Capítulo 3 ¿QUIEN ES NOAH

DANTE VALENTI.

Cuando lo vio, lo supo de inmediato.

Aquel hombre no debía estar sirviendo tragos en un maldito bar de mala muerte.

Debía estar dentro de su clan. Bajo su mando. A su lado.

Había algo en su mirada. Esa mezcla casi insultante de burla, calma y desafío.

Un hombre común no mira así cuando las balas empiezan a volar.

Un civil no se mueve con la precisión que él mostró.

Y ningún bartender termina con tres hombres armados en el suelo si no ha tenido entrenamiento.

Demasiado rápido. Demasiado preciso. Demasiado perfecto.

Ese hombre... Noah.

No pertenecía a ese mundo de copas y risas forzadas.

-Tiene perfil -murmuró Dante, observándolo desde el interior de su auto, estacionado frente al bar.

El lugar era poco más que un tugurio con una fachada rota. Pero lo que había dentro...

Le intrigaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Su escolta carraspeó, incómodo.

-¿Perfil para qué, señor?

Dante giró el rostro lentamente hacia él, con una sonrisa ladeada, afilada como una navaja.

-Para sobrevivir. Para matar. Para servir.

O para romperme los esquemas. Todavía no lo decido.

Su asistente le entregó una carpeta. El informe preliminar.

-Nombre: Noah Costa. Sin antecedentes. Huérfano desde joven. Formación académica básica. No hay registros de entrenamiento militar, pero hay lagunas en su historial de al menos cinco años.

Cinco años.

Borrados.

Difuminados entre rumores y silencios.

Nadie sabía dónde había estado. Nadie preguntaba. Nadie quería saberlo.

-Encuentra de dónde salió -ordenó Dante, sin despegar la vista de la fachada del bar-. Y averigua quién lo entrenó. No es un don nadie.

-¿Le preocupa que sea un infiltrado?

Negó, despacio.

No le preocupaba. Le interesaba.

Y eso... era mucho más peligroso.

-Quiero hablar con él. Personalmente.

-Ya enviamos a uno de los muchachos. Está en camino al bar ahora mismo.

Dante asintió sin cambiar su expresión. Luego, miró por la ventana nuevamente.

Lo vio salir.

Camiseta negra, jeans gastados, pasos relajados.

Fingiendo que nada le importa.

Como si no supiera que todos los ojos estaban sobre él.

Como si no supiera que ya había sido marcado.

Y aun así... se atrevió a negarle la palabra.

A él.

A Dante Valenti.

No estaba acostumbrado a los "no".

No en los negocios.

Y definitivamente no de hombres como él.

-Voy a convertir ese "no" en un "sí" -murmuró para sí mismo-.

Y cuando lo haga...

Quiero verlo de rodillas.

Con esa sonrisa arrogante borrada de los labios.

Pero incluso en su cabeza, algo dentro de él se quebró por un segundo.

Porque, por primera vez...

No sabía si hablaba de poder.

O de deseo.

Dante lo vio salir.

La puerta del bar chirrió apenas al abrirse, pero para él fue suficiente. Esa entrada no fue casual. Fue una elección. Noah caminaba como quien sabía que era observado, pero no se inmutaba por ello. El cuerpo relajado, los hombros rectos, la expresión insolente. No era arrogancia. Era control.

Demasiado control para alguien que dice ser solo un bartender.

Se detuvo frente a él. Ni una pizca de miedo en sus ojos. Al contrario, se permitía un aire burlón, casi encantador.

-¿Sigues aquí? -preguntó con media sonrisa-. Me siento halagado.

Dante entrecerró los ojos apenas, evaluando. Cada palabra de ese hombre era una prueba. Una provocación. Y, curiosamente, también una invitación.

-No me halagas -respondió con calma-. Me intrigas.

-¿Debería estar preocupado?

-Eso depende. ¿Planeas seguir fingiendo que eres solo un bartender?

Noah no pestañeó, pero la tensión mínima en su mandíbula le bastó a Dante para confirmar lo que ya sospechaba. El humor era una máscara. Una muy bien construida.

-Lo que ves es lo que hay -replicó con un encogimiento de hombros-. ¿O vienes a ofrecerme otro trago?

