Capítulo 5 PRUEBA DE FUEGO

DANTE VALENTI

Desde el punto de vista de Dante Valenti

Dante lo vio desde la sala de control, con las luces apagadas y una taza de café frío en la mano.

Noah caminaba por el campo de entrenamiento como si cada paso sobre la grava le recordara que no pertenecía allí. Sus ojos lo decían todo: atentos, calculadores, y al mismo tiempo, buscando una salida invisible.

Como un soldado obligado a regresar al campo de batalla después de haber enterrado su uniforme bajo tierra.

-Míralo -murmuró Dante sin despegar la vista de las pantallas-. Cada músculo en su cuerpo grita que quiere salir corriendo. Pero no lo hace.

Eso es disciplina.

Eso es miedo disfrazado de orgullo.

Las cámaras lo captaban desde todos los ángulos. Noah se apoyó contra una pared de concreto, los brazos cruzados, la camiseta negra pegada a su torso por el sudor, aunque no había hecho esfuerzo alguno. Observaba a los otros entrenar, sudar, chocar, gritar. No era parte de ellos.

Y lo sabía.

Dante alzó una ceja, entretenido con la escena. La jaula se había cerrado, pero el animal aún no había decidido si iba a pelear... o simplemente a morir de hambre.

-Mándenle a Marco -ordenó sin levantar la voz-. Quiero ver qué hace cuando lo empujan.

El asistente dudó.

-Señor... Marco no tiene el mejor... autocontrol.

-No estoy buscando autocontrol. Estoy buscando un detonante.

Un minuto después, Marco caminaba hacia Noah. Alto, corpulento, con esa sonrisa de matón barato que usaba para sentirse más importante de lo que era. Dante lo conocía bien. Sabía que era una chispa en busca de gasolina.

-¿Qué haces aquí, cantinero? -dijo Marco, con la arrogancia resonando en cada palabra-. ¿Perdiste el GPS y terminaste en la jaula equivocada?

Noah no respondió. Solo giró la cabeza con parsimonia, como si le costara energía siquiera mirarlo.

-¿Eso fue una provocación? -preguntó con voz neutra-. Qué decepción.

Marco frunció el ceño.

-Aquí se gana el respeto. No lo compras con miradas altaneras.

-¿Respeto? -Noah se soltó de la pared, estirando el cuello lentamente-. ¿Es eso lo que crees que das con tus grititos? Yo pensaba que solo eras el payaso local.

La risa sofocada de algunos alrededor llenó el espacio como una chispa mal contenida.

Y entonces Marco reaccionó. Como era de esperarse.

Un puñetazo directo a la mandíbula.

Pero Noah se agachó con la fluidez de alguien que ha esquivado balas reales.

Giró. Tomó el brazo. Lo inmovilizó con una llave impecable contra el suelo.

El cuerpo de Marco retumbó contra la grava con un sonido seco. Un crujido lo siguió.

-¡Agh! ¡Mi brazo...!

Noah se inclinó, el rostro cerca del de su oponente. Su voz fue un susurro helado:

-La próxima vez, apunta mejor. Yo no fallo.

Dante apareció entonces, sin hacer ruido, como un depredador que baja de su trono para inspeccionar a su presa. Todos los presentes se apartaron. Algunos bajaron la mirada. Otros simplemente contuvieron la respiración.

Noah alzó la vista, encontrándose con los ojos oscuros del hombre que le había trastocado la vida.

-Buen reflejo -dijo Dante con una media sonrisa-. Preciso. Letal. Familiar.

Noah no respondió. Se incorporó con lentitud, como si cada segundo fuese una provocación más.

-¿Vas a seguir probándome?

-Hasta que dejes de actuar como si tu opinión importara -replicó Dante, con calma cruel-. Tu nuevo alojamiento está al fondo. No hay cerraduras. Puedes salir si quieres. Pero estarás vigilado. Y si desapareces...

Hizo una pausa.

Un gesto con la mano y una de las pantallas mostró una imagen en vivo.

Lara.

Sentada en la terraza del apartamento, leyendo.

Y sobre ella, una mira telescópica perfectamente centrada en su cabeza.

Dante no dijo nada más. No tenía que hacerlo.

El mensaje era claro como el acero: Esto no es una elección. Es un aviso.

Noah apretó los dientes. Los nudillos blancos.

Pero no se movió. No dijo una palabra.

-Tienes hasta el amanecer para adaptarte -murmuró Dante antes de girarse y marcharse-. O el mundo que tanto luchaste por dejar... se va a encargar de recordarte que nunca saliste de él.

Y así se fue, dejando tras de sí un campo en silencio, un grupo que ahora lo respetaba, y un hombre que había cruzado el umbral... hacia su peor versión.

Dante no pudo dormir en toda la noche, en su cabeza los únicos pensamientos que rondaban eran con respecto a Noah.

Desde la sala de control, Dante observaba las pantallas sin parpadear.

Noah caminaba por el campo de entrenamiento como si midiera cada salida, cada sombra, cada posible ruta de escape.

Tenía el porte de un hombre que no estaba allí por elección. Uno que había sobrevivido a muchas batallas... pero no quería volver a empuñar un arma.

Y, sin embargo, lucía jodidamente perfecto en ese ambiente.

Dante entrecerró los ojos.

El sol del atardecer golpeaba las cámaras en ángulo oblicuo, haciendo que el sudor en la frente de Noah brillara como una provocación.

La camiseta pegada al cuerpo, los hombros marcados por la tensión, el mentón firme, la mirada clavada en la tierra como si estuviera a punto de romperla con el pensamiento.

