Llegó a casa pasadas las tres de la madrugada.
Yo estaba sentada en el sofá del salón, en la oscuridad.
La tarta de nuestro aniversario, que había horneado yo misma, seguía intacta sobre la mesa.
Encendió la luz y se sobresaltó al verme.
"¿Qué haces aquí sentada a oscuras? Pareces un fantasma."
Su voz era fría, irritada.
Miró la tarta con desdén. "¿Qué es esto?"
"Feliz aniversario," dije, mi voz apenas un susurro.
Él resopló.
"Ah, eso. Se me había olvidado por completo."
No se disculpó. Ni siquiera mostró una pizca de remordimiento.
"No empieces con tus rabietas, Sofía. He tenido un día muy largo."
"¿Una rabieta? ¿Llamas rabieta a esperar a tu marido en vuestro aniversario?"
"Es un día trivial," dijo, quitándose la chaqueta y arrojándola sobre una silla. "No sé por qué le das tanta importancia."
Me levanté. Me sentía vacía.
"¿Desde cuándo es trivial, Javier? ¿Desde que ella volvió a tu vida?"
Él frunció el ceño. "¿Ella? ¿De qué estás hablando?"
"De Valentina."
Su expresión cambió. Se puso a la defensiva.
"No sé qué te habrá contado tu amiguita, pero no es lo que piensas."
Reflexioné sobre los últimos meses. Su cambio había sido gradual.
Empezó a llegar tarde a casa, diciendo que tenía reuniones.
Compró ropa nueva, perfumes caros.
Cambió su estilo.
Yo, estúpidamente, pensé que lo hacía por su trabajo, para impresionar a nuevos clientes.
Ahora entendía la verdad.
Todos esos cambios no eran para su carrera.
Eran para ella. Para Valentina.
"Tus ojos," dije, mi voz temblando ligeramente. "Has estado forzándolos mucho. Y has vuelto a fumar. Sabes que el médico dijo que era perjudicial para el trasplante."
Mi preocupación, a pesar de todo, era genuina. Esos ojos eran lo único que me importaba.
Él me miró con fastidio.
"No necesito que me hagas de madre."
Su teléfono sonó en ese momento. Vio el nombre en la pantalla y su expresión se suavizó.
"Tengo que irme," dijo, cogiendo su chaqueta.
"¿Adónde vas a estas horas?"
"Valentina no se encuentra bien. Me necesita."
Se fue sin mirar atrás.
Me quedé sola en el salón, con la tarta de aniversario y el eco de sus palabras.
"Me necesita."
Vivíamos en la misma casa, pero éramos como dos extraños compartiendo piso.
No, peor. Éramos un carcelero y su prisionera.
Y yo era la prisionera.