La cara de Valeria pasó del blanco al rojo en segundos. Sus labios temblaron, incapaz de formar una palabra coherente.
«Yo... yo no sé de qué hablas».
Carolina, nuestra otra compañera de piso y la fiel defensora de Valeria, salió de su habitación al oír el alboroto.
«Sofía, ¿qué te pasa? ¿Por qué la atacas así?».
Me crucé de brazos, sin apartar la vista de Valeria.
«No la ataco, solo hago una observación. Es curioso que justo hoy, que yo pensaba ponerme mi vestido, ella aparezca con una copia. No es la primera vez, ¿verdad, Valeria?».
Valeria rompió a llorar. Un llanto dramático y sonoro, diseñado para generar lástima.
«¡Solo porque tú eres rica y yo soy pobre! ¡Me humillas por no poder comprar ropa cara! ¡No tienes corazón!».
Carolina la abrazó al instante, lanzándome una mirada de puro odio.
«Eres una elitista asquerosa. Valeria te admira, por eso se inspira en ti. Debería darte vergüenza».
«¿Inspirarse?», me reí. «Llamémoslo por su nombre: es una imitadora sin un ápice de originalidad. Copia mi ropa, mi forma de hablar, mis gestos e incluso mis técnicas de pintura. Es patético».
Valeria lloró aún más fuerte.
«¡Voy a decírselo al profesor Morales! ¡Verás cómo te pone en tu sitio!».
Salió corriendo del piso, con Carolina siguiéndola como un perrito faldero.
Me quedé sola en el salón. La rabia que había sentido en el momento de mi muerte seguía ardiendo en mi interior.
Recordé todas las veces que Valeria me había saboteado. Las veces que había difundido rumores sobre mí, diciendo que yo era la que la imitaba a ella. Las veces que había seducido a los chicos que mostraban interés en mí, susurrándoles mentiras al oído.
Incluso Javier. Recuerdo cómo se distanció de mí después de que Valeria le contara que yo me burlaba de su origen humilde. Todo era una mentira calculada.
Esta vez, no iba a permitirlo. Esta vez, iba a usar el poder que siempre había ocultado.
Mi teléfono sonó. Era un número desconocido. Contesté.
«¿Señorita Sofía Valbuena? Soy la secretaria del profesor Morales. Le ruega que se presente en su despacho de inmediato».
«Dígale que voy para allá».
Colgué el teléfono. Me puse el vestido original de Adolfo Domínguez, unos zapatos de tacón y mi bolso de Loewe. Si querían a la niña rica y elitista, se la iba a dar.