Soy La Maestra de Ceremonias de Tu Infierno
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Capítulo 2

Salí del escenario con la espalda recta, ignorando las miradas y los susurros. En el camerino, Carmen, mi fiel doncella, me esperaba con un chal.

"Isabela...", empezó a decir, con los ojos llenos de preocupación.

"Estoy bien, Carmen. Dame el dinero".

Conté los billetes arrugados. No era suficiente. Nunca era suficiente para las medicinas de mi padre.

La puerta se abrió de golpe. Era Lola, otra bailaora, con una sonrisa maliciosa.

"Vaya, vaya, Isabela. Parece que tu antiguo amante no guarda un buen recuerdo de ti. 'Sucia', ¿eh? ¿Quién lo diría? La hija del gran Don Alejandro".

Apreté los billetes en mi puño.

"Cállate, Lola".

"¿O qué? ¿Vas a llorar? Ah, no, tú no lloras. Solo pones esa cara de mártir mientras te arrastras por el fango. Quizás si le bailas un poco más cerca a Mateo, te dé una limosna más grande".

Me levanté y la miré directamente a los ojos.

"Quizás. Pero incluso en el fango, yo sigo siendo Isabela, hija de Don Alejandro. Y tú, incluso en un palacio, seguirías siendo solo tú".

Su sonrisa se desvaneció, reemplazada por la ira. Pero antes de que pudiera responder, la dueña del tablao entró.

"Isabela, el señor Mateo quiere verte. En privado".

Mi corazón dio un vuelco. Carmen me agarró del brazo, suplicando con la mirada.

Negué con la cabeza.

"Dígale que estoy ocupada".

"Él insiste. Y ha pagado muy bien por tu tiempo".

Sabía lo que eso significaba. Era una orden, no una petición.

Mateo estaba en una pequeña sala privada, con una copa de vino en la mano. La luz de la vela hacía bailar sombras en su rostro anguloso, haciéndolo parecer un inquisidor.

"Cierra la puerta", ordenó.

Obedecí. El clic de la cerradura sonó como una sentencia.

"¿Cuánto?", preguntó, sin mirarme.

"¿Qué?"

"¿Cuánto por una noche? Supongo que ahora tienes un precio. Dime cuál es".

Sentí la sangre subir a mis mejillas. La humillación pública no había sido suficiente para él.

"No estoy en venta".

Se rio, un sonido seco y sin alegría.

"No mientas, Isabela. Todo en ti está en venta. Tu baile, tu sonrisa, tu cuerpo. Has vendido tu orgullo hace mucho tiempo. ¿Por qué detenerte ahora?".

Se acercó, su presencia llenando la pequeña habitación.

"Te daré lo suficiente para que no tengas que volver a este basurero. Lo suficiente para las medicinas de tu padre".

Mencionó a mi padre. El bastardo sabía exactamente dónde golpear.

"Aléjate de mí, Mateo".

"¿O qué? ¿Me golpearás? ¿Me maldecirás? Vamos, hazlo. Muéstrame algo de ese fuego que tenías. O ya no queda nada de la chica que se enfrentó a su padre por un pobre seminarista".

Cada palabra era un golpe. Me di la vuelta para irme.

"No he terminado", su mano se cerró en mi brazo, fuerte como el acero. "Mírame cuando te hablo".

Me obligó a girarme. Sus ojos oscuros buscaron los míos, llenos de una mezcla de odio y algo más, algo que no pude descifrar.

"Te odio", susurré, con toda la convicción que pude reunir.

"Bien", dijo él, su rostro a centímetros del mío. "El sentimiento es mutuo. Nunca lo olvides".

Me soltó tan bruscamente que tropecé hacia atrás.

"Ahora, lárgate".

            
            

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