Mi vida era un tranquilo lienzo en una pequeña galería de arte.
Creía en mi matrimonio y en los tres años de felicidad junto a Mateo.
Todo cambió cuando vi a mi esposo en la televisión nacional.
Allí, abrazaba a Sofía, la actriz del momento, que sollozaba: "Estoy embarazada... y es suyo".
Mi mundo se hizo añicos.
Mateo apareció en casa, no con culpa, sino con un cálculo helado.
"Tuve que hacerlo", dijo, "y ahora necesito que te culpes de un fraude fiscal para protegerla".
Luego vino lo peor: "Tú también estás embarazada... tienes que abortar, Elena".
"Sofía no puede soportar ese estrés", añadió.
Más tarde, su madre, mi propia suegra, me encerró en un sótano helado e inhumano.
Allí, sola, en la oscuridad y el frío, perdí lo único que me quedaba: a nuestro bebé.
¿Cómo el hombre que amaba, el padre de mi hijo, pudo condenarme a perderlo todo por una mentira?
¿Por qué tanta crueldad humana?
Pero el dolor no me destrozó, me endureció.
Una pequeña patada, el último eco de mi bebé, resonó: "¡Lucha!" .
El silencio lo envolvió todo.
Ya no era la esposa humillada.
Soy Elena Mendoza.
Y mi venganza, fría como la tumba que cavaron para mi hijo, apenas ha comenzado.