Dante avanzó un paso, con su presencia envolvente como una sombra noble y peligrosa. No tenía intención de intimidarlo, pero tampoco estaba ahí para rogar.

-Estoy aquí para darte una oportunidad. -Su voz era baja, firme, definitiva.

Noah lo miró como si ya conociera el guion.

-No me interesa unirme a ningún grupo, ni clan, ni... club de hombres poderosos que creen que el mundo les pertenece.

Dante sonrió. Le gustaba esa resistencia. Era pura. Y por eso, inútil.

-¿Y si te digo que no tienes opción?

Noah entrecerró los ojos, esa chispa de desafío volviendo a brillar.

-¿Vas a obligarme?

Dante se giró apenas, mirando a su alrededor con aparente desinterés. Luego volvió a posar la mirada en él, con una intensidad que congelaría la sangre a cualquier otro.

-Todos tenemos algo que nos hace vulnerables, Noah. Tú no pareces temer por ti... pero sí por quienes están cerca.

Noah endureció la expresión, el nombre no dicho flotando entre ambos como un disparo contenido.

-No te atrevas...

-No amenazo, solo doy advertencias claras -interrumpió Dante, sin alterar el tono-. Lara parece una chica simpática. Dulce. Me caería bien, seguramente. Sería una pena que su vida se complicara por tus malas decisiones.

Silencio. No hubo gritos. No hubo golpes. Solo una mirada. Dos voluntades colisionando sin necesidad de palabras.

Dante retrocedió un paso, satisfecho.

-Tienes hasta el anochecer para reconsiderarlo.

Se dio media vuelta, subió a su auto con la misma calma con la que se firman pactos invisibles, y desapareció entre el rugido del motor y la tensión que dejó suspendida en el aire.

Noah iba a ceder. Porque todos ceden.

Y cuando lo hiciera, sería completamente suyo.

La medianoche llegó.

El bar seguía oliendo a pólvora, madera quemada y alcohol derramado.

Todavía había vidrios rotos en el suelo, rastros del caos que se había desatado la noche anterior.

Y sin embargo, allí estaba él.

Dante Valenti, sentado en la barra con una copa intacta frente a él, esperando.

El lugar estaba cerrado, al menos para los clientes.

La puerta principal tenía un cartel improvisado de "Cerrado por reparaciones", pero los hombres de Valenti habían entrado igual, sin tocar.

Como si les perteneciera.

Como si todo ya les perteneciera.

La iluminación tenue creaba sombras largas en las paredes desconchadas. Dante no parecía incómodo; al contrario, encajaba con una perfección inquietante en ese entorno decadente, como si el caos le sentara bien.

Jugaba con el vaso entre los dedos, sin beber.

Esperaba.

Y no era un hombre que esperara a cualquiera.

El sonido de pasos lo hizo alzar la mirada.

Noah.

Con una camiseta limpia, el cabello recogido hacia atrás de forma descuidada, y expresión menos relajada que de costumbre, apareció desde el fondo del local. Había estado limpiando, probablemente desde que salió el sol. Tenía una mirada cansada... pero no débil.

-¿Tú otra vez? -murmuró Noah, sin ocultar el fastidio en su tono.

Dante ladeó la cabeza, como si observara una obra de arte incompleta.

-Tu bar está hecho un desastre -comentó con tono neutro-. Pero tú... tú luces peor.

Noah rió por lo bajo.

-¿Viniste a darme consejos de decoración o a probar suerte con el sarcasmo?

-Vine a darte una oportunidad -respondió Dante, sin dejar espacio a interpretaciones-. Una oferta.

-No estoy interesado -cortó Noah, con rapidez y sin rodeos.

-No terminé de hablar.

Noah lo fulminó con la mirada. No parecía intimidado. Solo cansado. Tal vez de la situación. Tal vez de la vida.

-¿Sabes? -continuó Dante, dejando el vaso sobre la barra-. Podrías seguir fingiendo que eres un simple bartender. Que tus manos no están hechas para otra cosa más que sacudir cocteleras y limpiar mostradores. Pero sería una mentira... y ambos lo sabemos.

-No sabes nada de mí.

-Sé más de lo que tú quisieras.

Noah entrecerró los ojos.

Dante se puso de pie. Su presencia parecía llenar todo el bar. Se acercó con calma, como un depredador consciente de su posición en la cadena alimenticia.

