Cerré el chat, pero la imagen de la marca de plata seguía grabada en mi mente.
No podía respirar bien.
Mi esposa. Mi dulce y gentil Lina.
No. No podía ser ella. Alguien debía haberle robado el hierro, o haberlo copiado.
Sí, eso tenía que ser.
Pero una voz fría en mi cabeza me decía que era una excusa estúpida.
El diseño era único. Yo lo había hecho.
Recordé sus últimas semanas.
"Voy al campo, cariño, a ver a la familia" , me decía.
"Hay mucho trabajo en el rancho" .
Sus viajes eran cada vez más frecuentes. Volvía cansada, con olor a tierra y a campo, pero también con una tensión en los hombros que antes no tenía.
Yo lo atribuía al trabajo duro.
Qué ingenuo.
Abrí mi portátil.
Necesitaba pruebas, algo que me sacara de esta pesadilla.
Contraté a un detective privado. Un tipo discreto que encontré en internet, con buenas reseñas.
Le di una foto de Lina, su horario, los detalles de sus supuestos viajes al "rancho" .
Le pagué más de lo que podía permitirme.
No me importó.
Necesitaba saber la verdad, aunque me destrozara.
Los días siguientes fueron un infierno.
Yo fingía normalidad. Le preparaba el desayuno, le preguntaba por su día, la besaba antes de dormir.
Cada gesto se sentía como una mentira.
Ella actuaba igual que siempre. Cariñosa, atenta.
¿Era yo el único que vivía en este infierno de sospechas?
Tres días después, mi teléfono vibró.
Un correo del detective.
Asunto: "Informe y Material Gráfico" .
Mis manos sudaban. Me encerré en el baño.
Abrí el correo.
Había varias fotos adjuntas.
La primera era de Lina, saliendo de un restaurante caro en Polanco.
No iba sola.
Un hombre la acompañaba. Un tipo joven, bien vestido.
En la segunda foto, reían juntos, muy cerca.
En la tercera, entraban en el vestíbulo de un hotel boutique.
Juntos.
Mi teléfono se resbaló de mis manos y golpeó el suelo.
El sonido del plástico contra las baldosas fue seco, definitivo.
Como algo rompiéndose dentro de mí.