Venganza de La Esposa Despreciada
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Capítulo 2

Recogí el cuchillo del suelo. Mis manos temblaban.

Subí las escaleras, cada paso era un esfuerzo. Mi respiración era un jadeo doloroso.

La puerta del estudio estaba entreabierta. Me detuve, escuchando.

"¿Y las fotos? ¿Se las sigues mandando a Camila?", preguntó Javier.

"Claro. Cada mañana. Le encanta ver cómo su futuro bebé deforma el cuerpo de la campesina. Es nuestro pequeño juego."

"Eres un cabrón, Mateo. Un verdadero rey. ¿Y cuándo se muda ella?"

"Mañana. Le dije a Isabela que Camila necesita un lugar donde quedarse, que está pasando por un mal momento. La tonta se lo creyó. Le dije que era para que me ayudara a cuidarla. La ironía es deliciosa."

"¿Y la contraseña de la casa?"

"Ya la cambié. Es el cumpleaños de Camila. Para que se sienta como en casa."

Sentí que el suelo se abría bajo mis pies.

No podía respirar.

Me di la vuelta, en silencio, y volví a la cocina.

Mi reflejo en la puerta del horno me devolvió la imagen de una extraña: una mujer hinchada, con la cara manchada de lágrimas secas y los ojos abiertos por el horror.

Mateo bajó una hora después, sonriendo.

"Mi amor, ¿qué es esto? ¿Una sorpresa para mí?"

Se acercó para besarme, pero me aparté.

"Estoy cansada," dije, mi voz un susurro ronco.

Su sonrisa vaciló por un segundo.

"Claro, mi vida. Es el embarazo. Has hecho demasiado. Anda, vamos a la cama. Te llevaré un té de manzanilla para que duermas bien."

El té.

El té que me daba cada noche.

El té con las pastillas.

Asentí, sin mirarlo.

En la habitación, mientras él preparaba el té, saqué mi teléfono y activé la grabadora de video. Lo escondí entre los cojines, con la lente apuntando a la cama.

Mateo entró con la taza.

"Aquí tienes, mi reina. Para que descanses."

Me la bebí toda, como cada noche. El sabor amargo al que me había acostumbrado ahora sabía a veneno.

Fingí quedarme dormida.

La puerta se abrió suavemente.

No era Mateo.

Era Camila.

Llevaba uno de mis camisones de seda, uno que Mateo me había regalado. Se pavoneó por la habitación, mirándome con desprecio.

Mateo entró detrás de ella, ya desnudo.

"¿Está dormida?", susurró Camila.

"Como un tronco. La dosis de hoy era extra fuerte."

Se acercaron a la cama. La grabadora de mi teléfono lo capturó todo.

"Mira qué asco," dijo Camila, tocando mi vientre con la punta de su uña pintada de rojo. "Parece una ballena. ¿De verdad mi bebé está ahí dentro?"

"Shhh, mi amor. Es solo un recipiente. Pronto estará contigo, y esta cosa volverá al basurero de donde salió."

Mateo se inclinó sobre mí. Su aliento olía a alcohol.

Comenzaron a besarse, a tocarse, justo al lado de mi cuerpo inmóvil.

Luego, hicieron algo peor.

Mateo levantó mi camisón.

"Vamos a tomarle unas fotos para los muchachos. Para que vean a la vaca premiada."

Camila rio, una risa aguda y cruel.

Sacó su teléfono. El flash me cegó, incluso con los ojos cerrados.

Me movieron. Me pusieron en posturas humillantes. Mis brazos y piernas inertes, como los de una muñeca rota.

"Esta es para Javier," dijo Mateo, mientras me abría las piernas. "Le prometí una vista especial."

Sus risas eran el sonido del infierno.

Y yo, en mi cama, en mi casa, era la protagonista inconsciente de su depravado espectáculo.

                         

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