Venganza de La Esposa Despreciada
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Capítulo 1

Llevo cinco años casada con Mateo.

Cinco años en los que cada mes, la llegada de mi período era una sentencia de fracaso, un susurro constante de que no era una mujer completa.

En mi pueblo, una mujer sin hijos es como un árbol que no da frutos, algo triste, algo que se comenta en voz baja.

Mateo, mi esposo, siempre me consolaba.

"Mi amor, no te preocupes, la ciencia nos ayudará. Eres la mejor esposa, y Dios nos bendecirá con una familia grande, ya verás."

Sus palabras eran mi refugio, su sonrisa, mi esperanza.

Él, un arquitecto exitoso de una familia rica de la Ciudad de México, me eligió a mí, una simple panadera de pueblo. ¿Cómo no iba a creerle? ¿Cómo no iba a amarlo con toda mi alma?

Fue él quien encontró la clínica "más avanzada" en Estados Unidos. Fue él quien pagó la fortuna que costaba el tratamiento de fecundación in vitro.

Y funcionó.

Cuando el médico confirmó el embarazo, lloré en los brazos de Mateo. Él me abrazó fuerte.

"Te lo dije, Isabela. Seremos padres."

Ahora, con ocho meses de embarazo, mi vientre es un testimonio de ese milagro.

Hoy es el cumpleaños de Mateo, y quiero darle una sorpresa. He horneado su pastel favorito, el de tres leches, tal como lo hacía mi abuela. La casa está llena del olor a canela y vainilla.

Él está en su estudio, en una llamada de trabajo, o eso creía yo.

Quería que todo fuera perfecto, así que encendí el monitor de bebés que instalamos en el estudio "para cuando el niño llegara". Quería saber exactamente cuándo terminaría su llamada para entrar con el pastel.

Pero la voz que escuché no era de negocios. Era la de Javier, su socio y amigo.

"Entonces, ¿cuándo le vas a decir a la panadera que el bollo que tiene en el horno no es suyo?"

La risa de Mateo llenó el pequeño altavoz.

"Cállate, idiota. ¿Quieres que te escuche? Está abajo, probablemente horneando alguna de sus cosas de pueblo."

Mi mano, que sostenía el cuchillo para cortar el pastel, se congeló.

El aire se volvió pesado, difícil de respirar.

La voz de Javier continuó, burlona.

"Vamos, hombre. Es épico. La tienes creyendo que es infértil durante cinco años, metiéndole pastillas en su té, y ahora la usas de incubadora para tu verdadera reina, Camila. Eres un genio, un rey."

"Camila no puede arruinar su cuerpo. ¿Te imaginas a mi Camila con estrías, gorda? Jamás. Ella es perfecta. Isabela... bueno, ella ya está acostumbrada a estar gorda. Mira cómo se ha puesto. Da asco."

El cuchillo cayó de mi mano, golpeando el suelo de mármol con un ruido metálico que resonó en el silencio de mi corazón roto.

El pastel, mi ofrenda de amor, ahora parecía una burla.

Me apoyé en la encimera, el peso de mi vientre de repente insoportable, el peso de la mentira aplastándome.

Cinco años.

Cinco años de culpa.

Cinco años de lágrimas secretas.

Cinco años de una mentira que yo había ayudado a construir.

Y el bebé... mi bebé... no era mío.

            
            

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