El Precio de su Doble Vida
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Capítulo 1

El frío del metal del teléfono público se sentía como hielo contra mi mejilla. Escuchaba el timbre, una y otra vez, un sonido vacío que viajaba cientos de kilómetros hasta Bogotá.

Mi hijo Santi me apretaba la falda, con sus grandes ojos fijos en mí.

"¿Papá va a venir, mamá?"

No respondí. Solo podía escuchar el eco de la voz de la funcionaria del municipio: "Lo siento, señora, pero el señor Mateo Vargas ya ha registrado a un hijo. Leo Vargas. Solo hay una plaza subvencionada por el club para la educación de los hijos de los jugadores."

Un solo hijo. Y no era el nuestro.

Finalmente, una voz femenina y suave contestó el teléfono. Era Isabela.

"¿Aló?"

"Soy Ana," dije, con la voz temblorosa. "Necesito hablar con Mateo. Es sobre Santi."

Hubo un silencio. Podía imaginarla, sofisticada y frágil, en ese lujoso apartamento de Bogotá.

"Mateo está ocupado," dijo finalmente, su tono falsamente dulce. "Está entrenando. El club es su vida ahora."

"Mi hijo también debería ser su vida," insistí, mi desesperación creciendo. "Necesito sus documentos. Necesito que lo reconozca."

"Ana, tienes que entender," su voz se volvió condescendiente. "Mateo tiene una nueva vida aquí. Una vida importante. Conmigo. Y con Leo. No puedes venir a complicarlo todo."

Colgó.

El pitido final del teléfono fue como una sentencia. Me quedé allí, sosteniendo el auricular, mientras la humillación y el dolor me quemaban por dentro. Santi, mi pequeño Santi, era el "olvidado", el secreto vergonzoso de un héroe local.

En mi vida anterior, este fue el principio del fin.

Rogué. Lloré. Finalmente, Mateo accedió a que llevara a Santi a Bogotá. En el autobús, mientras él hablaba por teléfono con Isabela, discutiendo sobre el nuevo uniforme de Leo para la academia, unos hombres se llevaron a mi hijo.

Una parada de descanso. Un momento de distracción. Y Santi desapareció.

Mateo se negó a hacer un llamamiento público. "Un escándalo arruinaría mi carrera," susurró, sus ojos fríos y sin una pizca de remordimiento. "Isabela no podría soportarlo."

Mi mundo se derrumbó. Roto. Vacío. Caminé hasta el puente sobre el río Magdalena y dejé que sus aguas turbias me reclamaran.

Pero hoy, algo es diferente.

Despierto. No en la oscuridad fría del río, sino en mi cama, con el sol de la mañana entrando por la ventana. Es el día. El día en que iba a ir al municipio. El día en que todo comenzó.

Santi duerme a mi lado, su respiración suave y tranquila.

Esta vez no habrá súplicas. No habrá lágrimas silenciosas.

Me levanto, me visto y tomo el dinero que he ahorrado durante años. Beso la frente de mi hijo y le susurro una promesa.

"Mamá va a arreglar esto."

No voy al municipio. Voy directamente a la terminal de autobuses y compro un billete a Bogotá.

            
            

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