Capítulo 2 El peso de la piedra

La mañana amaneció envuelta en neblina, como si las Montañas Rotas respiraran en silencio, ocultando secretos entre los riscos. Asha se despertó con un sobresalto, aún con la sensación de haber soñado con fuego que hablaba, con cenizas que lloraban nombres olvidados.

Kael no estaba en su camastro.

Se incorporó de inmediato, buscando entre las sombras. Los exiliados aún dormían, y solo algunas siluetas caminaban entre los abrigos de piedra que les servían de refugio. El aroma a tierra húmeda y ceniza flotaba en el aire. Salió sin calzarse del todo, sintiendo el frío filoso morderle los pies.

Lo encontró a pocos metros del borde del risco, de espaldas al abismo. Kael tenía la cabeza gacha, el brazo petrificado colgando como una rama muerta. Era más que una costra de obsidiana: ahora llegaba hasta el hombro, con vetas grises extendiéndose por el cuello y la clavícula. Su piel parecía cristalizarse, volverse parte del entorno inerte.

Asha se acercó sin hacer ruido. No quiso asustarlo, pero tampoco fingir que todo estaba bien. El peso de su propia respiración le dolía en el pecho.

-No he dormido -murmuró Kael, antes de que ella hablara.

Asha tragó saliva.

-¿Ha empeorado?

Kael alzó la mano izquierda -la aún humana- y asintió. Cuando se volvió hacia ella, Asha notó que una línea delgada de piedra cruzaba su mejilla, como una cicatriz congelada en medio de la transformación.

-Esta noche no pude mover los dedos -dijo, bajando la vista a su brazo derecho-. Sentí como si no me pertenecieran. Como si... como si ya no fueran parte de mí!

-No digas eso -replicó Asha de inmediato, demasiado rápido, demasiado rota.

-Es la verdad.

El silencio cayó como una losa entre ambos. Solo el rumor lejano del viento y el retumbar ocasional de alguna piedra suelta rompían la quietud. Asha sintió una punzada de impotencia. Había sostenido la vida en sus manos, había revivido memorias muertas, había encendido nodos con su fuego... pero no sabía cómo salvarlo. No sabía cómo detener lo que Kael estaba perdiendo.

-Lirien cree que el corazón de ceniza que llevas está enlazado a ti -dijo Kael, como si leyera sus pensamientos-. Que mientras lo conserves, mi transformación será más lenta. Pero no se detendrá.

-Eso aún no lo sabemos -respondió Asha, con la voz más firme de lo que sentía.

Kael no contestó. Se limitó a mirarla con esos ojos que seguían siendo humanos, pero cada vez más distantes. Asha pensó en la primera vez que lo vio, en los corredores del templo, cuando él era su carcelero y ella una prisionera con lengua oculta. Había pasado tanto desde entonces, y sin embargo, allí estaban: los mismos, pero ya no.

-¿Te duele? -preguntó ella, apenas un susurro.

Kael negó con la cabeza.

-No es dolor. Es ausencia.

Esa palabra le heló la sangre.

Él extendió la mano izquierda hacia ella, y Asha la tomó de inmediato. Su tacto aún era cálido, aún era él. Se aferró a esa humanidad como quien sostiene un recuerdo que no quiere dejar escapar.

-No vamos a dejar que te pierdas -dijo ella, con decisión-. Vamos a encontrar los fragmentos, vamos a reactivar los nodos. Algo en todo esto debe tener sentido.

-Quizás. Pero debes prepararte -dijo él con suavidad-. Por si ese momento llega. Por si dejo de ser yo.

Asha apretó los labios, conteniendo la respuesta que le ardía en la garganta. No quería promesas de muerte. No ahora. No mientras aún respiraban el mismo aire.

Volvieron juntos al refugio, donde Lirien ya estaba despierta, trazando líneas sobre la roca con pigmentos naturales. Al verlos, se levantó, evaluando a Kael con una mirada que no era compasiva, sino práctica.

-¿Hasta dónde ha llegado hoy?

-Hombro y cuello -dijo Asha, sin rodeos.

Lirien asintió. No era sorpresa. Solo confirmación de lo inevitable.

-Necesitaremos a los Hijos del Fuego Roto. Su conocimiento sobre las memorias minerales puede ser útil. Hay registros antiguos sobre la obsidiana viviente. Puede que alguna vez fuera usada por los Custodios como contención... o castigo.

-¿Quieres decir que lo hicieron a propósito? -inquirió Asha, sintiendo hervir la rabia en su interior.

-No lo sé aún. Pero si ese fragmento está vinculado a ti, y Kael lo protege, puede que él esté absorbiendo parte del fuego. Como si canalizara lo que tú no puedes sostener completamente.

Kael no dijo nada. Solo se sentó cerca del fuego, con la mirada perdida. Asha notó que no tocaba nada con el brazo petrificado, como si temiera romper lo que aún era frágil.

-Hay una grieta nueva cerca del Valle del Ruido -dijo Lirien tras un silencio-. Las ancianas dicen que puede ser el acceso a una memoria sellada. Tal vez contenga más respuestas... o advertencias.

-Iremos -dijo Asha antes de que Kael pudiera hablar.

-Asha... -murmuró él.

-No. No vamos a quedarnos aquí esperando. Si hay algo en esa grieta, algo que nos diga cómo ayudarte, entonces vamos.

Lirien asintió. La decisión ya estaba tomada.

Esa noche, Kael se quedó dormido al fin, con el brazo convertido en piedra apoyado en el regazo. Asha lo observó en silencio, mientras las brasas del fuego iluminaban su rostro con una luz oscilante. La piedra parecía avanzar más de noche, cuando el cuerpo cedía a la calma. Como si esperara el descuido para reclamar más territorio.

Asha salió de la tienda. Lirien estaba sentada sobre una roca, observando las estrellas, dibujando con un trozo de carbón sobre un mapa extendido.

-¿Y si no llegamos a tiempo? -preguntó Asha, sin rodeos.

-Entonces harás lo que viniste a hacer -respondió Lirien sin mirarla-. Y él habrá cumplido su propósito.

-¿Y cuál es ese propósito? ¿Convertirse en una estatua?

-Convertirse en un receptáculo. Una reliquia viviente. Algo que los Custodios temían tanto que intentaron enterrar. Kael es más que carne. Es memoria. Y tú eres fuego.

Asha apretó los puños. Quería gritarle, sacudirla, pero sabía que Lirien no hablaba desde la crueldad, sino desde una visión más amplia, más fría. Y más antigua.

-¿Y si no quiero ser solo fuego?

-Entonces deberás decidir cuándo arder... y cuándo resistir.

El viento trajo consigo el murmullo de un estruendo lejano. Una grieta abriéndose, quizás. O un nodo despertando.

Asha levantó la vista al cielo. Las estrellas ya no parecían indiferentes. Ardían con la misma promesa que llevaba en la palma de la mano: el fragmento de ceniza, aún caliente, aún vivo. Aún esperando ser completo.

Sabía que Kael estaba cambiando. Que el tiempo se agotaba. Pero también sabía que cada paso hacia esa grieta era un paso hacia algo más profundo que la piedra. Algo que tal vez podría salvarlo.

O perderlos a ambos.

            
            

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