El Despertar de la Reina de los Ladrillos
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Capítulo 1

La noche de la celebración, Madrid era una constelación de luces a nuestros pies. Estábamos en el ático de la Torre Solara, el rascacielos que yo había diseñado y que mi prometido, Mateo, se atribuía. Era la culminación de tres años de mi vida.

La fiesta estaba en su apogeo. Mateo, director de la firma, sonreía radiante, recibiendo felicitaciones. A su lado, su asistente personal, Isabel, repartía gruesos sobres con bonificaciones.

Pasó por delante de todos los arquitectos, entregando sonrisas y dinero.

Cuando llegó a mí, su sonrisa se borró.

Pasó de largo, ignorándome por completo. El murmullo de la fiesta se detuvo. Todos los ojos se clavaron en mí.

Isabel cogió un micrófono.

"Quiero hacer un brindis especial", dijo, su voz resonando en el silencio. "Por el verdadero talento".

Levantó su copa hacia Mateo.

"Y también quiero desenmascarar a las trepadoras que usan su cuerpo para conseguir lo que quieren".

Su mirada me atravesó. La pantalla gigante detrás de ella, que antes mostraba imágenes del edificio, se encendió de repente.

Apareció una foto mía en una cena con el señor García, un inversor clave. Luego otra, riendo en un evento con el cliente principal. Las fotos, sacadas de contexto, creaban una narrativa sucia y falsa.

La humillación era un fuego que me subía por el cuello.

La imagen final era un vídeo. Un hombre increíblemente atractivo me llevaba en brazos, inconsciente, a la entrada de un hotel de lujo en Sevilla.

El murmullo se convirtió en un clamor de desprecio.

"Ese es mi primo", susurré, pero nadie me oyó.

Mateo se acercó a mí, su rostro una máscara de dolor fingido.

"Sofía, ¿cómo has podido?", su voz era un látigo. "Creía que me amabas. Creía que éramos un equipo".

"Mateo, no es lo que parece. Puedo explicarlo".

"¿Explicar qué? ¿Que te acuestas con nuestros clientes para conseguir contratos? ¿Que me has estado engañando todo este tiempo?".

Me arrojó una carta al pecho. Era mi despido.

"Eres una vergüenza para esta firma. Recoge tus cosas y lárgate".

Miré a mis compañeros. Los que ayer me admiraban, hoy me miraban con asco. Oí risas.

"Así que así es como lo hacías".

"Pensaba que era brillante, pero solo es una puta".

Fue entonces cuando lo noté. Mateo e Isabel llevaban ropa de diseñador a juego. Un traje de él, un vestido de ella, del mismo tejido, del mismo color. Su relación era un secreto a voces, y yo era la única que no lo sabía. La tonta enamorada.

Me di la vuelta, rota. Solo quería desaparecer.

            
            

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