Siete Años en la Sombra: Cuando la Memoria Regresó
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Capítulo 2

Estaba haciendo las maletas, metiendo en cajas los pocos objetos que no me recordaban a ella, cuando sonó el timbre.

Miré a Mateo, confundido. No esperaba a nadie.

Él fue a abrir.

Escuché su voz tensa.

"Isabella. ¿Qué haces aquí?"

Y luego, su voz. Fría y cortante como el cristal.

"Vengo a ver a Javier. ¿Dónde está?"

Apareció en el umbral de mi habitación, impecable en un traje de diseñador, su belleza tan perfecta que parecía irreal. A su lado, un hombre sonreía con arrogancia. Era carismático, del tipo que llena una habitación con su sola presencia.

"Javier," dijo ella, su tono despectivo. "Veo que ya estás levantado."

No había ni una pizca de preocupación en su voz.

"Él es Ricardo," continuó, sin esperar mi respuesta, pasando un brazo por el de él. "Mi novio."

Ricardo me extendió la mano. Su apretón fue firme, dominante.

"Un placer. Isabella me ha hablado mucho de ti. Su... amigo leal."

La forma en que dijo "amigo leal" fue una burla sutil.

Me quedé mirándola, tratando de encontrar alguna conexión, algún sentimiento. Nada. Solo la confirmación de que todo lo que Mateo me había contado era verdad.

"Isabella, yo..." empecé a decir, queriendo explicarle mi amnesia, queriendo que supiera que el hombre al que trataba con tanto desdén ya no existía.

Pero justo en ese momento, el teléfono de Ricardo sonó.

Él contestó con una sonrisa encantadora.

"Sí, papá. Todo perfecto. El vuelo sin problemas. Te presento a Isabella en la cena de esta noche."

La interrupción fue total. Mi oportunidad se desvaneció.

Isabella se giró hacia Ricardo, toda su atención centrada en él, su rostro suavizándose con una adoración que, según Mateo, yo nunca había recibido.

Ricardo colgó y me miró.

"Isabella es increíble, ¿verdad? Dejó todo para recogerme en el aeropuerto en medio de esa tormenta. Me dijo que nada era más importante. Siete años separados, y su devoción sigue intacta. Algunos hombres matarían por un amor así."

Sus palabras no eran para mí. Eran una demostración de poder, una forma de marcar su territorio.

Yo era solo un obstáculo, un mueble en la habitación.

Asentí, sin expresión.

"Me alegro por ustedes," dije, mi voz plana.

Isabella me lanzó una mirada de extrañeza, como si esperara una reacción diferente. Dolor, celos, súplica.

No le di nada.

            
            

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