Esta vez, no hubo pánico.
Solo una calma helada.
Me levanté de la cama y me miré en el espejo. La chica que me devolvía la mirada tenía los ojos rojos por el llanto de la noche anterior, pero detrás de esa fragilidad, había una determinación de acero.
La antigua Sofía, la que confiaba en la bondad de los demás, había muerto en ese balcón.
Ignoré la pila de libros de texto para la EBAU que abarrotaban mi escritorio.
En su lugar, encendí mi ordenador portátil.
Busqué las bases del Premio Nacional de Literatura Juvenil. La fecha límite era en tres días.
El premio garantizaba la admisión directa en cualquier programa de Filología Hispánica de las mejores universidades del país, sin necesidad de la nota de la EBAU.
Durante las siguientes 72 horas, no dormí.
Escribí con una furia fría y controlada, volcando todo el dolor, la traición y la humillación de mi vida pasada en una novela corta.
No era una obra de arte, era una confesión. Un arma.
La envié cinco minutos antes de la fecha límite.
Luego, dormí durante un día entero.
Cuando llegó el día del examen de la EBAU, caminé hacia el aula con una serenidad que desconcertó a mis profesores.
Me senté.
Abrí el cuadernillo de examen.
Y no escribí una sola palabra.
Entregué cada examen en blanco.
Al salir del centro de exámenes, vi a Mateo esperándome. Una falsa preocupación cubría su rostro codicioso.
"Sofía, ¿cómo te ha ido? Pareces pálida. ¿Estás bien?"
"Estoy perfectamente, Mateo", respondí, mi voz sin emoción. "Nunca he estado mejor".
Su sonrisa vaciló por un instante, confundido por mi falta de ansiedad.
Una semana después, se anunciaron los resultados del premio literario.
Gané.
La noticia causó un pequeño revuelo en los círculos sociales. La hija del gran matador no solo era hermosa e inteligente, sino también una talentosa escritora.
Mi plaza en la universidad estaba asegurada.
Mateo y Valentina no le dieron importancia. Para ellos, era solo un capricho de niña rica.
Su verdadero objetivo seguía siendo mi "perfecto 14" en la EBAU, la llave que creían que les abriría las puertas del verdadero poder social.
No sabían que esa llave ya no existía.
Yo había cambiado la cerradura.