"Lo harás. Es por el bien de la familia Torres."
Isabella, para sorpresa de todos, especialmente de Alejandro, aceptó.
"Lo haré."
Su voz era tranquila, pero había un brillo desafiante en sus ojos.
Alejandro la miró, desconcertado. Esperaba lágrimas, súplicas. No esta calma.
La boda fue un evento opulento en una de las bodegas más grandes de los Torres.
Fría, sin alegría.
Llegó el momento del brindis.
Alejandro se levantó, copa en mano. Todos esperaban palabras de amor, o al menos, de compromiso.
En lugar de eso, un sirviente trajo una jaula para pájaros. Vacía.
Alejandro se la entregó a Isabella frente a todos los invitados.
"Para que al menos algo en esta casa recuerde lo que es la libertad."
La humillación fue pública, brutal.
Isabella tomó la jaula. Sus manos no temblaron.
Miró a Alejandro, luego a los invitados.
"Gracias, Alejandro. Es un recordatorio de que incluso en una jaula, se puede encontrar la manera de cantar."
Su voz fue serena, su sonrisa enigmática.
La tensión en la sala era palpable. Alejandro la miró con furia contenida. Ella no se había roto.
Más tarde, en la soledad de su nueva habitación, Alejandro la enfrentó.
"Te arrepentirás de esto, Isabella. Te haré la vida imposible."
Ella simplemente lo miró.
"Ya lo haces, Alejandro. Pero subestimas mi capacidad de resistencia."
Pasaron los años. Un infierno silencioso para Isabella.
Alejandro cumplió su promesa.
La primera infidelidad fue a los seis meses. Una modelo de Buenos Aires.
Isabella lo descubrió por una foto en una revista de chismes.
La segunda, un año después. Una joven actriz.
Isabella encontró mensajes en su teléfono.
La tercera, la cuarta, la quinta... Perdió la cuenta.
Él no se molestaba en ocultarlo. Parecía disfrutar de su dolor.
Una tarde, Isabella regresó a la estancia principal de los Montoya.
Ya casi era propiedad de los Torres por las deudas.
Escuchó risas desde el salón.
Entró.
Alejandro estaba allí, con su amante de turno.
Una mujer rubia, con joyas ostentosas.
Estaban bebiendo vino, riendo a carcajadas.
La habitación olía a perfume caro y a la humillación de Isabella.
La mujer llevaba un collar de diamantes.
Isabella lo reconoció. Había sido de su abuela.
Una joya que Alejandro le había quitado con la excusa de "ponerla a salvo".
Alejandro la vio. Su sonrisa se ensanchó, cruel.
"Vaya, vaya. Mira quién está aquí."
Se levantó, rodeó con el brazo a la amante.
"¿No te gusta la compañía, Isabella? Ella es mucho más divertida que tú."
La mujer la miró con desdén.
"¿Por qué sigues aquí? ¿Por qué no te divorcias si tanto sufres?" preguntó Alejandro, burlón.
Isabella sintió un dolor agudo en el pecho, pero su rostro permaneció impasible.
Estaba pálida, más delgada. La enfermedad avanzaba.
"De hecho, Alejandro," dijo con voz clara, "acepto el divorcio."
Alejandro parpadeó, sorprendido.
Luego, una expresión de triunfo iluminó su rostro.
"¿De verdad? ¿Tan fácil? ¿Sin pedir nada?"
Esperaba una batalla, reclamos, lágrimas.
"Sin pedir nada," confirmó Isabella.
"Bueno, casi nada."
Isabella sacó unos papeles de su bolso. Un acuerdo de divorcio.
Ya redactado, listo para firmar.
Alejandro lo tomó, incrédulo.
Lo leyó por encima. Sus cejas se alzaron.
"¿No quieres la mitad de mis bienes? ¿Ni siquiera la parte que te corresponde de los viñedos Montoya que ahora son míos?"
La familia Montoya estaba en la ruina total. Ella no tenía nada.
"No quiero tu dinero, Alejandro."
Su voz era firme.
"Solo quiero mi libertad."
Alejandro la miró, buscando alguna trampa.
No la encontró.
Una sonrisa de alivio se dibujó en su rostro.
"Perfecto."
Tomó una pluma y firmó con un trazo rápido y decidido.
"Ahora mismo llamo a mis abogados. Mañana a primera hora iniciamos los trámites."
Isabella asintió, un leve mareo la invadió. Se apoyó discretamente en una silla.
"Bien."
"No te arrepentirás, ¿verdad?" preguntó Alejandro, casi con burla.
"No lo haré," dijo ella.
"Yo tampoco," replicó él, con una sonrisa cruel. "Será un placer deshacerme de ti."
Al día siguiente, en la oficina del abogado, todo fue rápido.
Los papeles se firmaron. Había un plazo legal, un período de reflexión de dos meses antes de que el divorcio fuera definitivo.
Alejandro estaba eufórico.
Cuando salieron, él se detuvo.
"Bueno, Isabella. Ha sido... un matrimonio interesante." Su tono era sarcástico.
"Si necesitas ayuda para encontrar un nuevo marido, no dudes en pedírmela. Aunque dudo que alguien te quiera."
Isabella lo miró. Una extraña calma la envolvía.
"Gracias por la oferta, Alejandro. La tendré en cuenta."
Él se quedó desconcertado por su serenidad. Esperaba una última confrontación, lágrimas.
Ella simplemente se dio la vuelta y comenzó a caminar.
Dos meses.
El plazo del divorcio.
El tiempo que le quedaba de vida.
El cáncer de páncreas no esperaba a nadie.