-Noah Reyes. Cinco años desaparecido del sistema. Movimientos limpios. Sin errores. Sin familia. Sin testigos. Ese tipo de historial no es casualidad. Y tú no eres un hombre común.

-Y aun así, elegí este bar.

-Elegiste esconderte.

Silencio.

Dante se inclinó apenas hacia él. No agresivo. No apresurado. Solo... letalmente firme.

-Podrías rechazarme -dijo con un susurro apenas audible-. Podrías seguir diciendo que no. Pero entonces tendré que poner presión en los lugares adecuados.

Los ojos de Noah se oscurecieron.

-¿Eso es una amenaza?

Dante sonrió.

-No. Es una advertencia.

Metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta y sacó una foto. La deslizó sobre la barra.

Lara.

Sonriendo en la entrada del edificio donde ambos vivían.

-No te equivoques, Noah. No quiero hacerle daño. Pero no suelo dejar cabos sueltos. Y tú... eres un nudo bastante incómodo.

Por primera vez, Noah se quedó en silencio por más de cinco segundos.

-¿Qué quieres exactamente? -preguntó, tenso.

Dante alzó el vaso como si brindara.

-Que entres a mi mundo.

Voluntariamente.

Con esa maldita sonrisa arrogante...

O sin ella.

La noche seguía oliendo a humo y pólvora vieja.

Dante permanecía de pie, firme, en medio del desastre del bar, como si la suciedad y el caos no lo alcanzaran.

Su reloj marcaba las 12:47 a. m.

Afuera, la ciudad dormía.

Adentro, el tiempo se tensaba como un gatillo.

Frente a él, Noah Reyes parecía relajado. Esa jodida actitud suya -despreocupada, sarcástica, casi burlona- lograba irritar a cualquier hombre de poder.

A cualquiera... menos a Dante Valenti.

-¿Sigues esperando que diga que sí, solo porque entraste con una sonrisa de villano y traje caro? -soltó Noah, cruzado de brazos.

Dante no respondió. En cambio, deslizó su mano dentro del bolsillo y sacó una tablet negra. La encendió con un gesto.

La pantalla cobró vida.

Una sola imagen. Nítida. Tensa. Inconfundible.

Lara.

Sentada en el sofá de su apartamento, un tazón de palomitas en el regazo, viendo una serie tonta como si el mundo no estuviera por colapsar.

Pero no era eso lo importante.

La cámara estaba enfocada desde una azotea. A la distancia, una mirilla roja vibraba débilmente sobre el cristal de la ventana.

Justo entre los ojos de Lara.

-¿Estás loco? -dijo Noah, su voz perdiendo por un segundo el tono juguetón.

Dante alzó el rostro con calma.

-No. Estoy preparado.

No había gritos. No había caos. Solo control.

Un control absoluto. El tipo que no se gana. Se impone.

-Ese es mi mejor francotirador -añadió, con voz baja-. Si pestañeo dos veces, aprieta el gatillo.

Noah dio un paso al frente. Ya no sonreía.

-No te atreverías...

-No si tú me das razones para no hacerlo -interrumpió Dante con suavidad-. No quiero tu miedo, Reyes. Quiero tu talento. Tu enfoque. Esa precisión maldita que vi en el suelo junto a tres cuerpos armados.

El silencio volvió, y esta vez, Noah ya no parecía tan impermeable. Su mandíbula estaba rígida. Los ojos, fijos en la pantalla.

Dante lo sabía.

Lo tenía.

-Ella no tiene nada que ver -dijo Noah finalmente, entre dientes.

-¿Entonces por qué sigue siendo tu debilidad?

Dante guardó la tablet con cuidado, como si se tratara de una simple nota de negocios.

-No más amenazas -murmuró, acercándose hasta quedar a centímetros de Noah-. Solo una invitación... con consecuencias.

Y, con una mirada que helaría a cualquier mortal, agregó:

-Te espero mañana, a las 10. Hotel Alighieri. Piso privado. Ve solo.

Luego se giró, sin esperar respuesta.

Mientras sus pasos se alejaban, sabía que lo había logrado.

No por la fuerza.

No por la amenaza directa.

Sino porque ahora Noah Reyes tenía miedo.

Y el miedo, bien dirigido...

era la mejor de las llaves.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022