dios! Lo siento...

-No pasa nada -murmuró mientras besaba su vientre-. Pero voy a asegurarme de que no te olvides de cómo me llamo nunca más...

Y así lo hizo. Su boca la llevó al borde del abismo y la empujó sin piedad. Jugó con sus pliegues como un pianista experto. Cuando su lengua encontró ese pequeño botón de placer, Vanessa pensó que el universo se había encendido detrás de sus párpados. Su cuerpo se arqueó por sí solo, temblando contra su boca como si él hablara en el idioma exacto que su piel necesitaba.

Cuando finalmente se deslizó dentro de ella, lo hizo con una lentitud casi reverente. Sus cuerpos se unieron como si hubieran sido hechos para encajar. Entre suspiros, gemidos y caricias, se perdieron en un vaivén lento, profundo y honesto.

-Damián... -susurró al fin, esta vez sin error.

-Aquí estoy, mi amor. Y no pienso irme -dijo él, antes de besarla como si el mundo se acabara en esa cama de sábanas revueltas y promesas cumplidas.

Luego de un rato volvieron a hablar.

-Creo que no voy a dejar nunca esta cama -musitó al tiempo que la acomodaba en el hueco de su brazo.

-Vaya, te aseguro que lo harás -le contestó ella adormilada-. Vas a llevarme mañana de luna de miel. No me vas a negar la luna de miel que me prometiste, después de obligarme a casarme es lo mínimo que puedes hacer.

Damian restregó la nariz contra esa mata de cabellos alborotados y replicó con un asomo de diversión en la voz -No, mi dulce esposa..., nadie va a negarte nada.

            
            

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