Mientras bajaban la escalera principal, Elías vio algo que lo dejó helado.
En la gran pantalla de televisión del salón, que solía mostrar obras de arte digitales, ahora se veía una imagen en vivo.
Era él.
Acurrucado en el suelo de su habitación, desnudo y vulnerable.
El video se repetía en un bucle, una y otra vez, para que todos los invitados que llegaban pudieran verlo.
Un texto en la parte inferior de la pantalla decía: "Lote #1: La Pureza Intacta. Puja inicial: Un millón de pesos."
El aire abandonó sus pulmones.
No solo lo habían observado, lo habían grabado.
Y ahora estaban usando esa grabación para venderlo.
Se detuvo en seco, arrancando su brazo del agarre de Sofía.
"¿Qué es eso?" , preguntó, su voz ronca por la incredulidad.
Sofía siguió su mirada hacia la pantalla y sonrió.
"Es marketing, querido. Para abrir el apetito de los compradores. ¿No es genial?"
Se volvió hacia él, su rostro una máscara de falsa preocupación.
"Oh, vamos, no pongas esa cara. Es solo tu espalda. Además, te ves... poético. Como un ángel caído."
Su intento de consuelo era tan falso, tan lleno de veneno, que Elías sintió una oleada de náuseas.
La miró a los ojos, buscando una pizca de remordimiento, de humanidad.
No encontró nada.
Solo un abismo de crueldad y egoísmo.
En ese momento, Elías comprendió algo con una claridad devastadora.
Sofía no solo no lo amaba, lo odiaba.
Lo odiaba con una profundidad que él nunca podría entender.
Su supuesta "aversión" no era una fachada para su aventura con Ricardo, era real.
La aventura era solo una forma más de torturarlo.
Todo su matrimonio, cada uno de los mil ochocientos veinticinco días de humillación, no había sido un error o un malentendido.
Había sido intencional.
"Tenemos que irnos" , dijo Sofía, tirando de él de nuevo. "La subasta está por comenzar."
Lo arrastró a través de un pasillo lateral, lejos de la vista de los invitados, hacia una pequeña habitación de servicio en la parte trasera de la casa.
En el camino, la mente de Elías se inundó de recuerdos.
Recordó las innumerables veces que le había cocinado sus platillos favoritos, solo para que ella los tirara a la basura sin probarlos.
Recordó haber cuidado de ella durante una gripe terrible, pasándose noches en vela a su lado, solo para que ella lo echara de la habitación en cuanto se sintió mejor, diciendo que "contaminaba el aire" .
Recordó haberle comprado un collar carísimo para su aniversario, un collar que encontró días después en el joyero de una de sus criadas.
Todas esas pequeñas muertes, todos esos sacrificios, ¿para qué?
Para terminar como un producto en una pantalla, un objeto de burla para su entretenimiento.
Llegaron a la habitación de servicio.
Ricardo estaba allí, esperándolos con una sonrisa burlona.
"Listo para el gran show, campeón?" , dijo, dándole una palmada en la mejilla que fue más una bofetada.
Sofía sacó un paquete de toallitas desinfectantes del bolsillo.
"Una última limpieza" , dijo, con un tono práctico y cruel.
Abrió el paquete y comenzó a frotar el rostro y el cuello de Elías con una fuerza innecesaria.
El olor químico del desinfectante le llenó las fosas nasales, quemándole los ojos.
Era la misma toallita que usaría para limpiar una mancha en el suelo.
La misma indiferencia.
El mismo asco.
La humillación era tan completa, tan absoluta, que Elías sintió que se desprendía de su propio cuerpo.
Ya no era Elías Mendoza.
Era el Lote #1.
La Pureza Intacta.
Y estaba a punto de ser vendido al mejor postor.