Luchando Por Mis Hijos
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Capítulo 3

"¡No te atrevas a meterte con mi hermano!" grité, o al menos lo intenté. Mi voz salió como un gemido ahogado, lleno de lágrimas y desesperación. "Él no tiene nada que ver en esto, ¡desgraciado!"

Me retorcí en la camilla, luchando inútilmente contra las correas que me sujetaban. Quería arañarlo, golpearlo, hacerle sentir una mínima parte del dolor que él me estaba causando.

Alejandro ni se inmutó. Su rostro era una máscara de fría indiferencia.

"La decisión es tuya, Sofía."

Se enderezó y le hizo una seña a Eva, quien se acercó a él y se acurrucó en su costado, lanzándome una mirada de falso pésame que me revolvió el estómago.

"Vámonos, mi amor," le susurró Eva a Alejandro, lo suficientemente alto para que yo la oyera. "Déjala que se calme. Ya hablaremos con ella cuando esté más razonable."

Salieron del quirófano juntos, dejándome sola con el equipo médico y el eco de sus crueles palabras. La anestesia finalmente me venció, y me hundí en una oscuridad forzada, rezando por no despertar nunca.

Cuando recuperé la conciencia, el mundo era un borrón de dolor y confusión. Sentía un vacío horrible en mi vientre y un corte que ardía como fuego. Mis bebés ya no estaban dentro de mí. El pánico me inundó.

"Mis hijos... ¿dónde están mis hijos?" pregunté a una enfermera que ajustaba mi suero.

La mujer me miró con lástima. "Tranquila, señora. Los bebés están en la incubadora. Están bien."

Necesitaba ayuda. Desesperadamente. Mi celular estaba en la mesita de noche. Con un esfuerzo sobrehumano, estiré el brazo, cada centímetro un universo de dolor. Mis dedos rozaron el aparato. Logré marcar un número, el único que podía ser mi salvación.

El teléfono de la hermana de Alejandro, Isabella. Ella siempre me había querido, siempre había desconfiado de Eva.

"¿Bueno?"

"Isabella... soy yo, Sofía," susurré, mi voz apenas un hilo.

"¡Sofía! ¿Qué pasa? ¿Estás bien? ¡Alejandro me dijo que estabas en el hospital! ¿Ya nacieron los bebés?"

"Isabella, tienes que ayudarme," sollocé, las lágrimas corriendo por mis sienes. "Alejandro... quiere quitarme a mis hijos. Se los quiere dar a Eva."

Hubo un silencio al otro lado de la línea, seguido de una exclamación de furia.

"¡Ese imbécil! ¡Lo sabía! ¡Sabía que esa víbora de Eva lo estaba manipulando! No te preocupes, Sofía. Voy para allá ahora mismo. No dejes que nadie se te acerque."

La llamada se cortó. Apenas unos minutos después, Isabella irrumpió en mi habitación como un torbellino. Su rostro, normalmente sereno, estaba rojo de ira.

"¿Dónde están?" preguntó sin preámbulos.

"En la incubadora," respondí.

Isabella salió disparada hacia el área de neonatos. Regresó unos minutos después, pálida y temblando de rabia.

"No me dejan verlos. Dicen que Alejandro dio órdenes estrictas de que solo él y Eva pueden acercarse a los bebés. ¡Y no hay médicos! Llamé a tu doctor, al mejor neonatólogo de la ciudad, ¡y me dicen que Alejandro les prohibió la entrada al hospital! ¡Contrató a un equipo médico privado que solo le responde a él!"

El control de Alejandro era total. Había pensado en todo. Nos había encerrado en su jaula de oro y poder, y no había escapatoria.

                         

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