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WAQASPA

Alejandro Arostegui
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Capítulo 1 El adobe

Sollozaban llantos desde el rincón del

machimbrado que cumplía como pared. Las

piedras del río chocaban con furia contra la

sangradera, tan bruscamente, tan escalofriante,

como aquel momento en que te volví a ver.

-Hace mucho que no escuchaba de ti-dijo

Martin Callañaupa, un viejo amigo de la

infancia.

Recuerdo claramente la primera vez que lo vi:

tenía unos brazos tan delgados, que parecían los

brazos de un niño con leucemia, frente a toda la

clase. En aquel salón se respiraban susurros y

fisgoneos perspicaces.

Admiraba mucho a Martín. Era bruto, arrogante

y vulgar. En mi juventud quizá esas actitudes

abruptas eran una forma de mostrar fortaleza,

una estrategia para parecer popular en la

secundaria. Martín no era inteligente ni

estudioso; era alguien que parecía haberse

quedado atrapado en un tiempo pasado. Sin

embargo, era una buena persona... o al menos,

lo era conmigo.

¡Fuera, mierda! -gritó mi madre al escuchar

un crujido entre los pastos.

La herencia de mi abuela era una chacra

abandonada: tierra yerma, sembríos inútiles,

recuerdo marchito de lo que alguna vez tuvo

vida.

-¡Fuera, mierda! -repitió, agitando el chicote,

que le hacía fricción en las yemas.

-¿Qué quieres, mujer? -respondió aquel que

se hacía llamar mi padre, borracho como

siempre.

¡Fuera, mierda! -gritó mi madre al escuchar

un crujido entre los pastos.

La herencia de mi abuela era una chacra

abandonada: tierra yerma, sembríos inútiles,

recuerdo marchito de lo que alguna vez tuvo

vida.

-¡Fuera, mierda! -repitió, agitando el chicote,

que le hacía fricción en las yemas.

-¿Qué quieres, mujer? -respondió aquel que

se hacía llamar mi padre, borracho como

siempre.

            
            

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