-No eres de este mundo, ¿cierto? -susurró Dante para sí mismo.

Noah se detuvo un segundo. Se giró. No hacia la cámara directamente, pero bastó ese leve giro de cuello, ese ademán inconsciente, para que Dante sintiera que lo había oído. Que lo había sentido.

Y en ese instante, lo supo.

Ese maldito no quería estar ahí... pero tampoco podía huir.

Y no porque Dante se lo impidiera.

Era él mismo.

Era su pasado.

Eran las heridas que no cicatrizan, las órdenes que aún le taladraban la conciencia cuando cerraba los ojos.

Dante apretó la mandíbula.

-Dios... mírate. -Levantó una ceja, con una mezcla de fascinación y rabia-. ¿Qué carajo estás haciendo en un bar sirviendo tragos cuando tienes un cuerpo hecho para la guerra?

Y no solo para la guerra.

Para la sumisión.

Para el combate.

Para arrodillarse... o dominar.

Lo irritaba cómo su presencia lo afectaba. Lo sacaba de su centro.

Noah se agachó para atarse las botas. El movimiento hizo que la tela se tensara en sus muslos, revelando más de lo que debía.

Dante desvió la mirada. No porque no quisiera mirar.

Sino porque sabía que si seguía haciéndolo... cruzaría una línea.

Una línea que solo había cruzado con enemigos. Nunca con objetos de deseo.

Él era el que controlaba. El que decidía. El que poseía.

Y Noah Costa, ese exmilitar encubierto, ese hombre que lo desafiaba sin abrir la boca, era todo lo que no debía desear.

Pero lo deseaba.

-Te quiero en mi clan -murmuró con voz baja, ronca-. No solo por tu talento... sino porque me jode que no estés ya a mi lado.

Y lo peor de todo...

Era que una parte de él no sabía si hablaba como líder...

o como hombre.

Dante descendió del cuarto de controles con una tensión apenas contenida bajo su traje oscuro. No se trataba solo de vigilar. Quería estar allí. Respirar el mismo aire que Noah. Ver cada uno de sus gestos con sus propios ojos.

Y en el fondo, aunque no lo admitiría en voz alta...

Quería provocarlo.

Quería someterlo.

Lo encontró donde sabía que estaría: en el centro del campo de entrenamiento, caminando con esa maldita actitud de "me importa una mierda todo", los ojos escaneando cada salida, cada punto débil del recinto, como si ya estuviera planeando su escape.

Era perfecto.

Un animal salvaje que todavía no entendía que había sido enjaulado por un depredador más grande.

Dante se acercó sin hacer ruido, pero Noah no necesitaba oír pasos para saber que lo vigilaban. Se giró antes de que él hablara, con la ceja alzada y ese aire desafiante que encendía cada fibra retorcida de Dante.

-¿Te divierte tenerme encerrado aquí? -preguntó Noah, cruzado de brazos-. ¿O solo estás aburrido y decidiste jugar con otro soldado caído?

-No estás encerrado -respondió Dante, con una media sonrisa que nunca llegaba a sus ojos-. Solo estás... contenido.

Noah rió con sarcasmo.

-¿Y cuál es la diferencia?

-Que una jaula puede abrirse. Pero lo que voy a hacer contigo... no tiene salida.

Noah lo fulminó con la mirada. Dante se acercó un paso más, invadiendo su espacio personal como si le perteneciera por derecho.

-¿Qué quieres de mí, Valenti?

-Obediencia -dijo sin dudar.

Noah entrecerró los ojos.

-Nunca vas a tenerla.

Dante alzó la tablet que llevaba en la mano. Con un movimiento calculado, desbloqueó la pantalla y giró el dispositivo hacia Noah.

Allí, en la imagen... un francotirador.

El lente de su rifle enfocado en el pecho de una figura femenina: Lara.

El cambio en Noah fue inmediato. Rígido. Tenso. Como si cada fibra de su cuerpo gritara por moverse. Por correr hacia ella.

-¿Qué carajos...?

Dante no sonrió. No esta vez.

Su voz fue grave, y por debajo... latía una emoción más oscura que el poder o la amenaza.

-¿Por qué la proteges tanto, Noah?

Noah no respondió. Solo lo miró con una furia silenciosa que ardía en su pecho.

Dante bajó la tablet lentamente.

Él lo había notado. La forma en que Noah siempre hablaba de ella. Cómo se interponía por ella. Cómo arriesgaba todo por ella.

Y aunque Lara no era una amenaza real...

Despertaba celos que nunca debería haber sentido.

Celos que lo hacían querer borrarla del mapa... solo para que Noah no tuviera a nadie más que a él.

-Ella es una debilidad -escupió Dante con tono frío-. Y las debilidades, Noah... se eliminan. O se convierten en herramientas.

El silencio se volvió sofocante.

Y entonces, Dante se inclinó un poco, tan cerca que sus labios casi rozaban el oído de Noah.

-Si te quedas, vive. Si te vas... no puedo prometer que vuelva a respirar.

El rostro de Noah palideció. Su mandíbula se endureció. Pero no apartó la mirada.

-Eres un maldito enfermo.

Dante sonrió por fin, con satisfacción peligrosa.

-Lo soy. Pero tú, Noah... tú me estás enfermando más rápido de lo que esperaba.

Se dio la vuelta y lo dejó solo, con la tablet en la mano, y la imagen de Lara bajo la mira clavada en su retina.

                         

COPYRIGHT(©) 2022