El rostro de Valentina pasó del blanco al rojo en segundos. Sus labios temblaron, buscando una respuesta que no encontraba. En mi vida pasada, su silencio me habría hecho sentir culpable. Ahora, solo me daba una profunda satisfacción.
"¿Qué... qué estás diciendo?", balbuceó finalmente, su voz un hilo tembloroso.
"Digo que ese trapo que llevas puesto es una burla", respondí, mi voz era tranquila, casi aburrida. "La tela es poliéster del malo, las costuras están torcidas y el color ni se acerca al original. Es una ofensa para el diseñador y para mis ojos".
Se apartó de mí, abrazándose a sí misma como si mis palabras fueran golpes físicos.
"¡Tú no sabes nada! ¡Me lo regaló un admirador!".
"¿Un admirador ciego, quizás?", pregunté con una ceja arqueada. "O uno muy tacaño. ¿Te lo compró en el rastro de Logroño? Porque se nota".
Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. Era su arma principal, la que siempre usaba para manipular a los demás. En el pasado, todos corrían a consolarla, a mirar mal a la "insensible" Sofía.
"¿Por qué eres tan cruel conmigo?", sollozó. "Siempre intentas humillarme solo porque no tengo dinero. ¡Eres una clasista!".
"No, Valentina", la corregí, acercándome un paso más. "No soy clasista. Soy alérgica a las mentiras y a las imitadoras. Y tú eres las dos cosas. Ahora, si me disculpas, tengo cosas que hacer. Y te sugiero que te cambies de ropa. Das pena".
Sin esperar su respuesta, me di la vuelta y entré en el baño, cerrando la puerta tras de mí. Oí sus sollozos convertirse en un grito ahogado de rabia.
Bien. La rabia era mejor que las lágrimas falsas. Significaba que la había herido de verdad.
Me miré en el espejo del baño. La misma cara, los mismos ojos. Pero algo había cambiado. La ingenuidad había desaparecido, reemplazada por una determinación fría como el acero. Ya no iba a ser la víctima silenciosa. Si Valentina quería una guerra, la tendría. Pero esta vez, yo conocía todos sus movimientos antes de que los hiciera. Y tenía un arma que ella ni siquiera sabía que existía: la verdad.
Y mi apellido.
Cuando salí del baño, Valentina ya no estaba. Se había ido corriendo, sin duda a buscar a su próximo público.
Perfecto. Que empiece la función.