¿Así es como terminaba todo? ¿Jamás fue sincera, o era que el amor en realidad no existía? Se lo había creído todo y era un estúpido iluso, estaba claro que los dóciles corderos también sabían mentir. El amor era para tontos y había caído en absurdas palabras vacías disfrazadas de cariño. ¿Qué más le quedaba? Su madre había muerto dos años atrás cuando un ladrón intentó asaltarla, le hizo frente y le disparó, así, sin vacilaciones. Su vida terminó así de simple, por unas cuantas monedas.
Su hermana Sunny trabajaba y estudiaba al mismo tiempo, pero ahora por su culpa le había dejado una carga más. Cuidar de un ciego no estaba en los planes de su hermana, pero lo hacía a pesar de todas las responsabilidades que tenía con la casa, la universidad y el trabajo. No merecía algo así.
-Mamá, estaré ahí en cinco minutos, espérame -dijo al mismo vacío, su mundo. La nada se había convertido en su única compañía desde hacía dos meses.
En su desesperación, tiró un florero que descansaba en su escritorio. Se hizo añicos en el suelo, pero no le importó. En su mente solo podían vislumbrarse recuerdos de ella, Margot, quien fuera su novia hasta el día de ayer. Aquella a quien amó y lo traicionó de la peor manera.
Margot era su preciosa novia, la chica más linda que había conocido. Su primer amor.
-Yo seré tus ojos.
Le había dicho, pero al final solo fueron palabras vacías, ella lo dejó por otra persona porque no podía ser la pareja de un ciego.
-Te quiero, Marcus, pero no puedo quedarme contigo. Adiós.
Todo su mundo se había vuelto un hueco donde no había nada más que su voz diciéndole que se rindiera, y ahora tampoco podía creer en el amor.
-Voy a aliviar tu carga, hermana.
Sus manos apresaron los vidrios rotos del suelo con fuerza, y aunque no podía ver el rojo de su sangre, sí pudo sentirla mientras bajaba por su brazo. No solo le había entregado a Margot su corazón, también se llevaría su vida.