Los días siguientes fueron un infierno. La palabra "sucia" se me pegó como una segunda piel. Los clientes del tablao se volvieron más audaces, sus manos más insistentes, sus comentarios más viles.
Lola y las otras bailaoras se aseguraban de repetirlo cada vez que podían.
"Ahí va la 'sucia'. Cuidado, no te manches".
Yo aguantaba. Necesitaba el dinero.
Una tarde, saliendo del mercado, la esposa de un rico comerciante que había intentado sobrepasarse conmigo la noche anterior me bloqueó el paso.
"¡Tú! ¡Zorra!", gritó, atrayendo la atención de todos. "¡Sé que intentas seducir a mi marido! ¡Bailarina indecente!".
Antes de que pudiera reaccionar, me abofeteó. La bolsa de verduras se me cayó, rodando por el suelo sucio. La gente se arremolinó, mirando el espectáculo.
La mujer me agarró del pelo, tirando de mí hacia abajo.
"¡Te enseñaré a respetar a tus superiores, basura!".
Entonces, un coche elegante se detuvo bruscamente.
Mateo salió.
"Suéltela", su voz era tranquila, pero cargada de autoridad.
La mujer lo miró, primero desafiante, luego reconociendo quién era. Su rostro palideció.
"Señor Mateo... yo... esta mujer...".
"He dicho que la suelte".
La mujer me soltó de inmediato y retrocedió, murmurando disculpas. La multitud se dispersó rápidamente.
Mateo se quedó allí, mirándome, arrodillada en el suelo, con el pelo revuelto y la mejilla roja.
"Levántate", dijo, como si le diera una orden a un perro.
Me levanté lentamente, sin su ayuda.
"¿Ves lo que provocas?", dijo, su tono era de puro desdén. "Ni siquiera puedes caminar por la calle sin causar problemas. Eres una desgracia".
Esperaba que me defendiera. Esperaba, estúpidamente, una pizca de compasión.
En lugar de eso, me ofreció más humillación.
Una risa amarga escapó de mis labios.
"¿Una desgracia? Sí, lo soy. ¿Y sabe qué, Señor Mateo? Me encanta serlo".
Me agaché y recogí una naranja sucia del suelo. Me limpié la tierra con mi falda y le di un mordisco, mirándolo directamente a los ojos.
"Esta es mi vida ahora. La vida que usted me dio. Y he aprendido a vivir en ella. No necesito su falsa piedad ni su asqueroso rescate. Así que coja su coche de lujo y lárguese de mi vista".
Su rostro se contrajo en una máscara de furia y confusión. No esperaba esa respuesta. Esperaba lágrimas, súplicas.
Le di la espalda y me alejé, cojeando ligeramente, dejando que me viera caminar de vuelta a mi mundo, el mundo sucio que él había creado para mí.