El Tango de la Humillación
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Capítulo 4

Desde mi habitación, escuchaba cómo la mansión se transformaba.

Obreros entraban y salían, siguiendo las órdenes de Máximo.

Luciana le compró ropa nueva, contrató a un chef personal para que le cocinara sus platos favoritos, llenó la casa de los vinos que a él le gustaban.

Cada gesto era una confirmación de su devoción por él.

Una tarde, mientras yo terminaba de empacar mis últimas cosas, Máximo entró en mi habitación sin llamar.

Sus ojos recorrieron mis maletas con una sonrisa burlona.

Luego, se fijaron en la mesita de noche.

Allí estaba el viejo reloj de bolsillo de mi abuelo. Mi único recuerdo familiar.

Lo tomó en sus manos.

"¿Qué es esta chatarra?", preguntó, haciéndolo girar.

"Es de mi abuelo. Devuélvemelo", dije, mi voz tensa.

Él sonrió con malicia.

"¿Tiene valor sentimental? Qué tierno. ¿Sabes qué? Te lo devolveré si te arrodillas y me pides perdón por haber intentado robarme a mi mujer".

Mi sangre hirvió. Pero vi la crueldad en sus ojos. Sabía que era capaz de cualquier cosa.

"Por favor, Máximo. Es lo único que tengo de él".

"Arrodíllate", repitió, su voz era un látigo.

Desesperado, con los puños apretados, obedecí.

Me arrodillé en el suelo, la humillación quemándome por dentro.

"Perdón", susurré.

Máximo se rió. Una risa seca y cruel.

"No es suficiente".

Y con un movimiento rápido, lanzó el reloj por la puerta abierta, hacia las escaleras.

"¡No!", grité.

Corrí para salvarlo, desesperado.

En mi prisa, choqué accidentalmente con él.

Máximo perdió el equilibrio y cayó rodando por la escalera, gritando de forma exagerada.

En ese preciso instante, Luciana apareció al pie de la escalera.

Vio a Máximo en el suelo, gimiendo de dolor, y a mí, de pie en lo alto, con el pánico en el rostro.

"¡León! ¿Qué has hecho?", gritó, su voz llena de furia.

"¡Él me empujó! ¡Quiso matarme!", mintió Máximo desde el suelo.

Luciana no me dejó decir una palabra.

"¡Guardias! ¡Llévenselo a la bodega!".

Me arrastraron escaleras abajo, pasando junto a Luciana, que acunaba la cabeza de Máximo en su regazo.

Me encerraron en la fría y oscura bodega de vinos.

La puerta se cerró con un golpe seco.

Caí al suelo helado, temblando.

Busqué a tientas en la oscuridad hasta que mis dedos encontraron el reloj roto.

Lo apreté contra mi pecho.

"Abuelo", susurré en la oscuridad, "me equivoqué de persona. Me arrepiento".

            
            

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