De Esposa Abandonada a Reina Imparable
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Capítulo 2

Salí de la consulta del ginecólogo sintiendo que el suelo se movía bajo mis pies.

"Señora," me había dicho el doctor con una seriedad que me heló la sangre, "usted tiene una condición uterina particular. No es grave, pero un aborto en este punto... hay una alta probabilidad de que no pueda volver a concebir. Tiene que estar segura."

Mateo no me había dicho eso. Dijo que era un procedimiento simple, sin consecuencias.

Me mintió.

Me senté en un banco del parque frente a la clínica, con los papeles en la mano. El mundo parecía borroso. La petición de Mateo ya no era solo una traición, era una sentencia.

Entonces, lo sentí.

Un aleteo suave, casi imperceptible, en mi vientre. La primera patada de mi bebé.

Fue como si una voz diminuta me gritara desde dentro: "Estoy aquí. Lucha por mí."

Las lágrimas que había contenido durante días brotaron sin control. No de tristeza, sino de una rabia y una claridad repentinas.

Este bebé era mío. Era lo único real que me quedaba en medio de todo el engaño.

No lo iba a matar por la carrera de una actriz manipuladora y la cobardía de mi esposo.

Arrugué los papeles de la clínica en mi puño y los tiré a la papelera más cercana.

Al levantarme para irme, mi mirada se cruzó con un quiosco de revistas. En la portada de ¡HOLA!, a todo color, estaban Mateo y Sofía.

Salían de una de las tiendas de bebés más exclusivas de la calle Serrano, cargados de bolsas de lujo. Él le sonreía con una devoción que nunca me había dedicado a mí. Ella apoyaba la cabeza en su hombro, con una expresión de frágil felicidad.

El titular decía: "Mateo y Sofía, ilusionados, preparan el nido de su futuro bebé."

Mi corazón se partió en mil pedazos, pero esta vez, el dolor no me paralizó. Me endureció.

Saqué mi teléfono. Mis dedos temblaban, pero mi mente estaba clara. Busqué en mis contactos un número que no había marcado en más de tres años, desde que mi padre se opuso a mi boda.

Javier.

El abogado de mi familia. Mi amigo de la infancia. El hombre que siempre me había mirado con una silenciosa preocupación.

Sonó una vez. Dos veces.

"¿Elena?"

Su voz era exactamente como la recordaba. Profunda, calmada, con un matiz de sorpresa.

"Javier," dije, y mi propia voz sonó extraña, más fuerte de lo que me sentía. "Necesito un abogado de divorcios. El mejor."

Hubo un breve silencio al otro lado de la línea.

"Ya lo tienes," respondió. "Dime dónde estás. Voy a por ti."

            
            

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