Amor Después de Divorcio
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Capítulo 4

Salí de casa sin mirar atrás.

Cogí un taxi y me registré en el hotel Palace, en una suite con vistas al Retiro.

Necesitaba espacio. Necesitaba silencio.

Lo primero que hice fue llamar a una clínica privada y pedir cita para una interrupción del embarazo.

La decisión fue la más difícil de mi vida, pero sabía que no podía traer un hijo a un mundo de mentiras y traición.

Este niño merecía más. Merecía un hogar lleno de amor, no de dolor.

Al día siguiente, mientras esperaba en la sala de espera de la clínica, un hombre se sentó a mi lado.

"¿Isabela? ¿Isabela de la Fuente?"

Me giré. Era Mateo.

Mateo, el capitán del equipo de fútbol de la universidad. El chico más popular y amable que había conocido.

Ahora era un hombre, con la misma sonrisa cálida y los mismos ojos honestos.

"Mateo. Qué sorpresa."

"Lo mismo digo," dijo, su sonrisa se desvaneció al ver mi expresión. "¿Estás bien? Pareces... pálida."

No sé por qué, pero con él no pude fingir.

Quizás fue su amabilidad genuina. Quizás fue porque estaba en mi punto más bajo.

"Estoy embarazada," dije en voz baja. "Y voy a... voy a interrumpirlo."

La sorpresa en su cara fue reemplazada por una profunda compasión.

"Isa, lo siento mucho. No tienes que contarme por qué, pero si necesitas a alguien con quien hablar..."

En ese momento, la puerta de la clínica se abrió de golpe.

Era Javier.

Su cara era una máscara de furia. Me había rastreado por el GPS del coche que yo había cogido.

Vio a Mateo. Vio cómo su mano descansaba sobre la mía en un gesto de consuelo.

Y su mente, retorcida por la culpa, sacó la peor conclusión.

"Así que es por esto," dijo, su voz llena de desprecio. "Por eso quieres el divorcio. ¿Quién es él, Isabela?"

Mateo se levantó, interponiéndose entre nosotros.

"Soy un viejo amigo. Y tú deberías tratar a tu esposa con más respeto."

"¿Mi esposa?" Javier se rio amargamente. "Pronto dejará de serlo, al parecer."

Justo en ese momento, apareció Sofía, corriendo detrás de Javier, sin aliento.

"¡Javi, espera! ¡No hagas una locura!"

Me miró, y luego a Mateo. Su expresión cambió a una de triunfo mal disimulado.

El olor de su perfume, mezclado con el de Javier, me golpeó de repente.

Sentí una oleada de náuseas.

No luché contra ella.

Me giré hacia Sofía, que se había acercado para "consolarme", y vomité.

Todo el café del desayuno, toda mi angustia, acabó sobre su carísimo vestido de diseñador.

Su cara de horror fue casi cómica.

"¡Ay, Dios mío!" grité, fingiendo pánico. "Lo siento tanto, Sofía. Debe ser mi gastritis. Soy tan delicada, ya sabes."

Usé las mismas palabras con las que ellos siempre me habían definido.

Javier estaba paralizado, sin saber si ayudar a Sofía o seguir gritándome a mí.

Mateo reaccionó al instante. Me rodeó con su brazo.

"Vamos, te saco de aquí."

Me guiñó un ojo discretamente.

"Isabela, espera," gritó Javier.

No me giré.

Mientras Mateo me escoltaba hacia la salida, le dije en voz alta: "Gracias, Mateo. No sé qué haría sin ti."

Salí de la clínica, dejando a Javier y a una Sofía cubierta de vómito en medio del caos.

Por primera vez en mucho tiempo, sentí que recuperaba el control.

El sol brillaba. Y yo, por fin, empezaba a ver la luz.

                         

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