La Heredera Verdadera y Única
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Capítulo 2

Javier, animado por la risa de Isabel, me miró con desprecio.

"¿Autoridad? Sofía, querida, parece que se te ha subido el éxito a la cabeza."

Se acercó, su voz bajó a un susurro condescendiente que todos podían oír.

"Has sido una empleada eficiente, lo admito. Pero no olvides tu lugar. Estás aquí por mí. Y ahora, ya no te necesito."

Me observó, esperando una reacción, una lágrima, un grito. No le di nada.

"¿Mi lugar?", pregunté, mi voz helada. "¿El lugar que me pidieron tus padres que ocupara?"

Recordé la promesa que les hice a Don Ricardo y Doña Elena. Años de mi vida dedicados a un matrimonio sin amor, a levantar un negocio que amaba por instinto, todo por una promesa. Por mantener unida a la familia.

Javier se burló.

"Mis padres te querían como a una hija, es cierto. Pero soy su único hijo. Su sangre. ¿De verdad crees que te elegirán a ti por encima de mí y de su futuro nieto?"

Su crueldad me golpeó. No por el insulto, sino por su absoluta ceguera. Él no veía mi sacrificio, solo su propio privilegio.

"No hables de ellos", dije, mi paciencia agotándose. "Esto es entre tú y yo. Y te lo advierto por última vez, Javier. Detén esta locura."

Isabel intervino, su voz llena de veneno.

"¿Locura? La única loca aquí eres tú si crees que tienes algún poder. Javier es el dueño. Y yo soy la futura señora de Vega."

Javier me ofreció una sonrisa lastimera.

"Para que veas que no soy un monstruo, te daré una compensación. Diez mil euros. Por los años de servicio."

La cifra era un insulto deliberado. Una bofetada.

"¿Diez mil euros?", repetí, incrédula. "El último contrato que cerré le dio a esta empresa diez millones de euros en beneficios."

Javier se encogió de hombros.

"Qué lástima. Pero nunca firmaste un contrato laboral, ¿verdad? Eras 'de la familia'. Legalmente, no te debo nada. Así que coge el dinero y vete con algo de dignidad, si es que te queda."

El murmullo de los invitados se hizo más fuerte. Lástima, burla, satisfacción. Me sentí sola, rodeada de lobos.

Fue mi error. Mi ingenuidad. Creí que la lealtad y el trabajo duro significarían algo para él. Creí en la promesa que le hice a sus padres.

Miré a Isabel. La vi regresar no por amor, sino por oportunidad. Cuando la empresa casi quiebra, ella huyó. Ahora que es un imperio internacional, vuelve con un heredero como arma. Y Javier, ciego y vanidoso, se lo había creído todo.

Mi calma se rompió. Una ira fría me recorrió.

"Saca a esa mujer de aquí, Javier", ordené, mi voz vibrando con furia contenida. "Y pídeme perdón de rodillas. Es tu última, última oportunidad."

Javier soltó una carcajada.

"¿Perdón? ¿Yo? ¡Deberías agradecerme! Te saqué de la nada. Y ahora, vuelves a la nada. ¡El bebé de Isabel es mi futuro! ¡Tú eres mi pasado!"

Los invitados me miraban como si estuviera loca, una mujer desesperada aferrándose a un poder que ya no tenía. Pero yo no estaba desesperada. Había cumplido mi promesa. Durante años, intenté salvar a Javier de sí mismo. Ahora, estaba libre.

"¿Así que eliges a esta... oportunista?", pregunté, mi voz tranquila de nuevo.

Isabel gritó, ofendida.

"¡Cómo te atreves, campesina!"

Javier la abrazó.

"Sí, la elijo a ella. A mi familia. Ahora, firma los papeles del divorcio y lárgate de mi casa."

Asentí lentamente.

"Está bien. Has tomado tu decisión."

Mi voz sonó casi como un lamento. No por mí. Por él.

"No sabes lo que has hecho."

            
            

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